Diego Silveti y el arte en peligro: ¿Tiene futuro la tauromaquia en México?
Entre prohibiciones legales, arraigo cultural y herencia familiar, el torero mexicano enfrenta el dilema de mantener viva una tradición centenaria discutida por la sociedad moderna
Diego Silveti, torero mexicano de linaje taurino, se enfrenta hoy a uno de los momentos más cruciales en su carrera y en la historia de la tauromaquia mexicana. Mientras algunos estados del país, incluida la capital, avanzan hacia la prohibición de las corridas con muerte, Silveti defiende con pasión un legado que combina arte, espiritualidad, sacrificio y controversia.
Una vida consagrada al toro
Silveti no es cualquier torero. Es heredero de una dinastía: su padre, David Silveti, fue una leyenda de los ruedos, apodado "El Rey David". Su abuelo, Juan Silveti, también tenía sangre de matador. Diego continúa esa tradición, pero lo hace en un contexto diferente, uno en el cual el peso social de la tauromaquia ya no es el mismo.
“No elegimos dónde nacer, pero sí lo que defendemos con el alma”, dice Silveti. En su habitación de hotel antes de cada corrida, monta un altar con su alianza de casado y una imagen de la Virgen de Guadalupe, como un acto de entrega simbólica. “Le entrego todo a Dios: padre, esposo, hijo y hermano. Voy a la plaza como lo que nací para ser: torero”.
Cultura vs. prohibición: el debate candente
El centro de este debate va más allá del espectáculo. En mayo de 2025, el Congreso de la Ciudad de México aprobó una serie de medidas que prohíben “el maltrato y asesinato de toros en espectáculos públicos”. Con esto, la muerte del toro queda excluida del ritual. Aunque técnicamente la corrida puede continuar, para toreros como Silveti es una “prohibición encubierta”.
“Quitarle la muerte al rito es anular todo el simbolismo”, sostiene el matador. “No se puede separar el arte de su finalidad y significado. Es un ritual donde el hombre se enfrenta con la muerte, y el toro también es protagonista, no una víctima pasiva”.
Organizaciones como Cultura sin Tortura celebraron la decisión y afirman que seguirán presionando para prohibir totalmente la tauromaquia en todo el país. Seis estados ya la han vetado.
Una herencia que se vive desde la infancia
Silveti creció no con balones de fútbol, sino con muletas y capotes. El juego infantil era ensayar suertes taurinas. Aunque su padre falleció en 2003, su presencia espiritual sigue acompañando sus pasos.
“No tuve la oportunidad de verlo en la plaza cuando era niño, pero lo sentía en casa, en todo lo que nos enseñaba y representaba”, recuerda el torero. “Ahora, como padre, les doy a mis hijos el mismo contacto: vamos a los ranchos, juegan con becerros, sienten el animal con respeto, no con miedo”.
Sus hijos, de 6 y 2 años, no van a las plazas, pero ya imitan gestos taurinos en casa. “El pequeño juega con servilletas y grita ‘Olé’... Es increíble”.
No es sólo Silveti: una industria con 20,000 empleos
Según la organización Tauromaquia Mexicana, existen más de 20,000 empleos directos ligados a la fiesta brava, desde criadores de toros hasta costureras, músicos, taquilleros, moneros, veterinarios y floristas.
Los ganaderos, como Manuel Sescosse, también son parte fundamental del ecosistema taurino. “No criamos sólo para vender. Es una pasión. Cuidamos a los animales como parte de nuestra familia desde que nacen hasta que lidian”, afirma. Un toro de lidia ideal pesa entre 900-1,200 libras y tiene entre 4 y 5 años de edad al momento del combate.
Durante la temporada de lluvias, un semental se cruza con 30 vacas, y sus crías son vigiladas con meticulosidad. Algunos reciben nombres desde temprana edad. Solo unos pocos serán seleccionados para la lidia: aquellos con fuerza, nobleza y bravura.
La espiritualidad de la faena
La tauromaquia no es simplemente matar un toro. Para muchas personas, es un acto profundamente espiritual, casi religioso. En la plaza de Aguascalientes, donde se celebran algunas de las principales corridas del país, los toreros son bendecidos por el padre Ricardo Cuéllar antes de entrar al ruedo.
“Mi papel es cuidar las necesidades religiosas de todo el mundo taurino: desde el matador hasta el vendedor de palomitas”, explica Cuéllar.
Sí, se matan toros; pero hay código, hay solemne respeto, hay agradecimiento. Silveti narra cómo ha sido corneado trece veces, y que cada una ha sido una aceptación consciente del riesgo: “Me juego la vida por un propósito mayor. Cuando se cierra la puerta del toril, sólo quedamos el toro y yo”.
Cuando el toro gana: Centinela, el inmortal
No siempre muere el toro. En raras ocasiones, uno se gana la vida. Ese fue el caso de Centinela, lidiado por el torero español Alejandro Talavante también en Aguascalientes, en la misma temporada que Silveti.
Un ejemplar negro, de 1,140 libras que, al sentir el capote, más que embestir, danzaba. El público estalló en júbilo. La muerte no tenía cabida esa noche. El juez lo entendió y lo indultó. Centinela regresó al rancho como semental, para perpetuar esa bravura que hizo latir tantos corazones.
Una tradición bajo asedio
Más allá de los ruedos y las emociones, la tauromaquia enfrenta un embate moderno. Las redes sociales, la creciente empatía con los animales, movimientos como el veganismo y las críticas de la comunidad internacional ejercen una presión incesante.
Pero sus defensores apelan al matiz histórico y cultural. Según el investigador y aficionado Antonio Rivera, en Yucatán hay profundas raíces prehispánicas ligadas al sacrificio animal. “Cada año se celebran cerca de 2,000 eventos con toros en la península”, indica.
En 2021, el Congreso de Yucatán declaró la tauromaquia como patrimonio cultural. Una medida que refuerza su papel como eslabón de identidad: “Cuando veo un toro en la arena, veo un museo viviente. Contiene siglos de rito y memoria colectiva”, sostiene Rivera.
El dilema de una nación dividida
México vive hoy un tenso equilibrio entre la conservación y la transformación. La tauromaquia se transforma en símbolo de debate nacional e incluso generacional. Los jóvenes tienden a alejarse del toreo, mientras los mayores celebran las faenas como rituales de coraje y belleza.
Diego Silveti no se rinde, ni en lo personal ni en lo simbólico. Su figura representa la insistencia por preservar un arte milenario, con sus luces y sombras. Mientras tanto, en cada tarde de toros, el destino se decide al compás del clarín y bajo la mirada de Dios, la Virgen y miles de espectadores.
Una cosa es segura: en cada corrida, no sólo se lidia un toro. También se lidia la identidad cultural de un país que aún debate si lo que heredó debe protegerse... o transformarse para siempre.