El arte, la política y la polémica: el caso del retrato de Trump retirado del Capitolio de Colorado

Una mirada profunda a la controversia que rodea el retrato de Donald Trump, las implicaciones para la artista Sarah Boardman y cómo el arte presidencial se convierte en campo de batalla político

Un retrato que desató una tormenta

En el Capitolio del estado de Colorado, una pintura del expresidente Donald Trump colgó durante seis años en la misma galería donde se exhiben los retratos de todos los mandatarios estadounidenses. Pero en marzo de 2025, esta obra se volvió el centro de una intensa polémica que mezcla arte, política y redes sociales.

Todo comenzó cuando Trump publicó en su plataforma Truth Social que el retrato de él era “deliberadamente distorsionado” y que la pintora responsable, Sarah Boardman, “había perdido su talento con la edad”. Estas declaraciones generaron una ola de reacciones que llevaron, en apenas 24 horas, al retiro del cuadro por parte de líderes legislativos estatales. Lo que parecía una contribución artística más al patrimonio del estado, terminó convertida en un símbolo de la fractura política que atraviesa Estados Unidos.

¿Quién es Sarah Boardman?

Boardman no es nueva en el mundo del arte presidencial. Con más de 41 años de trayectoria como retratista profesional y otros presidentes como George W. Bush y Barack Obama en su portafolio, su reputación estaba bien cimentada. De hecho, Trump elogió el retrato de Obama en su misma publicación como “maravilloso”, contrastándolo con su propia imagen.

La artista, radicada en Colorado Springs, sostiene que el proceso de creación del cuadro pasó por todas las etapas de aprobación institucional correspondientes: desde la selección de una fotografía de referencia, hasta la validación del cuadro en proceso. Según explicó, el comité asesor del Capitolio fue quien aprobó cada paso del retrato, incluyendo la elección de pose, expresión facial y estilo artístico.

Un retrato aprobado… hasta que Trump opinó

Desde su develación, el retrato había recibido, de acuerdo con Boardman, “comentarios abrumadoramente positivos”. Sin embargo, en su comunicado oficial declaró que desde la crítica pública de Trump, su negocio ha “experimentado un deterioro tal que amenaza con no recuperarse”. Añadió que si bien Trump tiene derecho a opinar libremente, sus acusaciones de manipulación intencionada están perjudicando su carrera profesional.

“Completé el retrato de forma precisa, sin distorsión intencionada, sin sesgo político ni intento alguno de caricaturizar al sujeto”, afirmó. Esto revivió el debate sobre la responsabilidad que tiene el arte de retratar figuras públicas, especialmente cuando estas figuran como íconos polémicos en una sociedad políticamente polarizada.

¿Qué pasa con los retratos presidenciales en Colorado?

La práctica de colgar retratos presidenciales en el Capitolio de Colorado tiene una larga tradición. Para muchos, es un reconocimiento histórico; para otros, un acto de endiosamiento. En este caso, el retrato de Trump fue financiado con $10,000 recaudados por los republicanos del estado. Paradójicamente, fue un líder republicano —el senador Paul Lundeen— quien propuso que se encargue una nueva versión que represente mejor el “aspecto contemporáneo” de Trump.

Hasta ahora, no se ha iniciado oficialmente el proceso para obtener un nuevo retrato. Algunas voces del Partido Demócrata cuestionan si el retiro fue un acto de censura artística influido por el clamor político del expresidente.

Arte y poder: una relación compleja

La historia no es nueva. Las disputas sobre imágenes presidenciales y monumentos han existido desde hace siglos. Un ejemplo notorio se dio en 1947, cuando el retrato oficial de Franklin D. Roosevelt pintado por Elizabeth Shoumatoff fue guardado permanentemente porque el presidente falleció antes de que ella lo completase. Pero lo de Trump es diferente: la obra fue completada, aprobada y expuesta durante años.

La diferencia clave radica en las redes sociales y la figura hiper-mediatizada que representa Trump. Su capacidad para movilizar reacción inmediata a través de declaraciones en línea crea un entorno volátil en el que las instituciones ceden a la presión casi en tiempo real.

¿Se puede separar el arte del artista o del sujeto?

El caso también reabre una vieja pregunta filosófica: ¿puede el arte ser completamente apolítico cuando representa figuras tan cargadas simbólicamente como un expresidente? Incluso sin intención de satirizar o caricaturizar, todo retrato está mediado por la percepción del artista.

“Lo político es inevitable en el arte de lo público”, señala la historiadora del arte Lucy Lippard. En otras palabras, el simple hecho de representar a una figura de poder ya infunde ese trabajo con significados políticos, voluntarios o no. En el caso de Trump, cuyo paso por la presidencia estuvo marcado por divisiones profundas, cualquier representación suya es susceptible de convertirse en campo de batalla ideológico.

El impacto económico de la controversia

Para Boardman, las consecuencias han sido personales y económicas. Afirmó que sus encargos profesionales se han reducido de forma significativa, y teme que su estudio no sobreviva a este escándalo. Muchos artistas independientes dependen directamente de encargos y comisiones, y un escándalo de esta magnitud puede representar una sentencia de muerte financiera.

Lo irónico es que la artista no es activista ni ha manifestado afiliación partidista en el pasado. Pero el mero hecho de que su obra no cumpliera con las expectativas estéticas de Trump la convirtió en blanco de una campaña de desprestigio.

Reacciones encontradas

La remoción del retrato ha sido bienvenida por algunos sectores conservadores que consideraron justificada la crítica de Trump. Sin embargo, parte del público ha expresado preocupación por lo que podría verse como una forma de censura artística motivada por presiones políticas. Esto plantea preocupaciones sobre la autonomía de las instituciones culturales frente a la influencia de figuras públicas con grandes plataformas sociales.

Organizaciones defensoras de la libertad artística como la National Coalition Against Censorship han declarado: “Cuando los líderes institucionales retiran obras en respuesta a críticas personales, incluso si provienen de figuras poderosas, abren la puerta a un precedente peligroso de represión simbólica.”

¿Qué puede aprender Estados Unidos de esta experiencia?

La controversia está lejos de acabar. No solo porque falta decidir qué retrato reemplazará al retirado, sino porque refleja algo mucho más profundo: la imposibilidad de separar el legado político de Trump de lo cultural. La polarización del país ha alcanzado incluso el arte conmemorativo dentro de sus propias instituciones democráticas, y lo que antes era una práctica ceremonial ahora se convierte en un acto político de alto voltaje.

El caso de Sarah Boardman podría servir como punto de reflexión tanto para legisladores como para comunidades artísticas, sobre cómo manejar la representación visual de figuras polémicas sin caer en la censura ni en la manipulación mediática.

Hasta que no haya un acuerdo social más amplio sobre cómo quieren las sociedades recordar a sus líderes, los retratos como el de Trump seguirán siendo más que imágenes en un muro: serán espejos de nuestras divisiones y nuestros sueños incumplidos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press