Bacuri y los guardianes del Amazonas: esperanza para el manatí en peligro
Un esfuerzo colectivo en la selva de Caxiuanã busca salvar al emblemático mamífero amazónico mediante educación, rescate y conservación comunitaria
Un visitante especial en la selva de Pará
En la inmensidad sonora del Amazonas, donde el crujir de las hojas y el canto de los pájaros marcan el ritmo cotidiano, un espectáculo conmueve profundamente a un grupo de niños. Frente a ellos, Bacuri, un joven manatí amazónico, nada plácidamente en una piscina plástica. Cada vez que sale a respirar, los rostros infantiles se iluminan con sonrisas. No es una escena habitual. Ver un manatí de cerca, y con vida, es en sí un milagro; un regalo que les ofrece el Museu Paraense Emílio Goeldi desde su estación científica enclavada en la Floresta Nacional de Caxiuanã.
Pero la historia de Bacuri está lejos de ser mágica en su origen. Fue hallado abandonado y famélico, con apenas 10 kilos de peso, un cuarto de lo que debería pesar un espécimen juvenil. Rescatado y trasladado al centro científico, ha sido alimentado y cuidado con esmero durante los últimos dos años. Su nombre, Bacuri, honra la comunidad local que lo encontró, una muestra de los lazos entre conservación y conocimiento comunitario.
Manatíes: gigantes tímidos del agua dulce
El manatí amazónico (Trichechus inunguis) es el mamífero más grande del bioma pero también uno de los más esquivos. Por su oído agudo y comportamiento cauteloso, rara vez se deja ver en la naturaleza. A esto se suma su historia trágica: durante siglos fue cazado intensamente por su piel, que se exportaba a Europa y Centroamérica, y por su carne.
Hoy, la especie está categorizada como en peligro de extinción. Aunque Brasil prohibió desde 1967 la caza de animales silvestres, la práctica continúa clandestinamente en algunas regiones. De hecho, su carne figura aún en mercados ilegales y algunos pescadores enfrentan la disyuntiva entre tradición y conservación.
Bacuri: esperanza en forma de bigotes
Para revertir esta tendencia, el proyecto de conservación de Bacuri se propone como modelo. Tres instituciones clave lo sostienen:
- Museu Goeldi: Proporciona instalaciones y lidera programas educativos con comunidades locales.
- Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio): Asigna cuidadores que alimentan a Bacuri tres veces al día y mantienen su ambiente limpio.
- Instituto Bicho d’Água: Supervisa el estado veterinario, la dieta y entrena al personal de cuidados.
Hoy, Bacuri pesa unos 60 kilos y está en proceso de transición hacia una dieta exclusivamente vegetal. Eventualmente, será introducido en un área del río identificada por los conocimientos tradicionales como lugar de paso habitual de manatíes.
Educación ambiental con sentido de pertenencia
Uno de los enfoques más innovadores —y esperanzadores— es el programa educativo que involucra a las comunidades ribereñas. Niños y niñas viajan durante horas en pequeñas embarcaciones para llegar al centro. Allí conocen a Bacuri, escuchan historias sobre su especie, participan en actividades como hacer figuras de plastilina y reciben clases sobre el rol ecológico del manatí.
“Ustedes son los principales guardianes”, les dice la bióloga Tatyanna Mariúcha, responsable del centro científico.
Este componente educativo tiene un impacto profundo. Muchas de las comunidades viven de la pesca, el manejo del açaí y la agricultura de subsistencia. La educación no solo transmite conocimiento, sino también una visión de corresponsabilidad.
Clima extremo, otra amenaza silenciosa
Para expertos como Miriam Marmontel, investigadora senior del Instituto Mamirauá, el cambio climático es un enemigo creciente. En 2023, una intensa sequía en la región provocó una mortalidad masiva de delfines por temperaturas extremas del agua. Los manatíes evitaron lo peor refugiándose en pozos profundos, pero cada vez son más escasos esos refugios.
“Los manatíes también tienen un límite térmico, y puede ser sobrepasado”, advierte Marmontel.
Las aguas menos profundas, producto de las sequías, los hacen fácilmente visibles para los cazadores ilegales. Además, la reducción del nivel del agua impacta en su alimentación, que depende de plantas acuáticas.
Los rescatados: Coral y María también luchan por su vida
En las instalaciones del Instituto Bicho d’Água, a más de 1,000 km al este del Amazonas profundo, otros ejemplares luchan por sobrevivir. Coral, una cría hallada deshidratada y con quemaduras por exposición solar, fue trasladada en avión a Castanhal para su recuperación. María, otra cría rescatada, se encuentra en la misma instalación.
Actualmente, alrededor de 60 manatíes están en programas de rehabilitación solo en el estado de Pará. La tasa de mortandad aún es alta, pero cada vida rescatada representa una oportunidad de repoblar y restaurar el ecosistema.
“Cada individuo cuenta, no solo por sí mismo, sino porque motiva el involucramiento comunitario y gubernamental”, señala Renata Emin, presidenta del Instituto Bicho d’Água.
Cultura, ciencia y territorio: un modelo replicable
El caso de Bacuri es más que un adorable cuento de selva. Representa un modelo concreto de bioconservación participativa. Incluye elementos clave:
- Integración de conocimiento científico con saberes locales.
- Programas educativos diseñados desde el respeto cultural.
- Promoción del sentido de pertenencia hacia el territorio amazónico.
- Coordinación interinstitucional efectiva.
La estación científica de Caxiuanã —con su auditorio, torres de observación, dormitorios y laboratorios— contrasta con las casas flotantes de madera de las comunidades vecinas. Pero ya no se trata de mundos separados. Con las visitas escolares, actividades lúdicas y oficios de guardaparque local, el proyecto cierra la brecha.
Más allá de Bacuri: el Amazonas como responsabilidad compartida
El reto de salvar al manatí amazónico no es únicamente ambiental. Es una urgencia cultural, social y política. En un contexto donde la presión sobre el bioma sigue aumentando —ya sea por expansión agrícola, minería ilegal o cambio climático— conservar una especie emblemática como el manatí ayuda a preservar un equilibrio mayor.
Los niños que hoy dibujan a Bacuri con crayones o lo imitan en plastilina serán los líderes de mañana. Su conexión temprana con la fauna y flora de su hogar natural es fundamental. En sus manos —y corazones— está la posibilidad de frenar la extinción de una criatura que durante siglos ha sido símbolo de la fertilidad de la selva.
Y así, con bigotes húmedos, una panza redonda y movimientos lentos, Bacuri se convierte en un emblema de resistencia y ternura en medio de un mundo en crisis.