El caso Kilmar Ábrego García: ¿una negligencia administrativa o una afrenta al estado de derecho?

El polémico caso de deportación indebida que enfrenta a la administración Trump con el poder judicial y pone en tela de juicio el respeto institucional a las decisiones de los tribunales en Estados Unidos

En el complejo entramado del sistema judicial estadounidense, pocas historias ilustran mejor los roces entre el poder ejecutivo y el judicial como el caso de Kilmar Ábrego García. Un caso que no solo ha provocado indignación en círculos legales, sino que también ha encendido un debate más amplio sobre el respeto a las normas, los derechos humanos y los límites del poder presidencial.

¿Quién es Kilmar Ábrego García?

Kilmar Ábrego García, ciudadano salvadoreño de 29 años, vivió en Estados Unidos durante catorce años. Según los expedientes judiciales, trabajaba en la construcción, estaba legalmente casado y era padre de tres hijos con discapacidades. No sólo contaba con un permiso federal de trabajo, sino que también era miembro sindical y había sido protegido por un juez de inmigración que le concedió asilo, reconociendo que Ábrego probablemente sería perseguido si regresaba a El Salvador.

La decisión judicial de 2019 protegía explícitamente a Ábrego debido a las amenazas de pandillas locales en su país de origen. A pesar de esta orden judicial vigente, fue deportado en 2024 por la administración Trump, que luego se refirió al hecho como un "error administrativo".

Una deportación que desafía a la justicia

El caso tomó un giro aún más alarmante cuando el gobierno federal se rehusó a corregir el error. La jueza federal Paula Xinis, desde su tribunal en Maryland, ordenó al gobierno a proporcionar documentación y testimonios jurados sobre las acciones emprendidas para facilitar el retorno de Ábrego. La respuesta fue un rechazo directo y la presentación de una moción para suspender la orden, lo que llevó a la jueza a calificar la actitud de la administración como una "obstrucción deliberada" y un "actuar de mala fe".

“Los demandados han sabido, al menos desde la semana pasada, que este Tribunal requiere demostraciones legales y fácticas específicas para sustentar cualquier reclamo de privilegio. Sin embargo, han continuado confiando en afirmaciones genéricas”, escribió Xinis en su orden del martes.

Colisión entre poderes: una crisis constitucional en gestación

La negativa de cumplir con las decisiones judiciales ha sido interpretada por expertos legales como un desafío directo al equilibrio de poderes consagrado en la Constitución de Estados Unidos. Según la Corte Suprema, la administración tenía que facilitar el retorno de Ábrego. El gobierno respondió argumentando que era responsabilidad de El Salvador, país que también declaró su impotencia para devolver a García. Además, el ejecutivo alegó que los detalles de sus acciones estaban protegidos por privilegios legales como el secreto de Estado o el privilegio abogado-cliente.

Este tipo de argumentos se ha convertido en una herramienta recurrente, especialmente en temas migratorios. Como declaró un panel de jueces del Cuarto Circuito de Apelaciones: “La afirmación de que el gobierno no puede hacer absolutamente nada para revertir el error debería impactar a la ciudadanía”.

La justicia contra el secretismo institucional

El argumento del gobierno carecía de sustento fáctico, lo que llevó a la jueza Xinis a rechazarlo categóricamente. El caso recuerda a otros episodios en los que la administración Trump fue reprendida por ignorar decisiones judiciales, como en el caso de los vuelos de deportación a El Salvador que continuaron realizándose a pesar de órdenes judiciales contrarias.

La actitud de la Casa Blanca ha generado alarma tanto en sectores demócratas como en círculos académicos. Muchos advierten que esta resistencia judicial podría sentar un precedente peligroso sobre la separación de poderes.

“Cuando una administración siente que puede ignorar al poder judicial, estamos en el umbral de una crisis constitucional”, afirmó el jurista Neal Katyal, ex abogado general interino del Departamento de Justicia.

¿MS-13? La acusación sin pruebas

Otro elemento que oscurece el caso es la supuesta afiliación de Ábrego con la pandilla MS-13. La acusación provino de un informante criminal que afirmó que Ábrego era miembro del grupo en Long Island, lugar donde nunca ha vivido. No hay cargos penales contra él ni investigaciones abiertas. Sus abogados alegan que se trata de una maniobra para justificar retroactivamente su deportación.

El uso del temor a las pandillas ha sido una herramienta habitual en las políticas migratorias de Trump. Según datos del Migration Policy Institute, más del 30% de las deportaciones durante su mandato estuvieron justificadas por sospechas no confirmadas de afiliación criminal.

¿Qué dicen las leyes de inmigración?

El caso saca a relucir las inconsistencias de la política migratoria estadounidense. Aunque un juez de inmigración haya otorgado asilo, las decisiones ejecutivas, operadas por ICE (Immigration and Customs Enforcement), pueden anular los procesos judiciales si las órdenes no se implementan correctamente. Es aquí donde surgen los vacíos legales que permiten actos como la deportación indebida de personas protegidas.

En opinión de Sarah Pierce, investigadora de políticas en el Migration Policy Institute: “El sistema actual permite, e incluso facilita, errores burocráticos altamente costosos en términos humanitarios y legales”.

¿Puede regresar Ábrego a Estados Unidos?

La Corte Suprema ya estableció que debe regresar, pero los obstáculos persisten. El gobierno ha dejado claro que, incluso si logra su retorno, Ábrego sería nuevamente detenido y deportado, una vez más violando la decisión original del juez de inmigración que le otorgó protección.

Mientras tanto, organizaciones pro derechos humanos y asociaciones de abogados siguen presionando al Departamento de Justicia para que cumpla con las órdenes judiciales.

La dimensión humana del caso

Más allá del enfrentamiento legal e institucional, se encuentra una familia fracturada. La esposa de Ábrego y sus tres hijos discapacitados permanecen en Estados Unidos, enfrentando no sólo la ruptura familiar sino también una situación financiera y emocional crítica. El caso es un recordatorio de que las políticas migratorias no son solamente números o estadísticas: afectan profundamente vidas humanas.

“Mi esposo no es un criminal. Él trabajaba, cuidaba de nuestra familia y luchaba por un futuro mejor para nuestros hijos”, dijo entre lágrimas su esposa en una declaración pública.

Un precedente peligroso

Si la administración federal logra evadir la responsabilidad en este caso, se corre el riesgo de establecer un precedente en el que las decisiones judiciales pueden ser ignoradas impunemente bajo el pretexto de seguridad nacional o errores técnicos.

En una democracia constitucional, el arbitrio del poder ejecutivo debe estar limitado por lo que dictan los tribunales. Si los fallos son desacatados sistemáticamente, el contrato social se erosionará y la ciudadanía perderá la fe en el sistema.

El caso de Kilmar Ábrego García no es solo una historia de deportación errónea. Es un espejo que refleja los límites de nuestras instituciones, los peligros del autoritarismo disfrazado de legalidad y la urgencia de reforzar el estado de derecho sin excepciones.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press