Persecución y esperanza: la odisea de los uigures en Tailandia y su lucha por la libertad

Entre la represión china, la ambigüedad tailandesa y la esperanza canadiense: el destino incierto de una minoría perseguida durante más de una década

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Una década encerrados en el limbo

La historia de los uigures detenidos en Tailandia es una de esas que capturan las contradicciones de un mundo globalizado donde los derechos humanos todavía no conocen fronteras justas. Tres hombres uigures que pasaron más de 10 años detenidos en Tailandia fueron finalmente reasentados en Canadá este abril, según confirmaron parlamentarios y activistas tailandeses. El hecho ocurre pocos meses después de que las autoridades tailandesas fueran duramente criticadas por deportar a 40 uigures a China, donde podrían ser víctimas de tortura o incluso ejecución.

Los uigures son una minoría étnica de origen túrquico y mayoritariamente musulmana que habita principalmente la región de Sinkiang (Xinjiang), en el noroeste de China. Durante décadas han resistido la sinización cultural forzosa por parte del régimen comunista chino, que en el siglo XXI intensificó su represión hasta niveles denunciados por diversos países occidentales como crímenes contra la humanidad e incluso genocidio.

La persecución en China y la huida hacia el sudeste asiático

En 2014, un grupo de unos 300 uigures fue detenido en la frontera entre Tailandia y Malasia tras huir de China. Su intención: buscar refugio en países de mayoría musulmana, principalmente Turquía. Desde entonces, su situación se convirtió en un tira y afloja diplomático entre China y potencias occidentales como EE. UU.

China acusó a los detenidos de ser terroristas, sin presentar pruebas convincentes. Esta narrativa es parte de una estrategia más amplia para justificar la represión en Xinjiang, donde informes de la ONU y de medios internacionales documentan la existencia de campos de reeducación, vigilancia masiva, uso forzado del idioma chino, y la separación de niños de sus familias.

¿Refugiados o peones geopolíticos?

Tailandia, ubicada en la encrucijada de intereses diplomáticos entre el Este y el Oeste, no concedió nunca el estatus de refugiados a los uigures. Pese a las recomendaciones de organismos internacionales y peticiones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Tailandia se limitó durante años a mantener a los detenidos en condiciones infrahumanas en centros migratorios, sin derecho a contactar familiares, abogados o reconocer su estatus de solicitantes de asilo.

En 2015, el país forzó la deportación de 109 de estos uigures hacia China, principalmente hombres, siendo recibidos por agentes del gobierno chino con la cabeza cubierta, en un operativo que causó revuelo internacional. Durante las siguientes semanas, se produjeron protestas violentas frente a la embajada tailandesa en Estambul, en una reacción que evidenció que los uigures son una causa sensible en Turquía, país con vínculos étnicos y religiosos con esta comunidad.

Canadá ofrece un respiro

En abril de 2025, en el marco del festivo Songkran (Año Nuevo tailandés), tres uigures fueron silenciosamente trasladados a Canadá, según confirmaron Kannavee Suebsang, parlamentario tailandés, y Chalida Tajaroensuk, presidenta de la Fundación para el Empoderamiento del Pueblo. Ambos han sido voces clave en la defensa de los derechos de los refugiados uigures en Tailandia.

Un dato crucial: estos tres individuos también tenían ciudadanía kirguisa, lo cual podría haber sido clave para que no fueran deportados con el resto hacia China. Al no portar identificación china cuando fueron detenidos, fueron mantenidos fuera del grupo principal.

“Los uigures corren un peligro extremo si son devueltos a China”, señaló Chalida. “Instamos al gobierno tailandés a coordinar con el ACNUR y facilitar el reasentamiento en terceros países”.

Condiciones inhumanas y violaciones al derecho internacional

Durante más de una década, los detenidos uigures fueron mantenidos en centros similares a cárceles, con alimentación deficitaria, celdas superpobladas, falta de productos de higiene y sin contacto con el mundo exterior. Muchas veces, ni siquiera sus familiares sabían dónde estaban. Cinco de los 53 uigures que quedaron en Tailandia murieron esperando una solución, incluyendo niños.

En febrero de 2024, un grupo de expertos en derechos humanos de la ONU envió una carta oficial al gobierno tailandés, expresando preocupación por presuntas violaciones del derecho internacional. Denunciaron tratos inhumanos, detenciones arbitrarias y falta de acceso a justicia.

La sombra permanente de Pekín

Beijing ha presionado constantemente a las autoridades tailandesas para repatriar a los uigures, ofreciendo ayuda económica y utilizando el argumento del “terrorismo separatista”. Las autoridades chinas sostienen que los uigures son parte de grupos extremistas, una afirmación que gran parte de la comunidad internacional cuestiona.

El caso uigur se inscribe dentro del contexto más amplio de las políticas internas de China hacia las minorías. Se calcula que hasta un millón de uigures han sido internados en campos de reeducación desde 2017, muchos bajo acusaciones infundadas de extremismo religioso.

La ambigüedad tailandesa y la presión internacional

Tailandia ha tratado de mantener una postura pública neutral, aunque sus acciones parecen indicar una mayor cercanía con China en este conflicto. Cuando se deportaron 40 uigures en febrero de 2024, funcionarios tailandeses negaron hasta el último momento que hubiese planes en marcha, asegurando incluso ante periodistas que “todos los chinos ya fueron repatriados”.

La reacción internacional fue inmediata. El entonces Secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, condenó enérgicamente la acción y anunció restricciones de visado a altos funcionarios tailandeses como represalia.

¿Y los que quedan?

Actualmente, cinco uigures permanecen en centros de detención en Tailandia cumpliendo condenas por intento de fuga. Activistas temen que el gobierno tailandés pueda liberarlos anticipadamente solo para facilitar su deportación a China.

Pese a las palabras del viceprimer ministro Phumtham Wechayachai sobre la posibilidad de enviarlos a un “tercer país” si obtienen estatus de refugiados, los esfuerzos por acelerar ese trámite han sido lentos. Chalida señaló que es esencial permitir el acceso del ACNUR a los detenidos para desbloquear cualquier opción de salida.

Refugiados invisibles: una crisis global sin soluciones reales

La historia de los uigures en Tailandia es solo un ejemplo más de cómo los refugiados son muchas veces víctimas de las dinámicas de poder entre potencias globales. Según ACNUR, en 2023 había más de 35 millones de refugiados en el mundo, y solo una fracción mínima logra el reasentamiento. En promedio, un refugiado permanece desplazado por más de 17 años.

La situación se agrava cuando los países donde se refugian no han firmado la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, como es el caso de Tailandia. Esta falta de marco legal deja a los desplazados completamente a la merced de decisiones burocráticas o intereses políticos.

Una luz, aunque pequeña, al final del túnel

La llegada de tres uigures a Canadá es una victoria modesta pero simbólica. Canadá ha sido históricamente un destino para refugiados perseguidos por su etnia, religión o identidad política, desde los vietnamitas en los años 70 hasta los sirios en la última década. En este caso, se convierte en un faro de esperanza para quienes aún permanecen encerrados y olvidados.

Sin embargo, el desafío sigue siendo inmenso. Mientras China continúe ignorando las denuncias de genocidio, y países intermedios como Tailandia sigan cediendo a su presión, los refugiados seguirán siendo rehenes de una geopolítica sin compasión.

Lo que está en juego no es solo el futuro de una minoría étnica, sino la credibilidad del sistema internacional de derechos humanos. ¿Seguirá el mundo mirando hacia otro lado mientras se traiciona cada día la dignidad de los que más la necesitan?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press