El invierno en que se comieron tulipanes: hambre, resistencia y memoria en los Países Bajos ocupados
A 80 años del final de la ocupación nazi, una mirada íntima al hambre, la infancia robada y el legado invisible que dejó la guerra en el cuerpo y alma de generaciones enteras
Un invierno que dejó cicatrices
La historia oficial nos dice que el 5 de mayo de 1945 los Países Bajos fueron finalmente liberados de la ocupación nazi. Sin embargo, para miles de neerlandeses, sobre todo de las ciudades del oeste como Ámsterdam, La Haya y Rotterdam, esa liberación llegó demasiado tarde. Un estimado de 20,000 personas murió de hambre y frío en lo que los neerlandeses recuerdan como el "Invierno del Hambre" (Hongerwinter) de 1944-45.
Uno de los rostros de esa hambruna es Ben Buitenhuis. Hoy, con 83 años, recuerda la tragedia sin rencores, pero con una tristeza que se respira en cada párrafo de sus recuerdos: tulipanes hervidos, remolachas robadas, leche en polvo pescada en fábricas vacías. Es un testigo de cómo la Escasez puede moldear toda una generación, no solo en lo físico, sino también en el inconsciente colectivo de un pueblo.
¿Cómo se llega al hambre masiva?
En septiembre de 1944, con la idea de acelerar el colapso del régimen nazi, el gobierno neerlandés en el exilio en Londres llamó a una huelga ferroviaria. Las intenciones eran nobles: obstaculizar la logística de guerra alemana. Sin embargo, esta acción tuvo un efecto colateral devastador. Los trenes dejaron de transportar los alimentos y bienes desde las fértiles tierras del este hacia los pobres e industriales centros urbanos del oeste.
La situación se agravó con la feroz respuesta alemana, que replicó al corte del suministro energéticamente y bloqueó aún más las rutas de abastecimiento. Sumado a un invierno particularmente crudo, los holandeses urbanos quedaron atrapados en un infierno helado sin combustible ni alimentos. Empezaron a aparecer recetas para bulbos de tulipán, rescatando lo poco que la naturaleza aún ofrecía. La población urbana, desesperada, caminó cientos de kilómetros al campo buscando comida, albergue o misericordia.
La infancia robada
Ben Buitenhuis tenía apenas tres años durante esa hambruna, pero sus recuerdos lo visitan nítidos. En una imagen impresa en la historia y fotografía neerlandesa, aparece al lado de una niña, Neeltje, con una cuchara vacía. Es más que una imagen: es un testimonio visual del sufrimiento colectivo infantil en una Europa desangrada.
Recuerda sus trucos infantiles: mojaba el tazón para que, al llenarlo con leche en polvo caída por accidente en una fábrica cercana, el polvo se pegara a las paredes húmedas sin ser completamente removido cuando lo obligaban a vaciarlo. También usaba un palo con clavo para robar remolachas de los carros en movimiento. Eso era sobrevivir.
¿Qué es el hambre?
“Yo no conozco la sensación de hambre”, dice hoy, sin fanfarria. Su cuerpo aprendió a apagar esa alarma olvidada en los días del horror. Su esposa, Ria, fallecida en 2023, solía bromear: “Si tengo que esperar a que comas tú, no voy a comer nunca”.
No se trata de una anécdota ligera. A lo largo de la historia, científicos han estudiado cómo el hambre infantil afecta el desarrollo neurológico y emocional de los supervivientes. Según la National Institutes of Health, el trauma nutricional temprano puede desencadenar respuestas de estrés crónicas y alterar la forma en que el cuerpo regula la saciedad, el metabolismo y la percepción de la abundancia.
Esto también moldea el comportamiento transgeneracional. Muchos hijos de sobrevivientes del Holocausto y de hambrunas poseen, incluso sin haberlo vivido, una sensibilidad particular al despilfarro de alimentos o a la inseguridad alimentaria. El hambre se hereda, aunque no se padezca directamente.
Las cocinas de la caridad y las familias adoptivas
Durante los peores días del invierno de 1944-45, las iglesias, escuelas y gobiernos improvisaron cocinas solidarias para alimentar al pueblo con sopas —a menudo sin proteínas—, caldos despoblados y pan de guerra hecho con harinas alternas.
Para proteger a los niños, organizaciones civiles y religiosas coordinaron el traslado de decenas de miles de menores a zonas rurales, donde podían alojarse con familias adoptivas y recibir al menos una comida caliente. Esta estrategia fue fundamental para reducir la mortalidad infantil en las ciudades.
Ben fue uno de los niños que, ya terminada la guerra, fue enviado a un sanatorio. Pasó seis semanas recuperándose. Cada mañana le daban un huevo cocido, el cual siempre regalaba a otro niño por una sencilla razón: era alérgico a la clara. Una ironía más en una niñez sin derechos ni lujos.
La memoria que educa
A 80 años del fin de la ocupación, los Países Bajos se visten de duelo y celebración. En Wageningen, la localidad donde se firmó la capitulación alemana el 5 de mayo de 1945, se conmemora la libertad. Un día antes —cada 4 de mayo— el país entero se detiene un minuto para recordar a sus muertos en guerras, ocupaciones o misiones de paz.
La historia de Buitenhuis y de miles como él está lejos de encasillarse como tragedia antigua. En un contexto mundial donde la guerra ha regresado al continente europeo (Ucrania), y la inflación y las crisis energéticas afectan el acceso a la comida, estas historias cobran urgencia. No como fantasmas del pasado, sino como advertencias vivas.
Mirar hacia adelante sin olvidar
“No hay que mirar atrás con odio”, dice Buitenhuis desde su departamento en Delft, en el noveno piso, con vista a una ciudad que resurgió como el ave fénix de las ruinas. “Miren hacia adelante. Lo que quedó atrás, quedó atrás. No se puede recuperar”.
El mensaje es claro y sereno. La historia —aunque dolorosa— no debe paralizar, pero sí debe enseñarnos. El hambre, cuando se convierte en política o negligencia (como en Gaza, Yemen, Etiopía o Haití), es un arma de exterminio lenta, pero más despiadada que muchas balas. El deber de quienes no pasamos hambre es doble: recordar y actuar.
En un mundo con más de 735 millones de personas afectadas actualmente por inseguridad alimentaria grave (FAO, 2023), la historia de Ben Buitenhuis no es un recuerdo: es un espejo incómodo.