De la Gran Depresión al presente: aranceles, crisis económica y el eterno retorno de errores históricos
Una mirada crítica a cómo la historia se repite en políticas económicas de EE.UU., desde la Ley Smoot-Hawley hasta el sueño de Trump por revivir los aranceles
Por décadas, la economía estadounidense ha oscilado entre la apertura y el proteccionismo. Entre estas oscilaciones se encuentran decisiones que marcaron profundamente el destino del país—una de ellas fue la ley de aranceles Smoot-Hawley, cuyas consecuencias devastadoras contribuyeron a la prolongación de la Gran Depresión.
Los años oscuros de la economía global
Para entender el resurgimiento actual de los aranceles como herramienta de política económica, es vital comprender el antecedente histórico: la Gran Depresión de 1929-1939. Iniciada con el derrumbe del mercado bursátil durante el llamado Martes Negro (29 de octubre de 1929), la economía global se sumergió en una crisis cuyos efectos se sintieron durante más de una década. En Estados Unidos, el producto interno bruto cayó un 30%, la tasa de desempleo alcanzó el 25% y más de 9,000 bancos quebraron.
La génesis del proteccionismo: Ley Smoot-Hawley
En el ojo del huracán económico se encontraba una política que, lejos de mitigar los problemas, los amplificó. En junio de 1930, el presidente Herbert Hoover firmó la Ley Arancelaria Smoot-Hawley, diseñada por el representante Willis Hawley (Oregón) y el senador Reed Smoot (Utah), ambos republicanos. Su objetivo era proteger a granjeros e industriales estadounidenses frente a la competencia extranjera mediante sustanciales aranceles a las importaciones.
El resultado fue desastroso: más de 1,000 economistas firmaron una carta advirtiendo que esta ley provocaría represalias comerciales y una contracción económica mundial, lo cual efectivamente ocurrió. Países como Canadá, Francia, y Alemania impusieron aranceles en respuesta, desencadenando una guerra comercial que hundió aún más al comercio internacional.
Una herramienta casi olvidada (hasta ahora)
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lideró la creación de un orden económico internacional basado en bajos aranceles y tratados multilaterales, a través de instituciones como el GATT (ahora la OMC). Se creía que al ser la economía más poderosa y tecnológicamente avanzada, Estados Unidos se beneficiaba más de los mercados abiertos.
Sin embargo, las ideas proteccionistas nunca desaparecieron del todo. Ya lo dijo el historiador económico Gary Richardson: “Cuando éramos más poderosos tras la Segunda Guerra Mundial, impusimos un régimen de bajos aranceles porque pensábamos que nos convenía”.
Donald Trump y el retorno del proteccionismo
Décadas después, en un giro curioso de la historia, surge la figura de Donald Trump, quien desde sus días como candidato presidencial en 2016 abogó por el regreso de los aranceles como instrumento de “defensa económica” estadounidense. Para Trump, los aranceles son más que una herramienta comercial: son símbolo de soberanía económica.
“En 1929 se abandonaron los aranceles y vino la Gran Depresión. Eso no hubiera pasado si se mantenía la política arancelaria”, declaró Trump en 2024. Pero sus afirmaciones no coinciden con los hechos históricos: como vimos anteriormente, fueron precisamente los aranceles de 1930 lo que profundizó la crisis.
Trump, Hoover y el espejo de la historia
Ambos presidentes comparten una narrativa de “autohechos hombres de negocios” que ven en la intervención y direccionamiento de la economía un bien patriótico. Sin embargo, las estrategias comunicacionales, los contextos y la forma de accionar de uno y otro son radicalmente distintas. Hoover, por ejemplo, intentó frenar la catástrofe dentro del marco legal existente y promoviendo el emprendimiento agrícola. Trump, en cambio, ha utilizado decretos y emergencias nacionales para aplicar unilateralmente aranceles a economías como China, México y la Unión Europea.
En el proceso, ha generado tensiones diplomáticas, inseguridad en los mercados globales y ha exaltado un discurso que vincula seguridad nacional con economía cerrada.
Tarifas para financiar el cuidado infantil: ¿una utopía moderna?
Como si todo esto fuera poco, Trump ha sugerido que los ingresos provenientes de aranceles podrían utilizarse para resolver problemas como el alto costo del cuidado infantil. Según el expresidente, se podrían recaudar “trillones de dólares” mediante estas tasas, y con eso financiar programas sociales clave.
Esto ha sido recibido con escepticismo por numerosos analistas. Karen Schulman, del Centro Nacional para la Ley de las Mujeres, advirtió: “El cuidado infantil ya era insostenible antes del COVID. Lo que vemos ahora es el colapso de un sistema que nunca estuvo bien financiado”.
Durante la pandemia, el Congreso aprobó $24 mil millones para reforzar proveedores de cuidado infantil y $15 mil millones para becas asistenciales. Ese dinero expiró en septiembre de 2023, y los programas estatales empezaron a cerrarse o a establecer listas de espera. Actualmente, regiones como Arizona, Colorado e Idaho han suspendido nuevos ingresos al sistema de becas o han reducido los umbrales de ingresos para poder acceder a ellas.
Los efectos colaterales del desfinanciamiento
La falta de asistencia genera historias como la de Janeth Ibarra, una trabajadora del cuidado infantil en Phoenix que gana $16.50 la hora y debe pagar $1,200 al mes en cuidado infantil, a pesar de su descuento laboral. O la de Brooklyn Newman, una madre trabajadora que, tras su divorcio, debió mudarse con sus dos hijos a un tráiler y trabajar por las noches para pagar el preescolar, mientras sus hijos esconden su mouse para que no trabaje tanto.
Ambas historias no son aisladas. Son el síntoma de una red nacional de cuidado infantil colapsada, cuyos pilares están sostenidos casi exclusivamente por trabajadoras mal pagadas y políticas inestables, según Ruth Friedman, ex directora de la Oficina de Cuidado Infantil en la administración Biden.
¿Volver al pasado o construir el futuro?
El intento de Trump de vincular la recaudación vía aranceles con el financiamiento del cuidado infantil muestra una lógica simplista: el Estado como caja recaudadora a través del comercio exterior. Pero los economistas advierten que los aranceles tienden a encarecer los productos importados, reduciendo la capacidad adquisitiva de los hogares y haciendo más difícil, no más fácil, la vida de las familias trabajadoras.
Además, no hay garantía de que esos ingresos fueran dirigidos a programas sociales, especialmente si el resto del presupuesto estatal sigue afectado por recortes o beneficios fiscales a grandes corporaciones, como ha impulsado el Partido Republicano en más de una ocasión en la última década.
Lecciones que valen su peso en oro
- Los aranceles no son una panacea. Sus impactos macroeconómicos suelen ser negativos en el largo plazo.
- Volver a políticas de hace 100 años omitiendo sus consecuencias es negar el pensamiento histórico.
- Las crisis estructurales, como el colapso del cuidado infantil, requieren soluciones estructurales, no parches ideológicos.
Como dijo Herbert Hoover en 1930: “Las heridas económicas no pueden curarse por leyes ni por declaraciones ejecutivas. Deben ser curadas por los propios productores y consumidores”. Tal vez hoy, más que nunca, necesitamos menos propaganda y más diagnósticos reales sobre el verdadero costo de repetir errores del pasado.