El costo oculto de los aranceles: cómo una isla australiana se convirtió en víctima colateral de la guerra comercial de EE. UU.
La historia de Kooshoo, una pequeña empresa sostenible en Norfolk Island, revela los efectos absurdos de las medidas comerciales impuestas por la administración Trump
Un enclave remoto cruelmente atrapado en el fuego cruzado
Norfolk Island, una pintoresca isla en el Pacífico Sur con apenas 2,000 habitantes, se perfila como una víctima inesperada de la política comercial exterior de los Estados Unidos. Este pequeño enclave australiano, de apenas 8 kilómetros de largo por 5 kilómetros de ancho, ha sido afectado por aranceles del 29% debido a una aparente confusión geográfica o burocrática.
El caso de Jesse Schiller y Rachel Evans, propietarios de la empresa Kooshoo —que significa “sentirse bien” en Norf’k, el creole local— ilustra el impacto real y absurdo que una guerra comercial mal dirigida puede tener en emprendimientos que representan todo lo contrario de lo que esos aranceles intentan combatir.
El fenómeno Kooshoo: sostenibilidad desde los confines del mundo
Fundada en Vancouver hace más de 15 años, Kooshoo fabrica accesorios para el cabello sin plásticos, comercializados principalmente en Estados Unidos (más del 80% de sus ventas). Los productos están hechos en Japón e India, lo que hace que estén sujetos a aranceles del 24% y 26%, respectivamente, debido a las políticas comerciales que impuso la administración de Donald Trump.
Pero el caso se vuelve especialmente rocambolesco cuando se considera que Norfolk Island, parte de un territorio externo de Australia, fue incluida con un arancel del 29% —el segundo más alto en la lista—, muy por encima del resto de Australia, que fue gravada con un 10%. Incluso islas totalmente deshabitadas como Heard y McDonald no escaparon a los aranceles globales, lo que da cuenta de la arbitrariedad de la medida.
¿Una confusión de Norfolks?
Schiller explicó que una de las teorías más aceptadas en la isla es que la administración estadounidense confundió Norfolk Island con Norfolk, Virginia (EE. UU.), o Norfolk, Reino Unido. “Es probable que algunos papeles de aduana mal etiquetados hayan contribuido al error… algo que podría haberse verificado fácilmente”, comentó Schiller.
Lo que pudo haber sido un simple malentendido se convirtió en un nuevo obstáculo para este pequeño negocio con valores ecológicos y de comercio justo. La ironía es palpable: la aplicación de aranceles pensados para proteger la industria estadounidense perjudica a un microemprendimiento que representa todo lo que las nuevas economías buscan fomentar.
Un legado de resiliencia: la historia de Rachel Evans
Rachel Evans no es nueva en desafíos. Como descendiente directa de uno de los amotinados del HMS Bounty —episodio famoso que incluso ha sido llevado al cine por Hollywood—, Evans proviene de una línea de supervivientes e innovadores. Los amotinados se establecieron inicialmente en las Islas Pitcairn y sus descendientes fueron trasladados décadas después a Norfolk Island.
Evans creció en medio de una cultura de autosustentabilidad y respeto por el entorno, valores que son el corazón de Kooshoo. El hecho de que su negocio ahora se vea afectado por políticas comerciales impuestas a miles de kilómetros de distancia es una ironía que no se le escapa.
El sinsentido global de las guerras comerciales
Según datos de la Organización Mundial del Comercio, la imposición de aranceles como política de presión rara vez conlleva los resultados esperados. En el caso de la administración Trump, el aumento de aranceles lejos de reducir el déficit comercial con China y otros países, lo incrementó en ciertos segmentos. Para territorios como Norfolk Island, la aplicación de estas políticas se vuelve todavía más surrealista.
Mientras tanto, grandes naciones como India y Japón protestaron diplomáticamente las medidas. Norfolk Island, sin embajadores ni representantes en Washington, no tiene tal poder. El caso de Kooshoo demuestra que en la era global, hasta el más remoto rincón puede pagar el precio de errores geopolíticos.
La paradoja de ser ecológico en un entorno económico hostil
“Definitivamente, a corto plazo encontraremos una forma de adaptarnos”, asegura Evans con serenidad. Pero el problema no es solo de ellos. Representan a toda una generación de emprendedores éticos que buscan cambiar el mundo desde su trinchera. Producen con materiales reciclables, en fábricas con condiciones laborales éticas, reducen la huella de carbono, y distribuyen sus productos en empaques biodegradables.
Pero lo que no pueden evitar es el castigo económico de una decisión basada en premisas falsas o burocracia errónea.
¿Qué nos dice este caso sobre la globalización hoy?
El caso de Kooshoo y Norfolk Island muestra las fracturas de una globalización mal gestionada. Si bien se nos ha repetido que vivimos en un mundo interconectado, la aplicación de medidas proteccionistas sigue marcando el paso de la economía global, incluso si con ello se afecta a terceros inocentes e insignificantes en términos de volumen comercial.
Este caso se puede extrapolar a miles de pequeñas empresas que, sin representar grandes amenazas ni mercados, son víctimas colaterales de decisiones geopolíticas que priorizan intereses nacionales en abstracto sobre la realidad práctica.
Futuro incierto, pero compromiso firme
Por ahora, Kooshoo busca mantenerse a flote. Están analizando formas de distribuir desde otros países o buscar asociaciones para minimizar los aranceles. Sin embargo, lo que queda cada vez más claro es que los emprendimientos sustentables necesitan también entornos políticos estables para desarrollarse.
Rachel Evans y Jesse Schiller seguirán adelante gracias a su espíritu resiliente. Pero su caso debería ser una advertencia para gobiernos y organismos internacionales sobre los costos humanos de las malas políticas.
Por qué deberíamos prestar atención a las "pequeñas" historias
En un mundo donde las narrativas dominantes giran en torno a gigantes como Amazon, Tesla o Apple, es fácil pasar por alto las historias como la de Kooshoo. Pero son estas pequeñas empresas las que personifican los valores que decimos querer promover: sostenibilidad, comercio justo, producción local y responsabilidad ambiental.
Cuando una política mal implementada afecta a una empresa como Kooshoo, lo que está en juego no es solo su rentabilidad, sino la viabilidad de todo un modelo alternativo de desarrollo económico más consciente.
Combatir el cambio climático, promover empleos dignos y reducir la desigualdad no se logra solo con discursos ni grandes inversiones, sino también permitiendo que florezcan propuestas distintas desde donde menos las esperamos. Y eso empieza por entender que una isla remota como Norfolk Island también importa.