Acero, democracia y buses eléctricos: el precio económico y ambiental del populismo comercial
Entre nacionalizaciones y retrasos ecológicos, el costo oculto de los aranceles de Trump para el Reino Unido y Estados Unidos
Por qué el regreso del proteccionismo está costando empleos, fuerzas industriales y progreso ambiental.
Una tormenta comercial con consecuencias de acero
El Reino Unido se ha visto obligado a tomar medidas de emergencia sin precedentes este fin de semana tras el colapso inminente de su última planta de acero primaria, localizada en Scunthorpe. La crisis, que deriva en gran parte de los aranceles impuestos por el presidente Donald Trump sobre el acero importado, ha provocado que el gobierno de Keir Starmer convoque al Parlamento en sábado, algo que no sucedía desde la Guerra de las Malvinas en 1982.
El objetivo: aprobar una ley que permita al Estado retomar el control efectivo de British Steel y evitar que 2,700 trabajadores queden desempleados de forma inmediata. Aunque el término “nacionalización” fue cuidadosamente evitado, la medida es, en la práctica, un retorno al modelo estatal de gestión en una industria estratégica.
La planta, propiedad del grupo chino Jingye desde 2020, ha dejado de ser rentable, en parte por los aranceles estadounidenses del 25% al acero, el aumento de costes ambientales y la caída en los pedidos. Esto ha detenido la compra de pellets de hierro, vitales para sus hornos de alto rendimiento. Según el sindicato Community, esto representa una amenaza a la soberanía industrial británica: “No podemos ser el único país del G-7 sin capacidad para fabricar acero primario”, declaró Roy Rickhuss, secretario general del sindicato.
Declive del acero británico: de potencia global a irrelevancia industrial
En la posguerra, la industria del acero británica empleaba a más de 300,000 personas. Hoy, apenas cuenta con 40,000 trabajadores, y representa un exiguo 0.1% del PIB del Reino Unido. La presión para reducir las emisiones de carbono ha empujado a la mayoría de siderúrgicas a adoptar hornos eléctricos de arco. Scunthorpe es la última en usar altos hornos, siendo así la única capaz de convertir mineral de hierro en acero virgen.
Lejos de ser un asunto estrictamente económico, la supervivencia de esta planta representa la continuidad de una tradición industrial y el mantenimiento de competencias estratégicas ante la incertidumbre geopolítica global. El precio del acero como activo soberano está de regreso.
Estados Unidos: el naufragio sentimental del consumidor
Mientras el Reino Unido actúa para salvar su acero, en Estados Unidos, el impacto de la política comercial de Trump ha sido demoledor en el ánimo del ciudadano promedio. El índice de sentimiento del consumidor de la Universidad de Michigan cayó en abril un 11%, acumulando una caída del 34% en el último año. Con un nivel de 50.8, es el más bajo desde el punto crítico de la pandemia en 2020.
La directora del estudio, Joanne Hsu, indicó que el pesimismo es transversal: “La caída ha sido unánime y generalizada en todas las edades, ingresos, nivel educativo, regiones geográficas y afiliaciones políticas”.
Las expectativas inflacionarias a cinco años subieron a 4.4%, el nivel más alto desde 1991, lo que alarma a la Reserva Federal por sus efectos autocumplidos. La creciente percepción de que los aranceles ahogan la economía ha comenzado a erosionar incluso la confianza entre los votantes republicanos. Solo un 18% de los encuestados considera que el gobierno está haciendo un buen trabajo en controlar la inflación y el desempleo.
El verdadero costo de una guerra de aranceles
Trump ha impuesto una tarifa base del 10% a la mayoría de países en importaciones, que asciende al 25% en productos de China, México, Canadá, acero, aluminio y automóviles. China respondió con un tarifazo del 125% a bienes estadounidenses. La situación ha desatado una guerra comercial moderna que genera caos entre los consumidores, empresas y gobiernos subnacionales.
Lo más preocupante es que lejos de generar empleos o proteger industrias como se prometía, el resultado visible es una economía detenida, consumidores preocupados y un posible regreso a una recesión inminente. El CEO de BlackRock, Larry Fink, advirtió: “Estamos muy cerca, si no es que ya dentro, de una recesión”.
Transporte escolar y el retroceso ecológico
Mientras tanto, en Oklahoma, un distrito escolar que había invertido $1.5 millones en cuatro buses escolares eléctricos se enfrenta a la posibilidad de no recibir reembolsos prometidos por la Agencia de Protección Ambiental (EPA), tras la toma de posesión de Trump.
El caso del distrito de Shawnee simboliza el impacto directo del estancamiento burocrático derivado del cambio de administración. Más de 500 distritos escolares en EE. UU. están esperando alrededor de $1,000 millones para financiar 3,400 buses eléctricos como parte del Clean School Bus Program impulsado por la administración Biden con fondos de su ley de infraestructura.
La promesa ecológica se ha visto suspendida, aplazada o incluso cancelada. La EPA, ahora dirigida por Lee Zeldin, alega –sin más explicación– un “problema técnico”, mientras múltiples demandas legales exigen la liberación de los fondos.
Un frenazo a la revolución eléctrica
En lugares como New Hampshire, Carolina del Norte o Alabama, las expectativas de transición hacia una flota menos contaminante se han estrellado contra un muro de incertidumbre. El distrito de Derry, por ejemplo, esperaba $8.1 millones para 25 autobuses: ahora deberá decidir si cancelar su adquisición o estirar sus propios fondos sin garantía de retorno.
Dr. Stephanie Lovinsky-Desir, jefa de neumología pediátrica en Columbia University Medical Center, advirtió que los autobuses diésel exponen a los niños a partículas finas y dióxido de nitrógeno, asociadas a enfermedades como el asma y problemas cognitivos. En Estados Unidos, 25 millones de estudiantes usan estas unidades obsoletas diariamente.
Las comunidades negras, latinas y de bajos recursos son las más expuestas. Como indica Katherine Roboff, del World Resources Institute, a pesar del mayor costo inicial, “los buses eléctricos suponen un ahorro de $100,000 en vida útil”. Es una inversión en salud, futuro climático y equidad educativa.
¿Un populismo que devora su futuro?
El retorno del nacionalismo económico trae consigo una paradoja: lo que se ejecuta para ‘proteger lo propio’ socava a la vez las industrias estratégicas y los proyectos de innovación. De un lado, el Reino Unido nacionaliza su única acería primaria; del otro, Estados Unidos congela su camino hacia un transporte escolar limpio.
En ambos casos, el costo del proteccionismo comercial y del populismo político se paga en empleos, salud ambiental y competitividad futura.
El acero no es solo un material, es un reflejo de la capacidad de una nación para resistir. Y el transporte escolar eléctrico no es solo una tecnología: es una apuesta por el mañana. Si ambas se ven aplazadas por cálculos electorales y guerras comerciales, ¿qué futuro estamos construyendo?
Y mientras las aulas esperan buses limpios y las acerías imploran una carga de pellets de hierro, quedan en evidencia los efectos reales de un intervencionismo a ciegas cuya factura aún no terminamos de sumar.