Tierras, trincheras y tribunas: la nueva cruzada de Trump por reescribir el patriotismo estadounidense
Entre celebraciones bélicas y ventas de tierras públicas, el expresidente busca redefinir el legado nacional con una peligrosa mezcla de nostalgia, política y negocios
¿Qué significa realmente ganar una guerra?
El 8 de mayo de 1945, el mundo se detuvo para celebrar el fin del conflicto más sangriento del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial. Los Aliados, habiendo vencido a la Alemania nazi, sellaron una victoria que reconfiguró el orden geopolítico e inauguró la era de la posguerra. Europa lo recuerda cada año con actos conmemorativos, mientras que Estados Unidos lo hace con menos pompa y más discreción, centrando su foco en el Veterans Day del 11 de noviembre.
Donald Trump, expresidente y nuevamente figura influyente del Partido Republicano, no está satisfecho con esto. En su último movimiento simbólico, firmó una proclamación que designa oficialmente el 8 de mayo como el Día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial, y propuso hacer lo mismo con el 11 de noviembre para conmemorar el final de la Primera Guerra Mundial.
Patriotismo selectivo: ¿una estrategia política?
Trump considera que Estados Unidos ha fallado en reconocer sus victorias militares con la pompa que “el mundo libre” otorga a sus héroes. En sus palabras: “Nadie estuvo cerca de nosotros en fuerza, valentía y brillantez militar”. Pero esta reinterpretación de cómo y qué celebrar no es inocente ni aislada. Encaja dentro de una narrativa trumpista donde el nacionalismo se fusiona con el resentimiento y la nostalgia.
¿Celebrar más la victoria militar tiene sentido? Más allá del debate ideológico, el contexto es crucial. Estados Unidos ya conmemora oficialmente la contribución de sus tropas, no solo en el Veterans Day, sino también en otras fechas como el Memorial Day. Pero para Trump, esto no basta. Él quiere convertir esos días en celebraciones activas de victoria, quizá para reforzar su propia imagen como “líder fuerte” y proyectar un espíritu nacionalista que fue central en su campaña de 2016.
Del campo de batalla al mercado: la venta de tierras públicas
Mientras se hablamos de celebraciones patrióticas, otro frente se abre en el Congreso: la inclusión de una cláusula en el paquete de recortes fiscales republicanos que autoriza la venta de miles de acres de tierras públicas en Nevada y Utah. Este polémico añadido ha generado una ola de críticas entre demócratas y organizaciones ecologistas.
El plan, impulsado por los republicanos Mark Amodei y Celeste Maloy, contempla usar algunos de estos terrenos para proyectos de vivienda asequible. Aunque el objetivo mencionado podría sonar noble, los críticos ven en la maniobra un pretexto para permitir la expansión de las industrias extractivas como la minería, perforación y tala dentro de tierras protegidas.
“Estas tierras pertenecen a todos los estadounidenses. No deberían ser regaladas para engordar las cuentas corporativas”, declaró Athan Manuel, director del programa de protección de tierras del Sierra Club.
Trump y el legado ambiental: una historia ya conocida
No es la primera vez que una administración trumpista apunta a las tierras públicas. Ya lo hizo en su primer mandato reduciendo la extensión de parques nacionales como Bears Ears y Grand Staircase-Escalante. Esta nueva ofensiva en el Congreso no es sino otra fase de una política más amplia que ve la tierra no como un bien común, sino como un recurso a explotar.
Además de facilitar la venta de tierras, el nuevo paquete legislativo también reduciría las regalías que las empresas deben pagar por extraer recursos de tierras federales. Las tasas por petróleo pasarían del 16,7% al 12,5% y las de carbón del 12,5% al 7%, revirtiendo esfuerzos de la administración Biden por impulsar energías limpias e imponer estándares fiscales más estrictos a las industrias contaminantes.
Celebrar ganando, pero ¿a costa de qué?
Este renovado patriotismo bélico, acompañado por políticas que promueven la industria contaminante en detrimento del espacio público y ambiental, refleja una visión de país anclada en un pasado idealizado. Una visión que celebra las conquistas del siglo XX con métodos del siglo XIX en pleno siglo XXI.
Para Donald Trump y muchos en su partido, la grandeza de Estados Unidos se mide en campos de batalla y cuentas bancarias. Así, el Día de la Victoria no solo honra a los veteranos, sino que se convierte también en una plataforma para impulsar su agenda política y económica.
Una nación dividida entre la nostalgia y el futuro
El trasfondo ideológico es evidente: “Hacer grande a América de nuevo” no solo significa mirar atrás, sino reinterpretar el pasado convenientemente para justificar las políticas del presente. Sea en la forma de un nuevo feriado nacional o la desregulación de tierras públicas, lo cierto es que estos movimientos apuntan a consolidar una narrativa unilateral: Estados Unidos triunfó solo, merece celebrarse solo y debe actuar solo, incluso a costa del medioambiente o la cohesión social.
En un clima electoral cada vez más polarizado, donde el ecologismo, el acceso a la vivienda y la inclusión son temas claves, estos gestos simbólicos sobre guerras pasadas y decretos de tierra tienen una clara motivación: distraer, movilizar y dividir.
¿Qué nos dice la historia?
Cuando Alemania celebraba la rendición de Hitler, lo hacía con la esperanza de no repetir horrores. En cambio, la versión trumpista del Día de la Victoria parece menos una conmemoración y más una estrategia geopolítica interna. Mientras se homenajea la victoria, se debilitan las estructuras democráticas que la hicieron posible: la fiscalización, la colaboración internacional, el respeto por la naturaleza.
Políticos como el representante demócrata Joe Neguse han calificado la venta de tierras como “profundamente irresponsable”. Y no se trata de una exageración: el proyecto contempla la venta de más de 6,250 millas cuadradas de tierras públicas, un área más grande que Connecticut, disponibles para arrendamiento con fines de explotación minera y energética.
Este solo dato debería detenernos en seco. Las tierras que fueron escenario de batallas entre especies, ecosistemas y comunidades originarias ahora podrían ser loteadas tras una votación exprés en el Congreso.
Un llamado al presente
Aunque muchos podrán aplaudir la idea de consagrar formalmente un día para celebrar la victoria sobre el nazismo o el final de la Primera Guerra Mundial, lo esencial no debe perderse: el mejor homenaje que puede hacerse a la historia es no repetir sus errores.
Celebrar el patriotismo no debería convertirse en licencia para depredar los recursos públicos ni en excusa para reavivar discursos polarizantes. Como dijo alguna vez el presidente Dwight D. Eisenhower —también un general victorioso de la Segunda Guerra Mundial—:
“No hay gloria en la batalla que valga la pena recordar, y mucho menos repetirla.”