Sumy bajo fuego: historias de coraje y dolor en una ciudad martirizada por la guerra

Mientras Rusia intensifica los ataques sobre esta ciudad fronteriza ucraniana, las historias de supervivencia, pérdida y heroísmo cotidiano revelan la brutal cotidianeidad del conflicto

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Sumy, Ucrania, es una ciudad que, pese a su apariencia tranquila, vive al límite todos los días. Desde el comienzo de la invasión rusa en 2022, sus habitantes han tenido que adaptarse a una nueva normalidad en la que los drones, los misiles y la muerte son parte del paisaje diario. En abril de 2025, Sumy se convirtió en el epicentro del ataque más mortífero contra civiles ucranianos en lo que va del año: al menos 35 muertos y más de 100 heridos tras un doble ataque con misiles rusos contra una concurrida intersección del centro.

Una ciudad bajo amenaza constante

Situada a escasos 30 kilómetros de la frontera rusa con Kursk, Sumy es uno de los bastiones más expuestos de Ucrania. La ofensiva del verano de 2024 permitió a las fuerzas ucranianas recuperar algo de terreno, pero también provocó un incremento inmediato de las represalias rusas. Según autoridades locales, en las semanas previas al ataque más reciente ya se había registrado un aumento significativo en la frecuencia e intensidad de los bombardeos.

A pesar de la tormenta de acero, los habitantes han aprendido a continuar su vida con aparente normalidad. Los niños siguen jugando al fútbol en los patios, los vecinos se reúnen a conversar y las tiendas se mantienen abiertas. Todo eso, claro, hasta que se escucha el zumbido de los drones enemigos o el sonido seco de las explosiones. Entonces, el miedo se impone.

Domingo de Ramos sangriento: el ataque que cambió la ciudad

El 13 de abril de 2025, Sumy vivió un domingo de horror. Las calles estaban llenas de familias, jóvenes camino a la universidad y trabajadores abriendo sus cafés, cuando el primer misil cayó cerca de una intersección muy transitada en la Calle Petropávlivska. Minutos después, otra explosión sacudió el área, cerca de la Universidad Estatal de Sumy.

Entre las víctimas fatales se encontraba Olena Kohut, una talentosa música de orquesta. Su madre, Natalia, debió despedirse de ella en un funeral cargado de dolor colectivo. También Asia Pohorila, una joven de 20 años que trabajaba ese día en una cafetería, resultó gravemente herida por esquirlas en las piernas. Aún internada, conserva escritas en sus muslos las horas exactas en las que los médicos aplicaron los torniquetes: 10:20 y 10:23.

Héroes en zapatillas: el valor de un adolescente

Entre todas las escenas traumáticas, una destacó por su heroísmo precoz. Kyrylo Illiashenko, un joven de 13 años, esperaba el autobús con su madre para ir a visitar a su abuela. Poco después de subir al vehículo, una segunda explosión impactó cerca. El bus ardía por dentro, y el conductor había muerto al instante. Kyrylo, con fragmentos de metralla en el cráneo, saltó por una ventana y logró forzar la puerta desde afuera, permitiendo que al menos media docena de personas escaparan del fuego.

Su acto de valentía ha sido reconocido en toda Ucrania como ejemplo de la templanza y el coraje que la guerra ha forjado incluso en los más jóvenes. Pero no todos celebran este tipo de heroísmo. "No quiero que nuestros niños de 13 años tengan que convertirse en héroes de guerra", declaró visiblemente afectado Oleh Strilka, portavoz del Servicio Estatal de Emergencias.

Impacto humano irreparable

Víktor Voitenko, un hombre de 56 años que trabajaba como guardia de seguridad, quedó parapléjico al ser alcanzado por el segundo impacto. Su esposa, Hanna, ahora lo atiende a tiempo completo. "Los diálogos de paz son puro teatro", declara ella. "Para nosotros no significan nada. No cambian el hecho de que mi esposo ya no puede caminar.”

Las historias de destrucción no cesan: Liudmyla Shelukhina, una mujer de 70 años, salvó su vida casi por milagro gracias al refrigerador de la cocina, que bloqueó los vidrios que salieron despedidos a su alrededor. Su hijo, sin embargo, no tuvo la misma suerte y resultó herido. Su esposo, un veterano, intentó bromear: "No seas dramática", pero el horror que los rodea no deja mucho espacio para el humor.

Ni la esperanza ni los hospitales se salvan

El Hospital Infantil de Sumy, donde Kyrylo se está recuperando, ha sido bombardeado en múltiples ocasiones. Más de 100 ventanas fueron destruidas en un reciente ataque con drones, según reporta el director, el doctor Ihor Zmislya. Mientras se limpia el polvo de los últimos escombros, una nueva explosión sacude la ciudad. Desde la ventana del hospital se alzan columnas de humo sobre las vías de tren.

Esta es nuestra realidad”, dice Zmislya con resignación. “Esto ocurre todos los días”.

¿Y la comunidad internacional?

Estados Unidos, la OTAN y otras potencias occidentales han condenado los ataques y han instado a renovar las conversaciones de alto al fuego. Pero estas negociaciones no han tenido frutos concretos. Rusia exige condiciones imposibles para Ucrania, y desde Kiev se denuncia que Moscú solo gana tiempo para reorganizar su ofensiva militar.

El ataque de Sumy ocurrió poco después de otro bombardeo ruso en Kryvyi Rih, que mató a 20 personas, incluidos nueve niños. En ambos casos, Rusia ha insistido en que el objetivo eran posiciones militares, pero no ha aportado pruebas creíbles que respalden esa versión. Mientras tanto, los civiles siguen cayendo.

Una ciudad que se rehúsa a morir

Pese a todo, Sumy resiste. La ciudad que albergaba a unas 250.000 personas antes de la guerra ha aprendido a no rendirse. Desde los rescatistas, como Dmytro Shevchenko, que llega a las zonas de impacto en cuestión de minutos, hasta los niños que aún sueñan con sus videojuegos favoritos, todos luchan con su propio tipo de valentía.

La comunidad ha encontrado formas de honrar la memoria de las víctimas: colocando flores donde cayeron las bombas, o simplemente compartiendo historias de los que ya no están. “Queremos que el mundo no olvide que Sumy sigue aquí. Sangrando, rota, pero viva”, dice una residente desde los escombros de la universidad.

Cuando las bombas cesen —si alguna vez cesan—, Sumy tendrá historias que contar por generaciones. Historias de niños que se convirtieron en héroes antes de tiempo, de madres que aplicaron torniquetes con precisión quirúrgica, y de vecinos que lloran a sus muertos bajo explosiones que no los dejan en paz.

Sumy es hoy un recordatorio desgarrador de los horrores modernos de la guerra: una ciudad que vive entre lo cotidiano y lo catastrófico, pero que aún encuentra formas de no perder su humanidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press