El alto precio de un paraíso en conflicto: Vivir en la frontera de Cachemira

En medio de la belleza natural de Cachemira, la vida de los habitantes de Gingal se ve constantemente amenazada por el fuego cruzado entre India y Pakistán. Este es un vistazo humano a cómo la población civil sobrevive a una guerra no declarada.

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Cachemira: Belleza natural y territorio de disputas

Cachemira, conocida por sus hermosos paisajes de montaña y verdes valles, parece sacada de una postal. Sin embargo, detrás de esa imagen de postal se esconde una de las regiones más militarizadas del mundo. Desde la partición de la India británica en 1947, India y Pakistán han estado enfrascados en una amarga disputa territorial sobre esta región himalaya. Ambas naciones reclaman el territorio entero, pero cada una administra solo una porción.

La rutina del miedo en Gingal

Mohammad Younis Khan es uno de los residentes del pueblo fronterizo de Gingal, en el norte de la Cachemira administrada por India. El 8 de mayo de 2025, como en muchas otras ocasiones, su comunidad fue despertada por el terror del trueno de proyectiles. Junto con 39 personas —hombres, mujeres y niños—, buscaron refugio en un establo para vacas de apenas 3 metros por 4,2. Era tan pequeño que apenas podían respirar, pero lo consideraban más seguro que sus propias casas de ladrillo y cemento.

“Oímos el silbido en el aire, luego un boom. Sentimos el suelo temblar y creímos que sería nuestro fin”, narró Younis. Para él, ya es habitual distinguir entre los proyectiles entrantes y salientes simplemente por el sonido. El miedo los paralizaba, tanto que ni siquiera se atrevían a salir por agua, aunque escuchaban a los niños llorar de sed a sólo unos metros de distancia.

Un pueblo entre trincheras invisibles

Gingal no está sola en esta experiencia. La región norte de Srinagar ha sido blanco constante de enfrentamientos entre las tropas indias y paquistaníes al otro lado de la Línea de Control (LoC), la frontera de facto que divide Cachemira. El 10 de mayo se anunció un cese del fuego que, si bien trajo un respiro, no redujo la desolación que dejaron los ataques: casas destruidas, utensilios quemados, cristales esparcidos, y una comunidad viviendo con el trauma constante.

Historias de supervivencia

Misra Begum y su esposo Mahmood Ali estaban en su dormitorio cuando recibieron el impacto de una explosión cercana. Una pared entera colapsó. Otro residente, Mohammad Shafi, acababa de salir con su familia de la cocina cuando una bomba la convirtió en escombros. Se escondieron “entre árboles y oraciones”, como contó su esposa.

Especialmente doloroso fue el testimonio de Nasreena Begum, quien tuvo que abandonar a su hijo con capacidades especiales durante el bombardeo. “Era muy pesado para cargarlo. Corrí entre lágrimas. No dormí en toda la noche preguntándome si lo encontraría con vida”. A la mañana siguiente, lo halló sentado, ileso, en una esquina de su casa desmantelada.

Más allá de Gingal: dolor extendido en Cachemira

A unos 160 kilómetros al sur, Pahalgam, un popular destino turístico normalmente inundado de visitantes en mayo, luce hoy desolado. El 22 de abril, un ataque de milicianos dejó 26 turistas muertos. Desde entonces, parques cerrados con alambres de púas, tiendas selladas y alojamientos vacíos dominan el paisaje. En menos de un mes, la violencia transformó este centro turístico en una ciudad fantasma.

El clima de inseguridad y una paz ilusoria

La firma de ceses de fuego entre India y Pakistán no es algo nuevo. Desde el año 2000, se han firmado más de una decena, y todos se han roto con la misma facilidad con que fueron acordados. Las tensiones siguen alimentándose por nacionalismos, armamento nuclear y luchas religiosas, y el ciudadano común siempre paga el precio más alto.

¿Qué dice la historia?

La región de Cachemira ha sido uno de los principales puntos conflictivos entre India y Pakistán desde su independencia en 1947. Han librado tres guerras importantes debido a esta disputa: en 1947, 1965 y 1999. La firma del Acuerdo de Simla en 1972 intentó aliviar la situación, pero los incidentes esporádicos y el fuego cruzado no han cesado.

Actualmente, más de 500,000 soldados indios están posicionados en Cachemira, convirtiéndola en una de las regiones con mayor presencia militar del planeta. Por su parte, Pakistán mantiene también una fuerte militarización en su lado de la frontera. A pesar de los acuerdos bilaterales, los enfrentamientos de baja intensidad —como el caso de Gingal— son el pan de cada día.

Las cicatrices invisibles de la guerra

La guerra deja huellas más allá de los cascotes de concreto. Una generación entera de niños y adolescentes crece con PTSD, ansiedad, y sin una verdadera noción de normalidad. Volver al colegio después de una noche de bombardeos no es una rareza, sino una rutina. “Escuchamos a los niños jugar al cricket al día siguiente de la masacre, como si intentaran borrar lo que sucedió”, dijo un residente local.

Mohammad Younis, quien encontró refugio en el establo, ahora alberga a sus vecinos cuya casa fue destruida. “¿Dónde más vamos a ir? Un dron puede llegar a cualquier lugar. Quienes piden guerra no saben lo que significa vivirla”, afirma con resignación.

Un llamado a la conciencia internacional

Mientras los líderes políticos discuten sobre soberanía, identidad y religión, los habitantes de Gingal y de otros pueblos fronterizos ven cómo sus derechos humanos básicos —seguridad, salud, educación— se disuelven entre humo y metralla.

La comunidad internacional, y especialmente las organizaciones de derechos humanos, han pedido en múltiples ocasiones mayor vigilancia sobre las violaciones cometidas en la región. Sin embargo, los intereses estratégicos, tanto para India como para Pakistán, han silenciado muchas voces.

En palabras de Human Rights Watch: “Cachemira es uno de los ejemplos más tristes de cómo los derechos humanos se convierten en daños colaterales de agendas nacionales”.

¿Una esperanza en el horizonte?

Desde 2021, se han reanudado tímidas conversaciones bilaterales, impulsadas por la presión internacional y la necesidad de estabilidad en ambos países. También ha habido propuestas comunitarias de crear “zonas de paz”, regiones desmilitarizadas para proteger a civiles, escuelas y servicios básicos. Sin embargo, estas propuestas aún se encuentran lejos de concretarse.

En medio de estos vaivenes políticos, una constante permanece: la capacidad de los cachemires para resistir la adversidad, reconstruir lo perdido y dar refugio al vecino desamparado. Pero también aflora una pregunta dolorosa y vigente: ¿cuántos civiles más deben morir para que los líderes de ambos lados se sienten a hablar de paz real?

Testigos del conflicto

  • Mayo de 1999: Guerra de Kargil, uno de los últimos enfrentamientos armados entre India y Pakistán en la región.
  • Febrero de 2019: El ataque de Pulwama deja 40 muertos, marcando un punto crítico en relaciones diplomáticas.
  • Agosto de 2019: India revoca el estatus autónomo de Jammu y Cachemira, provocando protestas masivas y un recrudecimiento de las tensiones.
  • Mayo de 2025: Ataques en Gingal y masacre de turistas en Pahalgam ilustran el costo humano actual del conflicto.

La paz en Cachemira no puede seguir siendo una declaración de intenciones. Es una urgencia, un deber y, sobre todo, una deuda. Porque si algo nos enseñan los rostros de Gingal es que los que sobreviven también cargan sus propias muertes.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press