Kinshasa bajo el agua: lluvias mortales, abandono estatal y una crisis creciente en el corazón del Congo
Las inundaciones en la capital congoleña dejaron 33 muertos y expusieron la vulnerabilidad de una ciudad olvidada por su propio gobierno mientras enfrenta desastres simultáneos
Por Redacción
Una ciudad sumergida
La ciudad de Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, se ha convertido en escenario de una dramática emergencia humanitaria tras las intensas lluvias que comenzaron la semana pasada y que ya han dejado al menos 33 muertos. Las precipitaciones desbordaron el río Ndjili el viernes, provocando inundaciones devastadoras que arrasaron caminos, infraestructura y barrios enteros.
Según el Ministro del Interior, Jacquemin Shabani, diez nuevas muertes fueron confirmadas el domingo por la noche, sumándose a las 23 reportadas previamente. La mayoría de las víctimas fallecieron a causa de derrumbes de muros provocados por la fuerza del agua.
Los barrios más afectados quedaron aislados, con rutas completamente intransitables. El principal acceso al aeropuerto y conexión con el resto del país fue dañado seriamente. Aunque las autoridades anunciaron que la vía estará restaurada en 72 horas, la movilidad sigue comprometida.
Furia ciudadana: “El gobierno nos ha abandonado”
En medio del lodo, el caos y los gritos de auxilio, la indignación crece en Kinshasa. Muchos residentes acusan al gobierno de responder con lentitud al desastre. “Hemos estado atrapados dos días sin ayuda, sin agua, sin comida”, decía Jean Mbala, vecino del barrio Masina.
Las lluvias afectaron gravemente las instalaciones de agua potable en al menos 16 comunas, según confirmó el Ministerio del Interior, dejando a miles sin acceso a este recurso básico. Los suministros humanitarios llegan con cuentagotas, y la infraestructura colapsada dificulta el despliegue de la ayuda.
Shelters improvisados y promesas presidenciales
El gobierno ha habilitado hasta ahora cuatro refugios de emergencia, en los cuales cientos de familias desplazadas intentan reorganizar sus vidas. Las condiciones en estos espacios son mínimas: baños improvisados, colchones compartidos y poca comida.
El presidente Félix Tshisekedi anunció que visitaría las zonas afectadas y a los heridos en hospitales, intento que ha sido interpretado por algunos como un gesto tardío. “El presidente viene ahora, pero ¿dónde estuvo cuando más lo necesitábamos?”, exclamó una residente entre lágrimas.
Una historia que se repite: Kinshasa 2022
Esta no es la primera vez que Kinshasa se enfrenta a una tragedia similar. En diciembre de 2022, lluvias torrenciales también provocaron deslizamientos de tierra e inundaciones que causaron la muerte de al menos 100 personas, según datos de las autoridades congoleñas.
Desde entonces, los expertos habían advertido sobre la urgente necesidad de mejorar el drenaje urbano, establecer sistemas de alerta temprana y reubicar comunidades en riesgo, recomendaciones que parecen haber sido ignoradas. El resultado, una y otra vez, es la tragedia.
El cambio climático intensifica una infraestructura colapsada
Las lluvias intensas en Kinshasa son parte de un fenómeno más amplio de cambio climático y urbanización caótica. Con más de 17 millones de habitantes, Kinshasa es una de las ciudades de más rápido crecimiento en África y del mundo. Su expansión ha sido informal, con barrios que crecen al borde de ríos sin planificación urbana.
Según un informe del ReliefWeb, menos del 10% de la ciudad cuenta con un sistema de drenaje adecuado, lo cual agudiza el impacto de lluvias incluso moderadas.
Un país, múltiples emergencias
Mientras Kinshasa lucha contra el agua, el este del país vive su propia catástrofe humanitaria. Más de 6 millones de congoleños han sido desplazados en los últimos años debido a los enfrentamientos entre el ejército nacional y diversos grupos rebeldes que operan cerca de las fronteras con Ruanda y Uganda.
En febrero de este año se reportaron nuevos ataques en la provincia de Ituri, los cuales forzaron el desplazamiento de más de 400.000 personas en apenas semanas, según la ONU. La combinación de conflictos bélicos, hambruna y desastres naturales mantiene al Congo en una crisis permanente de salud, alimentación y seguridad.
La respuesta internacional: lenta y difusa
A pesar de la magnitud del desastre en Kinshasa, la comunidad internacional ha reaccionado con una lentitud alarmante. Mientras organizaciones como Médicos Sin Fronteras y Naciones Unidas mantienen presencia en la región oriental, la capital parece no entrar en los radares prioritarios.
“Las ONG están saturadas atendiendo desplazados en Goma, y la capital, irónicamente, está desamparada”, explica Marie Kimbuta, socióloga y trabajadora humanitaria con 20 años de experiencia en la región. “Necesitamos más manos, más fondos, pero sobre todo un plan real para prevenir que esto ocurra cada dos años.”
Voces desde el terreno
Mientras tanto, la vida continúa entre la adversidad. En el barrio de Limete, voluntarios organizan cocinas comunitarias con lo poco que queda; en Matete, jóvenes rescatan bicicletas y camas atrapadas en el lodo. Una iglesia transformó su templo en comisariado de ayuda y hasta en hospital improvisado.
Jacqueline Ndala, madre de tres hijos, comenta mientras raciona arroz entre 12 damnificados: “No espero nada del gobierno. Nos tenemos solo entre nosotros”.
Su vecina, Esther Luemba, no ha podido encontrar a su padre desde hace cuatro días. “Salió a buscar agua y nunca regresó. Revisamos morgues, hospitales… nada.”
¿Y ahora qué?
Expertos urbanistas alertan que las soluciones deben ir más allá de la respuesta inmediata. Requieren desde políticas de gestión del riesgo hasta remodelación completa del sistema de drenaje urbano; reubicación de comunidades vulnerables y fortalecimiento de la gobernanza local.
Para lograrlo, el país necesita voluntad política y cooperación internacional real. Quizá el desastre de 2024 sea el detonante para entender que, en Congo, las inundaciones no son naturales: son prevenibles.
Y que cada muro que colapsa, cada río desbordado, cada madre que pierde a su hijo es responsabilidad, no solo de la lluvia, sino del olvido institucional.