Usando las copas correctas

Usando las copas correctas

Gran transparencia, peso justo y bello formato son las características de una copa armónica que permite observar, oler y degustar las cualidades de un buen vino.

La calidad de una copa depende de la valoración y percepción de un vino, y los más reconocidos catadores y fabricantes de copas van más allá: sostienen que la naturaleza del contenido es lo que debe determinar el diseño  de la copa y hasta su tamaño.

El famoso fabricante de vidrios austriaco, Georg Riedel, consolido esta idea con una demostración concluyente: convoco a un grupo de expertos y les hizo probar el mismo vino en distintos recipientes. Asombrados, reconocieron que el sabor resultaba distinto. Ya nadie discute, por ejemplo, que los vinos tintos requieren copas grandes; los blancos, medianas y las bebidas destiladas copas más pequeñas. En conclusión: el diseño no es un capricho estético. Y esto es así desde la clásica copa de Martini, esa especie de sombrero chino invertido, a la fina espiga conocida como flauta o tulipán destinada al champan, hasta llegar a las más robustas, destinadas al agua.

La copa clásica reconoce tres partes: el cáliz, la pierna y el pie. El equilibrio debe prevalecer para que los sentidos del bebedor no encuentren obstáculos. Con la transparencia del buen cristal, que permite descubrir los más íntimos tonos del vino, se combina el perfil cóncavo de la copa que asegura la circulación de los perfumes propios de cada cepaje. El resto corre por cuenta de la boca: en la punta de la lengua se concentra el gusto dulce; al fondo el amargo; cercano al centro, los ácidos y, en ambos extremos los salados.

El vidrio es la suma de una solución de arena silícea y carbonato de sodio, que nubla y apaga, mientras que el cristal posee sales de plomo, que generan limpidez y sonoridad musical. Es que el metal le otorga  maleabilidad y flexibilidad a la copa.

La buena cristalería, especialmente la despojada de filigranas y grabados, marca una gran diferencia. A fines del siglo XIX y en el arranque del XX, estuvo de moda tallar las copas sobre cristales de colores, muchas de las cuales aún sobreviven en las vitrinas de nuestros abuelos. Pero los entendidos en el arte del buen beber sustituyeron de a poco estas piezas por otras incoloras y muy transparentes.

Fue así como nacieron copas de cristales, no solo para todo tipo de vinos y champanes, sino también para whisky, coñac, tragos largos, y toda la parafernalia de copas, copitas y copones que ilustran el paladar de quien quiere darse un paseo por este mundo.

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