El futuro incierto de los camaroneros del Golfo: ¿salvación a través de aranceles?

La batalla de los camaroneros estadounidenses contra las importaciones baratas, los aranceles de Trump y la especulación política

Palacios, Texas – En la costa del Golfo de México, lejos de las oficinas de Wall Street y de los pasillos del Congreso, se libra una batalla silenciosa por la supervivencia de una industria tan antigua como sabrosa: la pesca de camarón. Asfixiada por la avalancha de importaciones baratas, sin subsidios gubernamentales y con márgenes de ganancia cada vez más simbólicos, la comunidad de camaroneros estadounidenses observa con esperanza –y cierta preocupación– los vaivenes de la política comercial del expresidente Donald Trump.

Una industria hundida por la competencia extranjera

Para Reed Bowers, propietario de Bowers Shrimp Farm en Palacios, Texas, los últimos años han sido una prueba de resistencia. "Ha sido duro. Hemos tenido que despedir personal, reducir horas de trabajo... cualquier cosa para sobrevivir", reconoce. Su situación no es única. La industria camaronera estadounidense ha visto cómo las importaciones baratas, especialmente de India, China y Sudamérica, inundan el mercado nacional, abaratando el precio del camarón a niveles insostenibles.

Según la Southern Shrimp Alliance, desde 2021 el valor de las importaciones de camarón en EE.UU. ha disminuido más de $1,500 millones, erosionando en casi un 50% el valor de mercado del camarón doméstico.

El 90% del camarón consumido en EE.UU. es importado, muchas veces proveniente de granjas acuícolas extranjeras financiadas por multimillonarias inversiones y operando bajo condiciones laborales y sanitarias que serían ilegales en Estados Unidos. Bowers lo resume así: "No creo en el libre comercio, sino en el comercio justo".

Tarifas: ¿el salvavidas del Golfo?

En este clima de desesperación, los camaroneros ven en los aranceles una posible tabla de salvación. La política proteccionista de Trump ha generado división a nivel nacional pero, en los puertos camaroneros, ha encendido una chispa de esperanza.

Craig Wallis, veterano camaronero y propietario de W&W Dock & Ice, resume el dilema: "Necesitamos que haya un equilibrio. Las tarifas pueden ayudarnos, pero si suben demasiado los costos de nuestros equipos por esos mismos aranceles, nos dañan." Los costos de redes, cables, cadenas y demás materiales ya están aumentando.

Wallis, de 72 años y votante declarado de Trump, teme un escenario en que su país pierda el control incluso del Golfo de México –rebautizado en un guiño proteccionista como el "Golfo de América"– y en el que hasta los barcos en sus aguas pertenezcan a empresas extranjeras.

Restaurantes que apuestan por el producto local

Phan Tran, dueño de Tran’s Family Restaurant, también en Palacios, ejemplifica la resistencia del producto local. Su familia dejó los barcos hace 25 años, pero sigue conectada con los camaroneros: "No queremos importar camarones. Sabemos lo que conlleva. Sabemos lo que comemos", dice Tran, quien compra directamente a los pescadores del día.

Para él, el sabor marca la diferencia: "El gusto, la textura, el tamaño... puedes notar la diferencia entre un camarón doméstico y uno importado". Antes tenían un letrero en la ventana del restaurante que decía: "Los amigos no dejan que sus amigos coman camarones importados". Lo quitaron por las quejas de algunos, pero Tran admite: "Seguimos creyendo en eso".

La otra cara: el costo político y económico de los aranceles

Mientras los camaroneros aguardan medidas que les favorezcan, el resto del país lidia con las consecuencias económicas de esas políticas arancelarias. Las bolsas estadounidenses se tambalean. En medio de la incertidumbre, los índices bursátiles registraron caídas históricas:

  • S&P 500: -3.5%
  • Dow Jones: -2.5%
  • Nasdaq: -4.3%
  • Russell 2000: -4.3%

Los aranceles del 145% anunciados para las importaciones chinas generaron reacciones inmediatas en los mercados. A pesar de un repunte anterior, el miedo se apoderó de los inversores al conocerse la cifra final.

Incluso el petróleo cayó más de un 3%, en un reflejo del nerviosismo económico global frente a una posible guerra comercial prolongada.

El juego de poder en Washington

En medio de este contexto, la congresista republicana Marjorie Taylor Greene protagonizó un movimiento inusual: mientras el mercado se desplomaba por el miedo a los aranceles, ella multiplicó sus compras. Adquirió acciones de compañías afectadas como Lululemon, Dell y Amazon –una maniobra que ha despertado sospechas sobre conflicto de interés.

Greene, una ferviente defensora de Trump, justificó su estrategia financiera indicando que tiene un fiduciario que maneja sus inversiones. Pero sus movimientos han reabierto el debate sobre la conveniencia de que políticos activos puedan operar libremente en los mercados.

En sus redes sociales, Greene escribió: "Los aranceles son una herramienta poderosa para proteger nuestros intereses nacionales. Ganaremos esta guerra comercial".

El Congreso ha tratado de limitar este tipo de transacciones con proyectos de ley como el End Congressional Stock Trading Act, sin éxito hasta la fecha.

¿Cuál es el futuro del camarón estadounidense?

De momento, los camaroneros como Reed Bowers y Craig Wallis siguen apostando por su oficio y esperan que las políticas arancelarias nivelen el campo de juego. Su esperanza es que los precios de importación aumenten, lo que haría que el camarón doméstico se vuelva más competitivo.

Pero, como reconoce Wallis, eso no depende solo del mercado: "Todos los meses tengo facturas, aunque solo pueda salir a pescar medio año." La pesca de camarón en el Golfo es más que un negocio: es una tradición, una cultura, y para muchos, simplemente, su vida.

En un mundo globalizado donde lo barato parece ser la opción dominante, los camaroneros de Texas se resisten a ser una estadística más en la lista de industrias desaparecidas. Ellos creen que aún hay sabor, valor y orgullo en el producto local... pero necesitan que el resto del país también lo crea.

¿Importar o consumir local? La decisión es tuya

Como nos recuerda Tran desde su restaurante: "Mientras tengamos negocio, compraremos directamente del muelle". Y quizás esa sea la clave. Más allá de las tarifas, de los políticos o de la bolsa, el futuro de la pesca de camarón estadounidense está también en las manos –y los paladares– de sus consumidores.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press