Populismo de derecha y vigilancia estatal: Alemania clasifica al AfD como extremista

La inteligencia alemana cataloga al partido Alternativa para Alemania como una amenaza extremista, abriéndose paso al debate sobre democracia, racismo y vigilancia en Europa

Una medida inédita con profundas implicancias para la democracia alemana

El viernes, el Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV), la agencia de inteligencia interior alemana, dio un paso sin precedentes para una democracia consolidada: clasificó al partido Alternativa para Alemania (AfD) como un "esfuerzo extremista de derecha confirmado". Esta decisión permite a la inteligencia desplegar herramientas más amplias de vigilancia, como informantes secretos, grabaciones de audio y video, y una supervisión sistemática del partido a nivel nacional.

Desde su fundación en 2013 como una fuerza euroescéptica, el AfD se ha transformado en una agrupación que, según las autoridades germanas, incita al odio, desprecia la dignidad humana y promueve discursos xenófobos y contrarios a los valores democráticos. Ahora, el foco no está solo en lo que representan, sino en cómo una sociedad democrática debe reaccionar ante la amenaza de ideologías que, desde dentro del sistema político, buscan socavarlo.

¿Por qué se toma esta decisión ahora?

La medida llega apenas unos meses después de que la AfD obtuviera un segundo lugar en las elecciones nacionales de febrero de 2025, una muestra clara de su creciente apoyo popular. Sin embargo, según la BfV, detrás del respaldo electoral se esconde una maquinaria ideológica que busca marginar grupos poblacionales enteros, principalmente inmigrantes de países musulmanes.

En palabras de la agencia:

“El carácter extremista de todo el partido ignora la dignidad humana, mostrando constantes posturas xenófobas, antiislámicas y contrarias a las minorías.”

La clasificación del BfV se basa en una auditoría extensa de más de 1.100 páginas, respaldada por varias sentencias judiciales en distintos Länder (estados) que ya permitían el monitoreo regional del partido, ahora expandido a todo el país.

La sombra del pasado: Alemania y su sensibilidad con el extremismo

Alemania tiene una historia particularmente complicada con los extremismos políticos. La experiencia del nazismo y la posterior división del país en dos sistemas ideológicos tras la Segunda Guerra Mundial sembraron las bases para una vigilancia rigurosa de las amenazas antidemocráticas.

El AfD, con sus vínculos con grupos ultraderechistas y su discurso de "identidad nacional basada en el origen étnico", se ha instalado en la alarma pública. El BfV ya había advertido en 2023 que más de 10.000 de los 38.800 extremistas de derecha registrados en Alemania formaban parte del AfD.

La ministra del Interior, Nancy Faeser, fue clara al afirmar que la clasificación se basó en una investigación “exhaustiva, neutral y sin influencia política”. Aun así, el hecho de que un partido con representación parlamentaria y apoyo popular sea clasificado como extremista plantea interrogantes fundamentales.

¿Atentado a la democracia o defensa de ella?

El punto neurálgico del debate gira en torno a la tensión entre libertad política y protección del orden constitucional. Mientras defensores de la democracia celebran la medida como un freno necesario ante la normalización del odio, simpatizantes de la AfD sostienen que se trata de un uso excesivo del aparato estatal para silenciar voces disidentes y populistas.

Sin embargo, la BfV responde que no se busca ilegalizar al partido—una acción que sólo podría darse a través del Tribunal Constitucional Federal tras una solicitud del Bundestag o el gobierno federal—sino garantizar que sus actividades se mantengan bajo estricto control.

Los expertos en derecho constitucional destacan que, bajo el principio de proporcionalidad consagrado en la Ley Fundamental alemana, estas formas de vigilancia son legales si existe evidencia sustancial de que se pone en peligro el orden democrático.

AfD y el fenómeno del voto protesta

La pregunta persiste: ¿por qué crece el AfD? Parte de la respuesta está en el descontento social. En las regiones del este de Alemania, tradicionalmente más pobres y con menos contacto con la inmigración, la AfD ha conseguido capitalizar malestares económicos, temores culturales y desconfianza hacia las élites de Berlín.

Según una encuesta de Der Spiegel realizada en marzo de 2025, el 47% de los votantes del AfD dicen apoyarlos no por sus propuestas específicas, sino como forma de “enviar un mensaje de protesta” al sistema político tradicional.

Así, el AfD actúa como catalizador de múltiples frustraciones: desde la inflación hasta el desconcierto por las políticas climáticas o la integración europea. Pero la retórica empleada por sus líderes, como el rechazo explícito hacia inmigrantes musulmanes, ha ido mucho más allá del hartazgo ciudadano y se convirtió, según el BfV, en una amenaza real.

Discurso del odio y legalismo: una combinación peligrosa

Uno de los fenómenos más inquietantes del ascenso de la AfD es su capacidad de usar el sistema democrático en su favor, aprovechando las garantías legales de la libertad política para difundir un mensaje que, paradójicamente, atenta contra ese mismo sistema.

El politólogo Yascha Mounk ha calificado este proceso de “erosión democrática desde dentro”. En otras palabras, no hace falta un golpe militar; basta que actores antidemocráticos lleguen al poder mediante las urnas para iniciar un deterioro institucional progresivo.

Es lo que ocurrió con Viktor Orbán en Hungría o con el PiS en Polonia: partidos que, bajo el ropaje de elecciones libres, consolidaron el poder y revirtieron garantías fundamentales.

El caso alemán es especialmente sensible debido a su historia. Por eso el país implementó un sistema de democracia militante (wehrhafte Demokratie), que permite a las instituciones defenderse ante amenazas internas.

Reacciones internacionales y el impacto europeo

La clasificación del AfD no ha pasado desapercibida fuera de Alemania. El presidente francés Emmanuel Macron calificó la medida como "un ejemplo de firmeza institucional frente a las fuerzas del odio". Por su parte, dirigentes de partidos de ultraderecha europeos, como Marine Le Pen o Giorgia Meloni, han evitado pronunciarse directamente, aunque se especula con su molestia por el precedente que puede sentar de cara a una posible actuación en sus países.

En el Parlamento Europeo, el grupo Identidad y Democracia, al que pertenece el AfD, no ha emitido declaración oficial, pero fuentes de Politico Europe señalan que el partido podría ser marginalizado aún más dentro de los debates europeos.

La medida también pone el foco sobre el futuro de la ultraderecha como bloque político paneuropeo, ante el crecimiento de fuerzas similares en Italia, Países Bajos y España (VOX).

¿Se puede combatir al extremismo sin caer en la censura?

Este dilema es la gran pregunta para la democracia liberal del siglo XXI. Entre el riesgo de permitir que el veneno extremista se normalice y el temor a que las medidas punitivas refuercen el papel de “víctimas del sistema” que cultivan estos partidos, las democracias caminan por un filo peligroso.

Para evitar caer en la censura o convertir al AfD en mártir político ante sus bases, las instituciones deben centrarse no sólo en la vigilancia, sino en restaurar la confianza democrática, mejorar las condiciones sociales y combatir la desinformación que alimenta a estas agrupaciones.

La lucha contra el extremismo, como afirma el politólogo alemán Herfried Münkler, no se ganará solo en los tribunales o con vigilancia, sino también “con pedagogía cívica, cohesión social y políticas públicas eficaces”.

¿Un precedente histórico?

La decisión de clasificar a un partido político con representación parlamentaria como extremista no tiene muchos paralelos en la historia reciente. Alemania, como laboratorio histórico de la instauración y caída de regímenes totalitarios, está marcando un punto de inflexión.

Mientras resuena la amenaza del extremismo en tiempos de polarización global, esta decisión es un recordatorio de que la democracia no es solo un sistema de votación, sino un ecosistema de valores e instituciones que deben vigilarse entre sí para no perecer.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press