En Venezuela: ¿Hasta cuándo?

¿Hasta cuándo?, es la pregunta que puebla la psique de millones de venezolanos como expresión inequívoca de un desespero desgarrador ante la frustración de no poder satisfacer las necesidades más mínimas en la vida cotidiana.

Ya se sabe, el dinero no alcanza para los requerimientos más elementales, pero es que ni con lo poco que sobrevive en los bolsillos se pueden adquirir los productos básicos porque no están en los anaqueles de los grandes supermercados.

Cada mañana los ciudadanos se ven la necesidad de recorrer varios municipios en busca de alimentos y mercancías en zonas, en las cuales los residentes de los alrededores de los supermercados, muestran su desprecio e inconformidad por estas visitas tumultuosas. En ocasiones, con expresiones que rozan claramente las diferencias ideológicas, sociales y culturales, atizando el fuego de los antagonismos que esta mal llamada revolución acrecentó como estrategia política. Triste y lamentable que se vea en el venezolano de al lado la causa de los graves problemas que atraviesa la nación entera sin distingo de ninguna índole.

Todo transcurre en el marco de un tiempo social asfixiante, determinado por la angustia y la incertidumbre. Como se sabe, la vida no está garantizada en las calles y la calidad de vida es una pendiente que parece no tener fin. Basta con usar el Metro de Caracas, ahora convertido en el museo del terror: enfermos, vendedores ambulantes, pedigüeños de todas clases y de todas las edades, para atestiguar la crisis (por más que se desee ocultarla en los medios oficiales). ¿Hasta dónde se va a llegar con semejante panorama desolador?

Se vive en una anomia de terribles consecuencias. Hoy se hace palpable la locución latina Homo homini lupus, popularizada por Hobbes en su descripción del estado de naturaleza.

Lo económico es otro tema que centra la atención de los venezolanos. Una inflación galopante que no se detiene. Una economía de bienes y productos visiblemente dolarizada frente a unos salarios devaluados en bolívares. Se escucha por doquier: , mirando al cielo en busca de un milagro que no llega.  

En la conciencia de los ciudadanos está presente que la situación se va a agudizar aún más en los próximos meses. No puede ser de otro modo, el precio del crudo sigue en baja, las reservas internacionales cada vez más se reducen ante los compromisos con los acreedores y no hay dinero para impulsar una reactivación de la producción. El futuro tanto como el presente obliga a miles de jóvenes a emigrar en busca de oportunidades que el país les niega. Se estima cuando menos tres generaciones castradas en sus posibilidades de crecimiento y movilidad social.

El país está mal y continuará así por la implementación de políticas ineficientes, paliativos desacertados y la carencia de un plan de desarrollo a pequeño, mediano y largo plazo. No existe en el centro del debate político la confrontación programática entre las partes en disputa.

Por su parte, el ambiente político fluye con un ritmo propio y con propósitos particulares que no son coincidentes con la agenda social y económica de los venezolanos. Este divorcio se palpa en las convocatorias. Los discursos de los dirigentes no traducen fidedignamente las necesidades más sentidas.

No hay duda sin embargo para la inmensa mayoría: la urgencia histórica de salir de una gestión gubernamental que se agotó en sus propuestas y sus posibilidades. El gobierno hoy representa la debacle social, económica y política del país. Corrupción, narcotráfico, militarismo, represión, despotismo y pobreza, son los signos de un gobierno putrefacto que comete crimen de lesa humanidad por negligencia e incapacidad.

La polarización de élites partidistas debe entonces trasladarse a la conformación de una gran unidad programática en la que esté presente los distintos sectores de la vida nacional, para vencer los monólogos y dar al traste con uno de los capítulos más infelices de la historia venezolana. Por esta vía, quizás se vislumbre la respuesta a la pregunta que dio inicio a este artículo.

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