Bogotá sin agua: la sequía que desnudó la fragilidad hídrica de una capital andina

La capital colombiana enfrentó un año de racionamiento de agua sin precedentes en décadas. ¿Es esta una advertencia para otras ciudades latinoamericanas?

Bogotá, una ciudad rodeada de montañas, envuelta por neblina y conocida por su lluvia persistente, parecía a prueba de sequías. Pero el 2024 la hizo despertar bruscamente del espejismo.

Un año seco que marcó a millones

Durante los últimos doce meses, más de 8 millones de habitantes de Bogotá y sus alrededores enfrentaron el racionamiento de agua por primera vez en más de 40 años. Cada nueve días, durante 24 horas, se suspendía el servicio por completo. La rutina de vida cambió radicalmente: baldes junto a regaderas, ollas llenas en las cocinas, y mensajes gubernamentales con llamados urgentes a reducir el consumo.

En mis 60 años, jamás viví algo así”, declaró Lidia Rodríguez, residente del sur de Bogotá. “Esto se sintió como un castigo. Uno puede vivir sin luz, pero no sin agua”.

Una capital al límite

El alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, anunció recientemente que la emergencia ha sido superada, gracias a la mejora de las lluvias, una planta de tratamiento ampliada y esfuerzos ciudadanos de conservación. Pero el episodio dejó una marca profunda. Los embalses alcanzaron niveles históricos bajos, demostrando que incluso las ciudades más húmedas están expuestas a la crisis hídrica si no hay planificación.

La paradoja de la abundancia

Colombia es uno de los países más ricos en agua dulce del mundo. Y sin embargo, su capital tuvo que racionar el recurso más básico. El embalse de Chingaza, principal proveedor de agua de Bogotá, bajó a menos del 20% de su capacidad en el punto más crítico del racionamiento.

“El problema no es la falta de agua en Colombia, sino la gestión ineficiente y la falta de infraestructura anticipada”, explicó Christopher Gasson, CEO de Global Water Intelligence. “El cambio climático está triplicando la frecuencia e intensidad de las sequías. Sin inversión masiva, la ciudad no podrá manejar futuras crisis”.

¿Una tendencia global?

Lo sucedido en Bogotá forma parte de un patrón que se repite en múltiples metrópolis del planeta. Sao Paulo en Brasil, Cape Town en Sudáfrica y Chennai en India también han enfrentado emergencias similares en los últimos años. Es una realidad global, y Colombia apenas comienza a vivirla.

Gregory Pierce, director del laboratorio Human Right to Water Solutions de la UCLA, lo describe así: “Las ciudades se expandieron en los últimos 100 años tomando el agua más accesible. Ahora ese margen se terminó”.

¿Por qué Bogotá llegó a este punto?

Hay múltiples factores que contribuyeron:

  • El fenómeno de El Niño, que redujo la lluvia durante más de 10 meses consecutivos.
  • Embalses dependientes casi exclusivamente de la lluvia, sin exploración intensa de aguas subterráneas.
  • Mala infraestructura y fugas no detectadas, que causan pérdidas de hasta 30% del agua potable.
  • Consumo excesivo histórico, que promediaba más de 120 litros por persona al día antes de la emergencia, mucho más que lo recomendado por la OMS.

Shower juntos: el llamado viral

El alcalde Galán incluso hizo una intervención que dividió opiniones: pidió a los ciudadanos que “se bañaran juntos” para ahorrar agua durante los días más críticos. Aunque fue motivo de memes y bromas, también generó conciencia: el consumo cayó un 15% en dos meses, según datos de la Alcaldía de Bogotá.

El rol de la infraestructura

Durante la crisis se aceleraron obras que venían retrasadas desde hace años. Se amplió la planta de tratamiento de Tibitoc, que originalmente abastecía solo el norte de la ciudad. También se comenzó a explorar la factibilidad del aprovechamiento del acuífero subterráneo Tominé y el reciclaje de aguas grises para usos urbanos.

Santiago de Chile logró adaptarse a sequías similares diversificando fuentes de agua. Bogotá no puede seguir dependiendo solo de Chingaza”, advirtió Charles Wight, director de investigaciones de la ONG británica Water Witness.

Un cambio cultural inevitable

Si algo dejó claro este año seco, es que el uso racional del agua ya no es solo una responsabilidad ambiental, sino una necesidad diaria. Muchas familias bogotanas implementaron cambios profundos:

  • Recolección de agua lluvia mediante canaletas y tanques improvisados
  • Uso de sistemas de doble descarga en inodoros
  • Regaderas temporizadas para limitar el uso
  • Lavado de ropa y vajilla una vez cada varios días

Para algunos, los cambios llegaron para quedarse. “Antes dejaba el grifo abierto incluso al lavarme las manos. Ahora cada gota se siente como oro”, dijo Andrea Ramírez, habitante de Chapinero.

El agua, más allá de lo técnico: una cuestión social

La crisis también profundizó desigualdades en Bogotá. Las zonas más pobres, especialmente en el sur, sufrieron más. Allí, el acceso a tanques de almacenamiento es limitado, y muchas personas dependen de fuentes públicas improvisadas.

Además, el costo del agua comercial —botellas y bidones— se disparó durante los peores meses, afectando a quienes no podían almacenar en casa. Organizaciones sociales advirtieron sobre potenciales conflictos por el acceso al agua si las condiciones persisten en futuras sequías.

¿Qué sigue para Bogotá?

El agua volvió, sí, por ahora. Pero los expertos dejan una advertencia que Bogotá no puede ignorar:

  • Duplicar inversiones en tratamiento y distribución
  • Fortalecer la exploración de aguas subterráneas
  • Impulsar leyes más fuertes para consumo responsable
  • Incluir el tema hídrico en los planes de ordenamiento urbano

La historia reciente de Bogotá debería servir como ejemplo —y advertencia— para otras ciudades latinoamericanas. Porque si Bogotá, ubicada en una de las regiones más ricas en agua de América, estuvo al borde del colapso, ¿quién puede considerarse seguro?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press