¿Guerra de nombres o geopolítica? El intento de Trump por renombrar el Golfo Pérsico
El expresidente estadounidense desafió siglos de consenso internacional al intentar cambiar el nombre del Golfo Pérsico por 'Golfo Arábigo', pero ¿qué hay detrás de esta decisión?
Una jugada geopolítica, no solo semántica
Durante su visita a Arabia Saudita en 2017, Donald Trump propuso oficialmente que Estados Unidos comenzara a referirse al Golfo Pérsico como el Golfo Arábigo o incluso Golfo de Arabia. La medida, aunque aparentemente retórica, tuvo implicaciones geopolíticas significativas en una de las regiones más tensas del planeta.
Irán, heredero del antiguo Imperio Persa, ha defendido durante siglos la denominación histórica de 'Golfo Pérsico'. De hecho, la expresión está documentada desde el siglo V a.C. por Heródoto y ha sido ampliamente utilizada por los cartógrafos europeos desde el siglo XVI. La Organización Hidrográfica Internacional (OHI), de la cual EE. UU. es miembro, reconoce oficialmente el nombre como "Persian Gulf".
Sin embargo, muchos países árabes del Golfo —incluidos Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar— prefieren el término "Golfo Arábigo", como expresión de identidad y unidad frente a su principal rival regional: Irán.
Una disputa antigua, reavivada
La disputa sobre el nombre no es nueva. En 2012, Irán amenazó con demandar a Google por omitir intencionalmente cualquier nombre en esa región en Google Maps. Irán consideró este acto como un "peligroso borrado identitario".
En contraparte, muchos medios de comunicación y entidades gubernamentales en los países árabes lo han identificado durante décadas como "Golfo Arábigo". Algunos incluso van más allá y lo llaman "Golfo de Arabia". La realidad es que esta disputa lingüística refleja mucho más que un desacuerdo geográfico; es un campo simbólico de batalla entre dos bloques regionales.
Trump y su enfoque de alianzas en Oriente Medio
El cambio propuesto por Donald Trump formaba parte de una estrategia más amplia para estrechar las relaciones de Estados Unidos con los países árabes del Golfo. En su primer viaje internacional como presidente, Trump visitó Arabia Saudita, Doha y Abu Dhabi. Según expertos en política exterior, el objetivo era aislar diplomáticamente a Irán y asegurar inversiones millonarias en territorio estadounidense.
Así, utilizar la expresión "Golfo Arábigo" fue interpretado por Teherán como un acto hostil, y por las monarquías árabes como un gesto de alineación política. Esto dejó a Estados Unidos en una posición controversial frente a su tradicional papel de árbitro diplomático en la región.
Desde 2017, el Departamento de Defensa de EE. UU. ha utilizado el término "Arabian Gulf" en documentos oficiales, imágenes de los ejercicios militares y comunicados, aunque aún persisten referencias mixtas dependiendo del contexto.
¿Puede cambiar un presidente el nombre de un mar?
A pesar de las intenciones de Trump, ni un presidente ni un estado pueden redefinir unilateralmente un nombre geográfico reconocido internacionalmente. Las organizaciones como la OHI y las Naciones Unidas velan por el consenso y la uniformidad en la nomenclatura para evitar conflictos innecesarios.
En principio, un país puede emplear una denominación diferente en sus documentos internos o en su retórica diplomática, pero eso no obliga al resto del mundo. Por ejemplo, Corea del Sur llama al Mar del Este a lo que para Japón se conoce como Mar del Japón; ambos nombres se aceptan en algunos contextos internacionales.
Sin embargo, el intento de Trump de formalizar el término "Arabian Gulf" dentro del discurso oficial de EE. UU. ocasionó críticas tanto dentro como fuera del país, principalmente por añadir más tensión a una región de por sí frágil.
Implicancias para la seguridad regional
El Golfo Pérsico es, además del escenario de rivalidades diplomáticas, una de las rutas más críticas para el tránsito de crudo global: alrededor del 30% del petróleo transportado por mar pasa por el estrecho de Ormuz, una vía de apenas 39 km de ancho entre Irán y Omán.
En este sentido, cualquier acción que aumente la animosidad en torno al nombre de este cuerpo de agua puede tener consecuencias reales para la seguridad energética del planeta. No es raro que las tensiones verbales entre Irán y Arabia Saudita terminen con consecuencias militares, como los frecuentes sabotajes o bloqueos a petroleros.
El rol de las grandes tecnológicas
La discrepancia también ha llegado al ámbito digital. En 2012, Apple Maps mostraba solamente "Golfo Pérsico", mientras que Google Maps pasó un tiempo sin etiquetar lo absoluto. Tras el conflicto, Google cedió parcialmente e introdujo la doble denominación en algunos países: "Persian Gulf (Arabian Gulf)".
Las tecnológicas se enfrentaron al dilema: adoptar una postura neutral o adaptarse a las demandas geopolíticas. En estos entornos, un cambio de nombre no es simplemente una actualización cartográfica, sino una decisión editorial con potenciales repercusiones diplomáticas.
Los antecedentes del "Golfo de América"
En un movimiento aún más desconcertante, meses antes Trump propuso que Estados Unidos comenzara a referirse al Golfo de México como el Golfo de América. Esta medida causó perplejidad dentro y fuera del país, ya que no existía disputa geográfica por ese nombre, y fue vista como un acto de nacionalismo simbólico.
La demanda de medios como la Associated Press contra esta directiva por parte de la Casa Blanca escaló a tribunales. El juez Trevor McFadden falló en favor del medio, recordando que el uso arbitrario de la autoridad ejecutiva no puede restringir la libertad de prensa ni obligar a adoptar nombres oficiales preferidos por un presidente.
La batalla simbólica por la toponimia
Detrás de estas decisiones existe una motivación más profunda: el simbolismo del lenguaje y cómo la toponimia puede usarse como instrumento geopolítico. Para Trump, que basó buena parte de su política exterior en la idea de America First, el lenguaje sirve para redibujar los aliados y enemigos en términos identitarios.
Los nombres no son neutrales: reflejan posiciones históricas, marcos conceptuales y relaciones de poder. Reescribir los mapas es también una forma de reescribir la narrativa global.
Un precedente peligroso para la diplomacia
La insistencia de Trump por cambiar unilateralmente designaciones geográficas aceptadas durante siglos puede parecer anecdótica, pero establece un precedente delicado. Si cada administración reinterpretara los nombres según conveniencia política, el discurso internacional se tornaría caótico e inconsistente.
Además, puede provocar respuestas hostiles de países como Irán, perjudicando los ya frágiles equilibrios regionales. En tiempos de tensiones nucleares y conflictos diplomáticos, cambiar el nombre de un cuerpo de agua puede parecer trivial, pero puede actuar como un catalizador simbólico de futuros enfrentamientos.
Por ahora, el Golfo Pérsico sigue siendo oficialmente reconocido por su denominación histórica. Pero el intento de Trump demuestra cómo, incluso en pleno siglo XXI, las palabras —y los mapas— siguen teniendo el poder de agitar un polvorín geopolítico de escala global.