Rehenes del poder: cómo Israel y Andrew Tate enfrentan acusaciones de abusos sistemáticos
Desde las cárceles militares en Gaza hasta los tribunales de Londres, las denuncias de tortura y violencia de género ponen en evidencia los límites éticos del poder en tiempos de guerra y fama
¿Qué tienen en común un influencer acusado de misoginia y un conflicto armado prolongado?
En apariencia, poco. Sin embargo, tanto Andrew Tate como el conflicto entre Israel y Gaza comparten un escenario inquietante: el abuso del poder, la manipulación psicológica y física, y la aparente inmunidad ante las consecuencias legales. Mientras en Israel se denuncian torturas sistemáticas a palestinos detenidos, en Londres surgen nuevos testimonios de mujeres que acusan al polémico influencer Tate de agresión sexual y abuso psicológico. Ambos casos refuerzan un patrón de cómo el poder —sea militar o mediático— puede ser usado para someter, controlar e incluso destruir vidas humanas.
El caso Gaza: abusos sistemáticos en centros de detención israelíes
Diez palestinos detenidos en Gaza fueron liberados recientemente tras pasar meses en condiciones degradantes, que según sus testimonios, incluyeron golpizas constantes, privación de sueño y acceso limitado a productos de higiene. Estos prisioneros narraron sus vivencias al regresar a Deir al-Balah, en el corazón del devastado enclave costero.
"156 días hemos estado en agonía. Nos torturaban y maltrataban todos los días", dijo Fayez Ayoub, un detenido recientemente liberado, mientras su hija rompía en llanto al ver su frágil estado físico. La historia de Ayoub no es un caso aislado. Las acusaciones de maltrato a detenidos palestinos en prisiones como Sde Teiman son cada vez más numerosas y detalladas.
Según la Autoridad Palestina, al menos 61 palestinos han muerto en cárceles israelíes desde el inicio de la guerra en octubre de 2023. A esto se suma el caso de un adolescente de 17 años que murió en Megiddo —una prisión civil— y cuya autopsia reveló indicios de inanición como causa probable.
El ejército israelí ha indicado que investiga las violaciones a los derechos humanos y que actúa dentro del marco legal. Sin embargo, cinco soldados fueron recientemente imputados por la presunta violación con un cuchillo a un detenido en Sde Teiman. Estas imputaciones, en lugar de cerrar el tema, intensifican el debate sobre la impunidad estructural con la que operan algunos sectores del aparato de seguridad israelí.
Andrew Tate: fama, misoginia y acusaciones de violencia
Mientras tanto, en Londres, Andrew Tate, ex kickboxer devenido influencer y autoproclamado misógino, enfrenta una demanda civil de cuatro mujeres que lo acusan de abuso sexual y violencia física. Los testimonios emergen años después de los supuestos hechos, ocurridos entre 2013 y 2015, pero pintan un retrato siniestro.
Una de las demandantes declaró ante el tribunal que Tate la azotaba con un cinturón y una vez le apuntó con un arma al rostro, diciéndole: “Harás lo que te digo o habrá consecuencias”. Dos de las mujeres trabajaban en su negocio de cámaras web, mientras que las otras dos eran sus ex novias.
El portavoz de Tate ha negado rotundamente las acusaciones, calificándolas de “infundadas”, y recalca que ninguna ha sido probada. No obstante, estos nuevos procesos judiciales se suman a otros en curso en Rumanía, donde Tate y su hermano enfrentan cargos de tráfico humano y violación como parte de una red criminal para explotar sexualmente a mujeres.
Además, se espera que enfrenten un proceso de extradición hacia el Reino Unido para afrontar más cargos de violencia sexual, tras la emisión de una orden de arresto europea. En mayo pasado, Brianna Stern —una exnovia de Tate— presentó una demanda por abuso sexual en Los Ángeles. La lista de acusaciones sigue creciendo.
La cultura del poder y la violencia
Independientemente del contexto —un sistema de detención militar o un entorno empresarial disfrazado de “influencia social”— los casos de Gaza e Andrew Tate demuestran que el poder mal ejercido genera violencia. Lo más perturbador es que en muchos casos, existe una red de legitimaciones sociales, políticas y económicas que permite que estos abusos ocurran a plena luz del día.
- En Gaza, los detenidos son presentados por Israel como parte del aparato terrorista de Hamas. Esto ha justificado arrestos masivos y detenciones sin cargos, incluso a civiles sin vínculos aparentes con el grupo militante.
- En el caso Tate, su carisma, dinero e influencia mediática parecen haber protegido su imagen pública durante años, a pesar de advertencias y denuncias anteriores.
En ambos casos, los testimonios emergen con años de retraso o sólo cuando las víctimas se ven momentáneamente libres del control de sus victimarios. En Gaza, son los liberados quienes alzan la voz desde camas de hospital. En Londres y Los Ángeles, mujeres logran hablar cuando la presión mediática y jurídica es, al fin, superior al peso del silencio impuesto durante tanto tiempo.
¿Cómo permitimos que el abuso continúe?
Las condiciones estructurales que perpetúan el abuso son diversas pero comparten patrones. En contextos de guerra, el control mediático y político permite silenciar abusos mientras se justifica cualquier medida en nombre de la “seguridad nacional”. En el ámbito de la fama y las redes sociales, la disonancia entre lo que un influencer representa y lo que realmente hace se cubre con seguidores, monetización y algoritmos diseñados para premiar el escándalo y no la justicia.
Según Human Rights Watch y Amnistía Internacional, las condiciones de detención en Israel bajo la ley militar devienen en detenciones arbitrarias y torturas que violan directamente la Convención de Ginebra. Por su parte, en el Reino Unido, el sistema judicial todavía lidia con una tasa baja de enjuiciamientos por agresión sexual, a pesar del aumento sustancial de denuncias en la última década (BBC, 2021).
Ambos sistemas presentan brechas que perpetúan la victimización. Estas no son simplemente fallas, sino reflejo de lo que se prioriza social y políticamente: orden sobre justicia, fama sobre integridad, masculinidad violenta sobre igualdad de derechos.
¿Simbiosis o coincidencia?
Quizás sea aventurado comparar a un influencer y un conflicto geopolítico de décadas. Pero la violencia estructural que subyace en ambos casos parece responder a una lógica parecida: el abuso de poder como norma de funcionamiento.
Es esta validación del poder ejercido malsanamente la que nos debería mantener alertas. Ya sea en un campo de detención en Gaza o en un apartamento lujoso de Bucarest, controlar, someter y explotar se convierte en rutina cuando el sistema lo permite, los medios lo replican y la sociedad lo excusa.
¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que sólo hay víctimas legítimas? ¿Y que otros, por su origen, género o fama, merecen quedar silenciados?
Una cuestión de justicia verdadera
No se trata de equiparar dos horrores diferentes, sino de evidenciar el hilo conductor que une a quienes tienen el poder con aquellos que sufren sus abusos. La justicia no comienza ni termina en las cortes: empieza cuando nos negamos a aceptar que hay vidas desechables, que el sufrimiento es justificable dependiendo del actor, y que la versión oficial siempre debe ser la verdad.
En un mundo más justo, las cárceles en Gaza y los penthouses en Bucarest tendrían el mismo nivel de escrutinio. Por ahora, sólo el testimonio crudo y valiente de las víctimas logra abrir grietas en los muros del poder.