El lugar incorrecto de las cosas

El lugar incorrecto de las cosas

Nos han mencionado en más de alguna ocasión, las voces imperantes, que todo está en su preciso lugar. Nos han dicho una y otra vez: ¡No os preocupéis!, todo sigue al pie de la letra, todos los planes han sido trazados de antemano, así que no desesperéis. Nos han dicho hasta el cansancio que todas las deudas han sido saldadas, que no es bueno precipitarse, y que el fondo monetario internacional ya no nos mira el rabo con ojos de vigía. Que son buenos tiempos para el amor y que demos gracias a Dios por estar con vida, y que roguemos por la resolución correcta de nuestro proceder.

Hemos intentando convencernos a nosotros mismos de la veracidad de estas menciones. Nos hemos dicho: tienen razón, ¡sigamos adelante! Hemos caminado por veredas absurdas y detenido nuestros pasos y dirigido la vista a los rascacielos y tatuado en el corazón del torso: todo es cómo debe ser. Hemos exhalado el aire que nos rodea. Hemos detenido la crítica y, desde un tiempo hasta este punto, hemos vivido reconfortando nuestros estómagos con un fuerte sucedáneo vitamínico; hemos abandonado el amor a por la búsqueda de un camino distinto, erróneo.

No está escrito en sitio alguno que los órdenes deban ser los siguientes:

  1. Ser querido.
  2. Crecer.
  3. Querer.
  4. Odiar.
  5. Abandonar.
  6. Perder las esperanzas.
  7. Dejar de avanzar.
  8. Esperar al desamparo.

Tampoco está escrito que debamos educarnos a la antigua, con instituciones y sin maestros de vida, para luego proceder a por las inversiones y ganancias. Que debamos enamorarnos y comprar inmuebles y obtener crédito para financiar la tumba propia. Asimismo, que las cosas deban ser como se supone, absurdas de por sí. Si alguien viene a tatuarme en la frente los pasos a seguir, me parece de suma importancia decirle que busque otro sitio donde depositar las marcas de su territorio y las pautas de su conducta.

No está escrito en sitio alguno que las cosas habiten en el lugar que les corresponde. No está enunciado con tesón, y ninguna voz unísona ha vociferado que aquellas palabras hayan sido escritas en algún soporte. Las únicas palabras escritas, al menos por ahora, son las esbozadas en estas páginas.

Tan sólo hace algunos días he pensado en estas cuestiones tanto como he pensado en librar otras tantas batallas; el amor por la distracción me hace dar vueltas en torno al mismo sitio del desastre, y ver el paso elocuente de las horas. He pensado en ciertos órdenes (más bien en ciertas creencias establecidas) que funcionan como mapas y trazados y reglas de corte (no puedo librarme de mi pensamiento arquitectónico) que provienen de ciertos lugares anclados en el pasado. He pensado que dichos órdenes se han establecido como ley oficial de una vida correcta, piedra roseta o mandamientos sagrados.

La mayoría de la gente aún cree en esta lógica de vida, en que no hay espacios para deambulares ni para desbarajustes, en que todo debe seguir el curso (¿natural?) de lo establecido. De ser así, no habría viajeros ni entes suicidas que se enfrenten, en el vértigo de la caída, ante lo desconocido, ni existirían poetas que vean en el lugar incorrecto de los hechos la oportunidad de articular un verso. Tampoco está de más mencionar que, para desbarajustes, muy pocas personas tienen espacios en sus vidas, y mucho menos un ventrículo en el corazón que soporte el choque con lo impreciso. Y es que la mayor cantidad de hechos importantes que acontecen a lo largo de nuestras vidas son resultado de ese fuego fortuito que escapa al control de los mapas trazados con antelación.

Deben dejar de susurrarnos al oído, los ministros de economía y los ejes eclesiásticos, así también los próceres y los anquilosados dictadores, que hay dioses superiores que dictan leyes sagradas. Deben pedirnos, antes de todo, perdón por crear reglas absurdas, por dictar estereotipos y formas de conducta, por abandonar la creatividad y los pequeños mundos propios en pro de un mundo global. Perdón mil veces por matar el espíritu y la conciencia de vida; perdón por enterrar el cuerpo del presente en el cementerio del pasado.

Deben dejar de susurrarnos al oído que todo está en su preciso lugar.

Hemos visto caer economías y cortes internacionales y al mismo derecho del ser humano a ser humano en realidad, no en papeles y metáforas. Hemos visto que los estantes están llenos de cuentas exactas y que las nuevas voces que hacen un llamado a la búsqueda de un camino propio ya no abundan en panfletos ni políticas inmediatas. Que los discursos caen y que los éxodos masivos resultan en matanzas colectivas. Que amar un único corazón es mejor que amar mil corazones que no se saben dónde yacen, y que apagar las luces de caminos de diversas direcciones es mejor si se sabe por cuál sendero uno transita.

Por suerte hemos visto en los grandes escritores (hablo de escritores pues es el papel que desempeño en este particular espacio), artistas en general, un intento desesperado por abandonar "el lugar correcto" a por una búsqueda inicial de su contrario, "el lugar incorrecto". Hemos visto a estos artistas en largas datas de viajes o en búsquedas incansables por un lugar propio inédito que es el lugar erróneo por excelencia.

Por mencionar alguno, mencionaré a Bob Dylan, artista del tránsito, tema más que principal en el folk. La concepción de que nunca se está en el lugar correcto, de que las cosas mutan y cambian y se mueven y que nada es perpetuo ni académico. Sin ir más lejos, galardonado, Dylan quiebra y sitúa al Nobel en un lugar impensado: el incorrecto.  

Para el artista, el camino hacia ese lugar, que es donde toda obra debe crecer y evolucionar, es el espacio de su obra, el sitio donde pueden descansar sus piernas y sentirse a gusto y desplegar las cubiertas, las alas y las armas de su trabajo. El espacio ideal que de forma indiscutible (y con esto cruzo las manos y levanto la vista en dirección al cielo) es el espacio de liberación y desapego del "lugar correcto de todas las cosas".

Me imagino a cualquier hijo de Dios señalando el lugar de sus comienzos y el lugar terminal de su meta, uniendo un trazado perfecto y rectilíneo entre puntos, y sintiendo una tristeza extrema y  profunda por los caminos que no han sido de su elección. Me imagino a todos y cada uno viajando por la misma ruta que los conduce de ida y vuelta por el mismo territorio.

Es tiempo de encontrar los lugares incorrectos y hurgar en superficies accidentadas.

Hemos sido conducidos a la ignorancia de una vida real y plena; los pasos que nos han enseñado una y otra vez son los pasos de una danza equivocada y destinada a continuar por siempre en un baile de coreografías.

Nada en la vida puede ser una coreografía.

¡Hay que decirlo!

Si nos han incitado a que deseemos con fervor insertarnos el revólver al interior de nuestras fauces, a que queramos con ahínco el término de todo esto, habría que cargar con municiones el discurso y volar del mapa unos cuantos prejuicios. Habría que expandir las alas y sortear otros horizontes; habría que soltar algunos hilos y apuntar, con toda conviccion, hasta el lugar más alto de los montes.

¡Y hay que mencionarlo!

Nos han puesto al borde y nos han dado las herramientas necesarias para temer a las alturas. Devolvámosles el favor concedido. Peguemos fuerte sobre la mesa y no hagamos tratos que condenen el porvenir de nuestra libertad; no aceptemos reglas de un juego que sólo nos convierte en perpetuos perdedores. Obliguémoslos a mencionar lo callado, obviado y escondido, a que nos relaten el verdadero fin de tener todo y a todos en el lugar correcto de las cosas; incitémoslos a que nos mencionen lo que no nos han mencionado hasta ahora. ¡Un poco de verdad, por favor!

No nos han dicho que el lugar correcto de las cosas es un espejismo concreto. No nos han dicho: preocupaos pues todos los muros que sustentan son aire y paja. No nos han dicho nada importante pues sus palabras son tierra de nadie y nadie controla sus esfumaturas.

No nos han dicho que debemos buscar el lugar incorrecto, como los viejos y neófitos artistas que levantan risas y razones e ideales; no nos lo han mencionado, pues admitir (por parte de todos los regidores invisibles) que construir lo erróneo puede ser el camino a la liberación definitiva, sería claudicar ante el enemigo.

Estaría de más decir que lo ideal sería que cada uno se erigiera como un artista de sí mismo, como un viajero de su propio rumbo inconforme con el supuesto lugar correcto de todas las cosas.

Me he propuesto derribar ciertos mitos, a enfrentar, sin más ni más, el hecho cotidiano de la falsa realidad. De aquí en adelante este escrito permanecerá en el lugar incorrecto.

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