Trump, los aranceles y la guerra comercial que podría cambiar el rumbo de la economía global
Una mirada crítica a la política arancelaria del expresidente y su impacto en mercados, universidades y aliados históricos de EE.UU.
Por qué los aranceles masivos podrían poner en jaque tanto a la economía estadounidense como a sus relaciones exteriores.
El regreso de la guerra comercial con el sello Trump
Desde su retorno a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha resucitado una de sus banderas más controvertidas: el uso de aranceles generalizados como herramienta para corregir los desequilibrios comerciales que, en su opinión, han perjudicado a Estados Unidos durante décadas.
El miércoles pasado, entraron en vigor nuevos impuestos a la importación sobre decenas de países y territorios. Las medidas incluyen una tarifa “base” del 10% sobre prácticamente todos los bienes importados, y aranceles “recíprocos” que superan el 50% en casos como el de Lesoto, una nación africana con escasa influencia comercial sobre EE.UU.
Para Trump, estas acciones buscan restaurar la justicia económica y proteger la industria estadounidense. Pero ¿realmente cumplen ese objetivo o están profundizando otros males económicos?
¿Qué son los aranceles y para qué sirven?
Los aranceles son impuestos sobre bienes importados con el fin de encarecerlos frente a productos nacionales. Se trata de una política que formó parte esencial del proteccionismo económico durante el siglo XIX y gran parte del XX. Pero en la era de la globalización, su uso sistemático es considerado peligroso por el consenso general de los economistas.
Trump ve en ellos una solución “todo en uno” para múltiples problemas: recuperar empleos, reducir el déficit comercial, estimular la industria nacional y frenar la inmigración y el tráfico de drogas, entre otros. Una panacea para revertir lo que considera décadas de abuso extranjero.
El problema es que los efectos colaterales de esta herramienta tienden a superar a sus potenciales beneficios.
Economistas: alarmas encendidas
“Hay una profunda ironía en que Trump hable de injusticia económica cuando Estados Unidos estaba teniendo uno de sus mejores periodos de crecimiento, mientras el resto de las grandes economías sufrían estancamiento”, comentó Eswar Prasad, profesor de Cornell University, al analizar el momento elegido por Trump para iniciar esta política.
Desde el anuncio del nuevo paquete arancelario el 2 de abril de 2025, el índice S&P 500 ha perdido un 12% de su valor. La volatilidad ha sacudido a los mercados financieros, como si estuvieran anticipando una recesión económica.
Muchos expertos advierten que la obsesión de Trump con el desequilibrio comercial refleja una visión distorsionada del funcionamiento global de la economía.
El mito del déficit comercial
Estados Unidos ha acumulado déficits comerciales por más de 50 años consecutivos. En 2024, el déficit en bienes y servicios se ubicó en $918 mil millones. Sin embargo, esto no significa que el país esté perdiendo.
“No hay razón para pensar que un déficit comercial mayor implique menor crecimiento”, afirmó Maurice Obstfeld, economista de la Universidad de California en Berkeley y ex jefe del FMI.
Al contrario, los déficits comerciales suelen aumentar en épocas de bonanza, porque los ciudadanos consumen más y buena parte del consumo se destina a productos importados. Además, están ligados a la baja tasa de ahorro del país. La solución, según los economistas, no es cerrar fronteras comerciales, sino fomentar el ahorro interno.
Universidades como campo de batalla
La política arancelaria de Trump no se limita al comercio, también se ha convertido en un instrumento de presión política y cultural. Esta semana, la Casa Blanca anunció la congelación de más de $1.000 millones en financiamiento federal a Cornell University y $790 millones a Northwestern, con la justificación de presuntas violaciones a derechos civiles.
Las universidades, según el gobierno, habrían fallado en garantizar la seguridad de estudiantes judíos durante protestas en sus campus, relacionadas con la guerra en Gaza. Aunque hasta ahora no se han presentado pruebas concluyentes, la administración ya ha usado la misma estrategia contra instituciones como Columbia University y la Universidad de Pensilvania.
“Nunca habíamos visto nada igual. Es una intrusión sin precedentes en la autonomía universitaria”, declaró un portavoz de Columbia ante las demandas de aceptar cambios en su política institucional para recuperar financiamiento.
Republicanos divididos: entre la lealtad y la preocupación
En una escena inusual, varios senadores republicanos han comenzado a cuestionar abiertamente las políticas de Trump.
Thom Tillis, senador por Carolina del Norte, increpó en audiencia pública al representante comercial de EE.UU., Jamieson Greer: “¿A quién le puedo ir a apretar el cuello si todo esto sale mal?”. Su estado ha recibido fuertes inversiones extranjeras para manufactura, ahora amenazadas por los nuevos aranceles.
Del mismo modo, el senador Steve Daines expresó su preocupación por el impacto inflacionario: “¿Quién pagará estos altos aranceles? El consumidor. Estoy preocupado por los efectos sobre la inflación, las exportaciones y los empleos”.
No obstante, otros como Ralph Norman, representante por Carolina del Sur, se mantienen firmes: “Es doloroso, pero necesario. El presidente está en el camino correcto”.
Impacto en la industria y agricultores estadounidenses
Fabricantes, agricultores y consumidores son los tres grupos más golpeados por el giro arancelario. La industria se resiente por el aumento en el costo de materias primas importadas, como acero y aluminio, fundamentales para la producción local.
Al mismo tiempo, los retaliaciones comerciales —como la de China contra productos agrícolas estadounidenses— están dejando a los granjeros sin mercados de destino. En estados como Iowa o Dakota del Norte, la exportación de soya, maíz y carne ha caído notablemente desde que Pekín impuso aranceles de respuesta en 2025.
“Mi producción está detenida. He invertido millones trasladando operaciones a Vietnam desde China, y ahora también enfrentamos aranceles allí”, dijo un empresario al senador James Lankford, visiblemente frustrado por la falta de claridad en la política comercial del gobierno.
El rol del Congreso y los límites del poder presidencial
Históricamente, el Congreso tenía la autoridad constitucional sobre la política comercial de EE.UU. Sin embargo, en las últimas décadas se ha cedido gran parte de ese poder al Ejecutivo.
Ante la creciente preocupación, congresistas como Chuck Grassley han propuesto leyes bipartidistas para retomar el control sobre la imposición de nuevos aranceles. A pesar de tener apoyo, estas propuestas enfrentan una férrea oposición de la Casa Blanca, que ya ha anunciado su intención de vetarlas.
Senadores afines a Trump, como Markwayne Mullin, alegan que “el Congreso se mueve al ritmo de una tortuga” y que solo el presidente puede reaccionar con rapidez en política comercial.
Pero el senador John Kennedy, también republicano, se queja del caos comunicativo dentro de la Casa Blanca. “Es imposible triplicar los aranceles al mundo siendo la mayor economía de la historia sin que todo parezca un desorden”, apuntó.
Un juego riesgoso con más pérdidas que ganancias
Aunque el enfoque de Trump ha encendido el fervor de sus bases y ha puesto sobre la mesa discusiones legítimas —como la desindustrialización del país y el abuso de subsidios por parte de otros gobiernos—, el método elegido parece torpe y posiblemente contraproducente.
La búsqueda de “justicia económica” por medio del proteccionismo no solo está afectando la estabilidad macroeconómica, sino también las relaciones diplomáticas con aliados históricos, incluyendo Canadá, Japón y Alemania.
Además, la utilización del financiamiento público como herramienta de castigo político rompe con tradiciones fundamentales de autonomía académica y libertad de expresión.
Así, la estrategia de Trump no solo plantea interrogantes sobre el comercio, sino también sobre el futuro del liderazgo estadounidense en el sistema global que contribuyó a construir tras la Segunda Guerra Mundial.