¿Justicia o injusticia? El caso de Ksenia Karelina y la delgada línea entre la traición y la solidaridad

La historia de una bailarina rusa-estadounidense condenada por donar $52 a una causa humanitaria y liberada en un polémico intercambio de prisioneros entre EE. UU. y Rusia

Ksenia Karelina (también conocida como Ksenia Khavana) se convirtió en protagonista involuntaria de una polémica internacional después de ser detenida, enjuiciada y condenada por traición en Rusia. ¿La razón? Hacer una donación de apenas $52 a una organización humanitaria relacionada con Ucrania. Ahora, tras un controvertido intercambio de prisioneros entre Rusia y Estados Unidos, Karelina ha sido liberada. Pero este caso va más allá del destino de una sola persona: cuestiona los límites de la libertad de expresión, el uso de las leyes de seguridad nacional y el rol de las potencias mundiales en un clima geopolítico hostil.

¿Quién es Ksenia Karelina?

Nacida en Rusia, Karelina emigró a Estados Unidos como estudiante universitaria. Se graduó de la Universidad de Maryland en Baltimore y se estableció en Los Ángeles, donde trabajó durante años en un spa en Beverly Hills. Su historia es la de muchos inmigrantes: búsqueda de libertad, realización personal y una vida alejada del conflicto político.

Trabajadora dedicada y bailarina, era apreciada por sus compañeros y clientes. Según Isabella Koretz, su antigua empleadora, no tenía parientes cercanos en Estados Unidos. Su familia seguía en Rusia, y ella los visitaba cada año. Fue justamente durante una visita a sus padres, su hermana menor y su abuela de 90 años en enero de 2024 cuando fue arrestada en la ciudad de Ekaterimburgo.

La acusación: una donación de $52

La narrativa oficial rusa alega que Karelina donó dinero a una organización estadounidense —Razom for Ukraine— y participó en actos públicos de apoyo a Ucrania. La donación específica fue de $51.80, y según el Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB), ese dinero habría sido utilizado para adquirir medicinas tácticas, equipos e incluso armas para el Ejército ucraniano.

Esto, según el Kremlin, la convirtió en una traidora. De acuerdo a la legislación rusa más reciente, endurecida tras el inicio de la invasión a Ucrania en 2022, estas acciones pueden considerarse traición, con penas que van desde largos años de prisión hasta cadena perpetua.

Pero familiares y amigos niegan con vehemencia esta versión. Koretz explicó que Karelina solo había recaudado ayuda humanitaria, especialmente fórmulas para bebés y pañales. En otras palabras, no se destinó nada a armamento.

¿Qué es Razom for Ukraine?

Razom for Ukraine es una organización sin fines de lucro registrada en Estados Unidos, creada por la diáspora ucraniana para brindar ayuda a las víctimas de la invasión. Su directora ejecutiva, Dora Chomiak, reaccionó de forma contundente a la liberación de Karelina:

“Estamos increíblemente agradecidos de que esté libre, pero el trabajo no terminará hasta que todos los estadounidenses y ucranianos detenidos injustamente en territorio ruso sean liberados y las ambiciones de Rusia de destruir Ucrania sean derrotadas”.

Esta declaración deja en claro que la condena fue vista por muchos como un acto de represión política y no como la aplicación justa de la ley.

Un intercambio con sabor a Guerra Fría

La excarcelación de Karelina no fue el resultado de un cambio de posición del Kremlin. Obedeció a un intercambio de prisioneros con Estados Unidos, que liberó a Arthur Petrov, un ciudadano ruso-alemán detenido por contrabando de microelectrónica sensible.

Petrov fue arrestado en Chipre en agosto de 2023 y extraditado a EE. UU. por cargos relacionados con el traslado ilegal a Rusia de tecnología occidental que podría tener usos militares, según el Departamento de Justicia estadounidense.

El canje se realizó discretamente en Abu Dabi. La elección de ese lugar neutral, así como la total opacidad del proceso, recuerda a los intercambios de espías durante la Guerra Fría.

La delgada línea entre la seguridad y la represión

El uso de cargos como "traición" está cada vez más extendido en Rusia contra activistas, periodistas e incluso ciudadanos comunes que expresan opiniones contrarias a la oficialista. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, se ha condenado a decenas de personas por actos tan básicos como emitir una opinión en redes sociales o donar a ONGs que ayudan a civiles ucranianos.

En el caso de Karelina, su doble ciudadanía no la salvó. De hecho, pudo haber jugado en su contra. Las autoridades rusas no reconocen la doble ciudadanía en su sistema legal, lo que permite tratarlos como ciudadanos rusos exclusivamente, sin la protección de su segundo pasaporte. Esto deja en total indefensión a personas como Karelina, atrapadas entre dos mundos.

Rusia y la represión contra dobles ciudadanos

Casos como el de Evan Gershkovich, periodista del Wall Street Journal, también detenido en Rusia y acusado de espionaje, refuerzan la idea de que el Kremlin está usando a ciudadanos con doble nacionalidad como fichas de negociación diplomática.

De hecho, en el último año más de una docena de estadounidenses han sido arrestados en Rusia bajo severas acusaciones. Algunos logran su libertad mediante presiones diplomáticas o intercambios, como el caso de Brittney Griner, basquetbolista profesional liberada tras un canje por un traficante de armas ruso.

¿Quién marca los límites de la solidaridad?

En el fondo, el caso de Karelina plantea una pregunta esencial: ¿es posible hacer solidaridad internacional sin temor a la criminalización? Aparentemente no en Rusia, donde todas las formas de apoyo a Ucrania son interpretadas como un acto de traición.

El problema es que ni siquiera se consideró la evidencia de que la donación estaba destinada a fines médicos y humanitarios. El aparato judicial ruso jugó su guion sin lugar para considerar atenuantes o contexto.

Una victoria con sabor a injusticia

Aunque Karelina está libre y camino a casa, la sensación que deja este caso es agridulce. Se logró la liberación, sí, pero no porque fuera inocente, sino porque fue útil en una negociación geopolítica.

Además, se abre la puerta a nuevas detenciones arbitrarias. Si donar a una ONG es traición, si salir en una manifestación de apoyo a Ucrania en otro país es motivo de encarcelamiento, entonces todas las libertades están bajo amenaza. Y si el precio de la libertad depende de una moneda de cambio, el principio de justicia se desvirtúa.

Ksenia Karelina es una víctima de su tiempo: de una guerra que va más allá del frente, de una política de Estado represiva y de una diplomacia internacional donde la vida humana es moneda de canje. Su historia es también una advertencia para quienes se atreven a tener una voz disidente o a practicar la solidaridad transfronteriza en tiempos de polarización extrema.

¿Cuántas más deberán pasar por lo mismo antes de que la justicia deje de depender del contexto político?

En el futuro inmediato, más allá de los titulares y los comunicados oficiales, queda por ver si la liberación de Karelina servirá como precedente para acabar con estas detenciones o, por el contrario, si alentará a otros regímenes autoritarios a seguir usándolas como instrumento de presión internacional.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press