La guerra de aranceles de Trump: ¿El fin de la era de bienes baratos para EE. UU.?

Las nuevas tarifas impulsadas por Donald Trump podrían transformar el comercio global, traer manufactura de vuelta a EE. UU., pero a costa de más inflación y tensiones internacionales

La estrategia arancelaria de Trump y su impacto inmediato

El expresidente Donald Trump ha reavivado la guerra comercial con una serie de aranceles que amenazan con redefinir el paisaje económico de Estados Unidos. En este nuevo capítulo, el enfoque es imponer una tarifa general del 10% a todas las importaciones, además de medidas específicas mucho más agresivas, como un 145% en productos de China, el tercer mayor proveedor del país.

El objetivo declarado es claro: repatriar empleos manufactureros y fortalecer la industria estadounidense, pero la estrategia tiene un alto costo para los consumidores, quienes ya están comenzando a sentir el aumento de los precios en una amplia gama de productos.

Precios al alza: las primeras evidencias

Según datos de ShipHero LLC, empresa que rastrea precios de millones de productos, el anuncio de Trump provocó un aumento inmediato del 3,9% en los precios de numerosos bienes en plataformas de comercio electrónico. La empresa estima que analiza alrededor del 1% del total del e-commerce en EE. UU., lo que convierte su información en un termómetro representativo del mercado.

Además, firmes como el Bank of America advierten que el precio promedio de un automóvil podría subir hasta $4,500 dólares. Esto se añade a una situación ya tensa, donde el costo promedio de un vehículo nuevo ronda los $48,000.

¿Dónde duele más? Tecnología, ropa y juguetes

La ropa, los teléfonos móviles, los productos del hogar y los juguetes están entre los sectores más golpeados. Según la Footwear Distributors and Retailers of America, en 2023, el 44% del calzado, el 26% de la ropa y el 80% de los juguetes vendidos en EE. UU. fueron importados desde China, por lo que ahora enfrentarán un encarecimiento potencial sin precedentes.

Apple, por ejemplo, que importó más de $60 mil millones en teléfonos desde China en 2023, enfrenta una disyuntiva: los incentivos para trasladar su producción a EE. UU. siguen siendo escasos, especialmente tras años de inversión en la estructura asiática. La producción de iPhones en suelo estadounidense no solo costaría más, sino que requeriría años de implementación tecnológica y laboral.

¿Menos globalización, más inflación?

Desde mediados de los años 90 hasta 2020, la inflación en EE. UU. se mantuvo en un promedio de apenas 2,2%. Factores como el comercio libre y la globalización permitieron que los costos se mantuvieran a raya. Ejemplo claro: entre 1995 y 2020, el precio promedio de la ropa cayó en un 8%, mientras que el costo general de vida subió en un 74%.

Hoy, esa dinámica está cambiando. Economistas como Scott Lincicome del Cato Institute advierten que cerrar las puertas al comercio libre “restringe la oferta y empuja los precios hacia arriba”. La era de los bienes baratos, facilitada por mano de obra económica y cadenas de suministro eficientes en Asia, parece estar cayendo en el retrovisor.

¿Más empleos o más robots?

El eslogan de “traer los empleos de regreso” confronta una realidad distinta: la automatización. Las fábricas modernas requieren menos trabajadores humanos debido al auge tecnológico en la producción. Shannon Williams, directora ejecutiva de la Home Furnishings Association, señala que los fabricantes estadounidenses están automatizando sus líneas de montaje en lugar de depender de mano de obra masiva.

Además, el desempleo en EE. UU. está en un bajo 4,2%, lo que plantea dudas sobre la disponibilidad real de trabajadores para nuevas plantas. Incluso si se establece manufactura local, hay dudas sobre si eso creará empleos masivos o simplemente más fábricas robotizadas.

El caso PCH: una víctima colateral

Mientras tanto, algunas compañías con enfoque en el consumidor, como Publishers Clearing House (PCH), han tenido que acogerse a la bancarrota bajo el capítulo 11. Aunque su declive no es directo resultado de los aranceles, sí ilustra cómo modelos de negocio tradicionales están siendo acosados por una economía volátil, aumentos de costos post-pandemia y una batalla feroz en e-commerce contra gigantes como Amazon y Walmart.

PCH espera transformar su modelo hacia el marketing digital y juegos gratuitos, sin eliminar sus legendarios sorteos. Sin embargo, con una deuda acumulada de $65,7 millones y activos de solo $11,7 millones, su futuro es incierto.

La respuesta estratégica de Brasil: entre la diplomacia y el pragmatismo

Las medidas de Trump también han sembrado tensiones diplomáticas. Brasil, segundo socio comercial de EE. UU. después de China, se ha visto directamente afectado con un 25% de tarifa a su acero y un 10% global a otros productos. Tatiana Prazeres, secretaria de comercio exterior brasileña, ha enfatizado la postura de “negociar, negociar, negociar”, para evitar escalar el conflicto.

El país sudamericano alerta sobre el impacto en productos clave como naranjas, café, carne y celulosa, que podrían perder competitividad justo cuando intentan fortalecer acuerdos comerciales alternativos con Mercosur, la Unión Europea y Singapur. Un dato destacable: en 2024, EE. UU. tuvo un superávit comercial con Brasil de $28,6 mil millones, lo que refuerza la interdependencia entre ambas economías.

Temores de evasión y desvío de comercio

Economistas han advertido que las empresas chinas podrían eludir los aranceles utilizando países intermedios, como Vietnam o Malasia, para reexportar productos a EE. UU. a tarifas más bajas. Esta ingeniería de las cadenas de suministro podría deteriorar aún más la confianza en las reglas de comercio internacional y complicar los efectos deseados de las políticas arancelarias.

El consumidor como campo de batalla

En última instancia, es el consumidor estadounidense quien carga con el dilema. ¿Están dispuestos a pagar más por productos hechos en EE. UU. a cambio de un renacimiento industrial?

La influencer de Michigan, Alisha Sholtis, solía comprar ropa barata en sitios como Temu, pero su decepción con la calidad la ha convertido en defensora de productos nacionales. “Compraría menos cosas, pero de mejor calidad”, afirma.

Pero no todos los estadounidenses tienen el lujo de elegir. Para muchos hogares con bajos ingresos, la ropa barata, los juguetes económicos y los muebles asequibles son indispensables. Y en este cruce de caminos, el camino hacia una economía más autoproducida puede sentirse para algunos como un lujo que no pueden permitirse.

Una jugada política arriesgada

Para Trump y su equipo, la apuesta es que los beneficios de una economía más “autónoma” se harán visibles con el tiempo. Sin embargo, como señaló el propio Tesorero Scott Bessent en un discurso reciente, “El acceso a bienes baratos no es la esencia del sueño americano”.

La frase busca reencuadrar la narrativa: se trata de independencia económica, no de consumo desenfrenado. Aun así, tras el pico inflacionario de 2021–2023, aumentar los precios nuevamente podría ser políticamente costoso. Más del 90% de los votantes de Trump en 2024 dijeron que la inflación fue un factor clave en su voto, según AP VoteCast.

¿Renacimiento industrial o nostalgia económica?

La visión que propone Trump suena familiar. Evoca una época dorada —quizás mítica— de fábricas operando, empleos bien pagados y autos orgullosamente fabricados en Detroit. Sin embargo, ese modelo hoy choca con una nueva realidad: globalización interconectada, automatización avanzada y consumidores exigentes y sensibles al precio.

Estados Unidos se enfrenta, una vez más, a una bifurcación decisiva: ¿proteger su industria nacional a toda costa, o preservar su papel como uno de los actores más abiertos del comercio mundial?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press