Cuando la Violencia Golpea dos Veces: El Trauma de Sobrevivir a Más de un Tiroteo Escolar

Voces de Parkland y Florida State: una dolorosa repetición que demuestra que sobrevivir no siempre es suficiente

La escena es demasiado familiar para Stephanie Horowitz. Estudiante graduada de la Universidad Estatal de Florida, miró a través de una ventana y sintió el frío del silencio que recubría el campus. No escuchó los disparos. No vio al atacante. Pero supo inmediatamente lo que estaba ocurriendo.

Fue un déjà vu doloroso que la transportó al 14 de febrero del 2018, cuando siendo adolescente vivió uno de los tiroteos más mortíferos en la historia escolar de Estados Unidos en la secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida. Esta vez, otra universidad, otro asesino, pero el mismo terror.

Un nuevo ataque, las mismas heridas

El pasado jueves, Phoenix Ikner, un joven de 20 años, abrió fuego cerca del edificio estudiantil en la Universidad Estatal de Florida (FSU), matando a dos personas e hiriendo a otras seis antes de ser hospitalizado tras enfrentarse con las autoridades. Sus heridas no amenazan su vida.

Lo insólito, lo devastador, es que este tiroteo sumó a FSU a la macabra lista de instituciones educativas marcadas por la violencia armada. Pero para Horowitz, de 22 años, fue más que una tragedia estadística: fue un trauma reactivado.

“Tú nunca piensas que te va a pasar la primera vez... y ciertamente nunca piensas que te va a pasar dos veces,” dijo Horowitz. “Esto es Estados Unidos.”

Parkland: una cicatriz nacional que supura

El tiroteo en Marjory Stoneman Douglas dejó 17 muertos y otros 17 heridos. Horowitz no es la única que carga con ese pasado. Logan Rubenstein, estudiante actual de FSU, recuerda haberse tenido que esconder en su escuela secundaria cercana durante ese fatídico 14 de febrero.

“Hicimos de nuestra misión asegurar que esto no volviera a pasar. Y lo siento... porque no fue suficiente,” expresó Rubenstein, de 21 años.

Para muchos sobrevivientes y familiares, es una herida que no sana. La posibilidad de vivir otra experiencia similar no solo reactiva el trauma, sino que lo amplifica.

“Es como si todo el progreso emocional que habías hecho desaparece y vuelves al punto de partida,” señaló Jaclyn Schildkraut, directora del Centro de Investigación sobre la Violencia Armada en el Instituto Rockefeller de Gobierno en Nueva York.

Doble tragedia para una madre: Parkland y FSU

Lori Alhadeff aún recuerda con nitidez el momento en que recibió el mensaje de texto que aterrorizó sus entrañas: su hijo Robbie, estudiante en FSU, le advirtió que había un tirador activo en el campus. Siete años antes, su hija Alyssa falleció en el tiroteo de Parkland.

“No es el mensaje que quieres recibir jamás,” dijo Alhadeff. “Tu cerebro empieza a girar como un carrusel desbocado. Es traumático y un fuerte disparador. Sobrevivir a un tiroteo escolar ya es demasiado, pero dos…”

Robbie había estado en el edificio estudiantil apenas 20 minutos antes del tiroteo del jueves. Se salvó por poco.

“Esto no debería ser normal,” sentenció Lori. Y tiene razón. Pero en Estados Unidos, desgraciadamente, sí lo es.

Una historia americana de armas y negligencia

Desde Columbine a Sandy Hook, de Virginia Tech a Uvalde, la lista es larga y en expansión constante. Más de 400 tiroteos en centros escolares han ocurrido desde el año 2000, de acuerdo con el Gun Violence Archive, una base de datos que investiga ataques de este tipo en el país.

La pregunta que emerge es: ¿por qué sigue ocurriendo? Y la triste respuesta apunta a la falta de acción política efectiva, el incremento en la proliferación de armas, y una normalización peligrosa de la violencia.

Estados Unidos alberga solo el 5% de la población mundial, pero posee el 42% de todas las armas en manos de civiles en el mundo, según Small Arms Survey. Este desbalance permite no solo los tiroteos escolares, sino también la narrativa de que “no hay nada que hacer”.

El efecto en la salud mental: heridas invisibles

Expertos en salud mental advierten que las consecuencias para los sobrevivientes son duraderas. Desde trastorno de estrés postraumático (TEPT), ansiedad crónica, ataques de pánico, pesadillas e incluso suicidios, el costo psicológico es incalculable.

“Estos jóvenes quedan marcados para siempre,” dice la terapeuta infantil Raquel Benavides. “Y si han vivido dos eventos así, como en el caso de Horowitz o Robbie, la carga psicológica es abrumadora.”

¿Qué más se necesita para cambiar las leyes?

A pesar de los llamados a imponer controles más estrictos de armas tras cada tragedia, los esfuerzos se diluyen en debates polarizados. Como dijo Alhadeff: “Necesitamos hacerlo mejor.”

Ella misma se convirtió en activista y fundó Make Our Schools Safe, una organización que aboga por reformas en seguridad escolar y legislaciones más estrictas.

Pero el problema no es solo de leyes: también es cultural. Mientras en otros países tras una tragedia se aprueban reformas inmediatas —como ocurrió en Nueva Zelanda tras Christchurch—, en EE.UU. los intereses económicos y políticos de la industria armamentista suelen tener más peso que las vidas perdidas.

La ironía del país más fuerte

Horowitz capturó la paradoja en su comentario: *“Esto es América.”* Un país con avances tecnológicos extraordinarios, pero que parece incapaz de proteger a sus alumnos del terror armado dentro de instituciones educativas.

La escena en FSU —ordenadores encendidos, mochilas abandonadas, pasillos vacíos— nos recuerda que la violencia escolar ya no es un fenómeno aislado, sino una epidemia nacional, un síntoma de una democracia armada hasta los dientes.

De la tragedia a la exigencia

Los sobrevivientes no quieren compasión. Quieren acción. Quieren políticas públicas que al menos dificulten la obtención de armas por personas inestables o descontentas. Quieren inversión en salud mental. Quieren prevención. Pero, sobre todo, quieren vivir sin miedo.

La madre de Alyssa y Robbie, los jóvenes de Parkland y ahora FSU, no están pidiendo milagros. Están pidiendo humanidad.

Mientras las víctimas continúen siendo ignoradas, mientras los sobrevivientes sigan repitiendo el ciclo del trauma, y mientras los políticos opten por el letargo, estos tiroteos seguirán formando parte de lo cotidiano.

Y eso, definitivamente, no debería ser normal.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press