Kush: el flagelo silencioso que devora a las mujeres jóvenes en Sierra Leona
Una mirada a la adicción al Kush, la marginalización de las mujeres drogodependientes y las fallidas políticas de rehabilitación en Sierra Leona
En las faldas humeantes del vertedero de Kingtom en Freetown, Sierra Leona, Zainab Sakoteh inhala el denso humo del Kush, una droga sintética que ha cambiado para siempre su destino.
Kush no es solo una palabra exótica; es la pesadilla cotidiana de miles de personas en Sierra Leona, y muy especialmente de mujeres jóvenes atrapadas entre la pobreza, el estigma y la adicción. Este potente narcótico, compuesto por una mezcla de cannabinoides sintéticos y opioides de altísima pureza, ha ganado terreno como una plaga imparable en este país africano y más allá de sus fronteras.
¿Qué es el Kush y por qué es tan peligroso?
El Kush es un cóctel letal. Según un informe de la organización Global Initiative Against Transnational Organized Crime, algunas muestras presentan opioides hasta 25 veces más potentes que el fentanilo. El fentanilo, recordemos, es responsable de decenas de miles de muertes por sobredosis al año en todo el mundo. El Kush, pues, se posiciona como una de las drogas más peligrosas a nivel global.
Entre los efectos reportados: alucinaciones, pérdida del sentido del tiempo, problemas respiratorios, hepáticos y renales, así como aparición de llagas cutáneas y aislamiento social. Además, su bajo coste (menos de 1 dólar por dosis) lo convierte en la opción preferida de quienes ya no tienen otra salida.
El perfil invisible: mujeres atrapadas en el ciclo de la droga
El desafío que plantea esta droga se agrava considerablemente en el caso de las mujeres. Solo una de cada 18 mujeres con trastornos por uso de drogas recibe tratamiento, en comparación con uno de cada siete hombres, de acuerdo con cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
En Sierra Leona, esta brecha se recrudece por causas estructurales: los programas de rehabilitación no consideran adecuadamente a las mujeres, quienes, estigmatizadas y sin redes de apoyo, son más propensas a ocultar su adicción. Muchas incluso son abusadas sexualmente bajo los efectos de la droga. “Cuando están muy somnolientas, los hombres simplemente vienen y se aprovechan”, explica Kadiatu Koroma de la organización Women for Women Foundation.
Zainab: una vida en espiral
Zainab lleva cinco años fumando Kush. Su hogar es una choza de chapa metálica. Su colchón, su única posesión. Se prostituye para conseguir su dosis diaria. En sus palabras, “Si no fumo, me siento enferma”.
Aunque quiere dejarlo, especialmente por sus hijos —quienes fueron entregados a un orfanato después de que su choza ardiera en llamas mientras trabajaba—, carece de apoyos reales. “Me gustaría oír a mis hijos llamarme mamá otra vez”, dice con una sonrisa dolorosa.
Rehabilitación: un privilegio masculino
Tras declarar la situación como emergencia de salud pública en 2024, el gobierno abrió en Hastings un centro de rehabilitación custodiado por militares. Desde su apertura, solo 300 personas han accedido al tratamiento de siete semanas, y únicamente 40 han sido mujeres.
Las barreras son múltiples: presión familiar, temor al estigma e infrafinanciación. El proyecto de “embajadores del centro”, pensado para que antiguos usuarios ayudasen a otros, ha quedado en pausa. Uno de los pocos programas con enfoque de género simplemente colapsó.
¿Dónde quedó la estrategia nacional?
Habib Kamara, director de la organización Social Linkages For Youth Development And Child Link, lo resume así: “Estamos en un 65% de donde deberíamos estar”. La preocupación de personal médico y organizaciones comunitarias crece mientras el Kushempieza a hacerse presente en Gambia, Guinea y Senegal.
En el Hospital Psiquiátrico de Kissy en Freetown, los especialistas se enfrentan a una variedad de al menos 25 cepas diferentes de Kush. En el área femenina del hospital, la enfermera Kadiatu Dumbuya sostiene que el 90% de sus pacientes han tenido que intercambiar sexo por drogas.
El drama de Khadija y Marie: dos caras del mismo dolor
Khadija Lansana, de 18 años, ingresó brevemente al centro de Hastings antes de verse obligada a vivir en la calle: no hay dinero para seguir con sus estudios ni alternativas para reinsertarse en la sociedad. Su madre teme que haya recaído. Khadija dice haber dejado la droga, pero sus circunstancias continúan siendo precarias.
Marie Kamara eligió Tramadol en vez de Kush, aunque sabe que ambos pueden matarla. Perdió a dos amigas en manos del Kush. A una la violaron; a la otra la enterró meses después. “No quiero morir como ellas”, afirma. Y reza.
¿Qué se necesita? Hacia un enfoque más inclusivo
ONGs como Women for Women o la organización de Kamara han propuesto una serie de mejoras urgentes:
- Rehabilitación comunitaria: llevar el tratamiento a donde están las usuarias, no esperar a que lleguen.
- Redes de apoyo psicológico y emocional, especialmente diseñadas para mujeres que enfrentan estigmas múltiples.
- Educación y reinserción laboral: sin medios de vida, toda rehabilitación es incompleta.
- Eliminación de barreras legales y sociales que impiden la equidad de acceso a salud y justicia.
La drogadicción femenina en Sierra Leona no es una excepción; es un espejo crudo de cómo fallan los sistemas públicos cuando se trata de atender intersecciones complejas: género, pobreza y salud mental. Mientras tanto, los vertederos urbanos siguen acumulando cadáveres vivos a la espera de atención.
La lucha apenas comienza. Pero hay esperanza: se huele entre la tristeza de Zainab, el recuerdo de Marie o el esfuerzo de Khadija. Aún hay rezos que no han caído en oídos sordos.