Ecos del odio: el tiroteo en el Museo Judío de Washington y el auge del antisemitismo contemporáneo
Un análisis sobre el asesinato de dos diplomáticos israelíes en EE.UU. y su conexión con el conflicto en Gaza, el antisemitismo global y la polarización política en Occidente
Una tragedia que resuena en dos continentes
La noche del miércoles 21 de mayo de 2025, la capital de Estados Unidos fue sacudida por un acto violento cargado de simbolismo. Dos jóvenes empleados de la embajada de Israel fueron asesinados a balazos al salir de un evento en el Capital Jewish Museum de Washington. El autor, identificado como Elias Rodríguez, de 30 años y residente de Chicago, fue detenido en la escena mientras gritaba: “Free, free Palestine”.
Este asesinato, que las autoridades han calificado como un acto claro de antisemitismo, no solo ha conmocionado a la comunidad judía en Washington y a la diplomacia israelí, sino que también ha encendido las alarmas sobre el incremento del odio racial y religioso, anidado entre el activismo radical y las tensiones geopolíticas del conflicto de Medio Oriente.
¿Qué ocurrió exactamente?
Según la jefa de la Policía Metropolitana, Pamela Smith, el atacante fue visto merodeando cerca del museo antes de abrir fuego contra un grupo que salía del evento. El atacante entró al museo después del tiroteo, aparentemente en estado de confusión. Fue retenido por el personal de seguridad mientras pronunciaba consignas políticas en favor de Palestina. La policía determinó que no existía una amenaza continua para la comunidad, aunque muchos cuestionan esa evaluación.
Las víctimas, según relató el embajador israelí Yechiel Leiter, eran pareja y estaban a punto de comprometerse, habiendo adquirido recientemente un anillo para hacerlo oficial en Jerusalén. Esta revelación ha cargado los hechos con un nivel emocional aún más desgarrador.
Un reflejo del conflicto en Gaza
Este ataque en terreno estadounidense no puede entenderse sin considerar el devastador contexto en el que ocurre. Desde el 7 de octubre de 2023, cuando el grupo extremista Hamas atacó Israel y asesinó a más de 1,200 personas, Israel ha llevado a cabo una operación militar a gran escala en Gaza. El resultado ha sido catastrófico: según datos de las autoridades sanitarias locales —cuyas cifras no distinguen entre civiles y combatientes— han muerto más de 53,000 personas, en su mayoría mujeres y niños.
El 90% de la población gazatí ha sido desplazada, y más del 60% del territorio está reducido a escombros. Este ambiente, cargado de desesperación e impotencia, ha resonado en las comunidades palestinas de la diáspora, y ha inflamado discursos extremistas que han cruzado fronteras.
El antisemitismo, una amenaza global y persistente
El presidente de Israel, Isaac Herzog, fue claro: “Es un acto despreciable de odio y antisemitismo”. Estas palabras se sumaron a la condena del expresidente estadounidense Donald Trump, quien escribió en sus redes que “el antisemitismo debe terminar, ¡YA!”. A pesar de las diferencias ideológicas entre ambos líderes, el mensaje fue unísono: el odio no tiene cabida.
La Liga Antidifamación (ADL) ha documentado un crecimiento alarmante del antisemitismo en EE.UU. y Europa. Solo en 2024 se reportaron más de 3,900 incidentes antisemitas en Estados Unidos —un aumento del 34% con respecto al año anterior—, siendo los ataques físicos los que más incrementaron (fuente: adl.org).
El atentado frente al museo es una clara manifestación de cómo el discurso polarizante puede traducirse en violencia real, y cómo el antisemitismo muta y se camufla en nuevas narrativas radicales, especialmente entre los sectores politizados del activismo social.
Cuando la ideología suplanta a la empatía
Yoni Kalin y Katie Kalisher, testigos del evento, relataron cómo el sospechoso fue inicialmente asistido por los presentes, quienes pensaron que se trataba de una víctima del tiroteo. Posteriormente, cuando llegó la policía, él gritó y agitó un pañuelo rojo mientras proclamaba su defensa de Palestina.
“Este evento trataría sobre cómo ayudar humanitariamente tanto a Israel como a Gaza”, dijo Kalin. “Era una actividad interreligiosa, una convocatoria al entendimiento. Y de pronto, un hombre entra y asesina a dos personas en sangre fría”.
Este cruel contraste entre el espíritu del evento y el acto perpetrado en su entorno refleja la erosión del diálogo constructivo y la creciente prevalencia del pensamiento fanático que despoja al “otro” de su humanidad.
¿Quién es Elias Rodríguez?
Hasta el momento, se sabe poco sobre el historial de Rodríguez. Su domicilio figura en Chicago, y según los registros públicos, no tenía antecedentes penales relevantes. Las autoridades todavía investigan si actuó solo o motivado por algún grupo extremista.
Lo que agrava su accionar es que se haya mimetizado entre los visitantes de un museo, en un evento cuyo único objetivo era unir comunidades divididas por la política. Esto nos debe hacer reflexionar sobre el peligro de la radicalización espontánea, nutrida por redes sociales, cámaras de eco ideológicas y desinformación globalizada.
¿Activismo o fanatismo? Una línea cada vez más delgada
Decir que este ataque está exclusivamente vinculado al conflicto en Gaza es una visión reduccionista. Este evento pone de relieve cómo las tensiones geopolíticas pueden amplificarse de forma alarmante cuando confluyen con ideologías identitarias extremas.
No se trata solo de un “loco”, ni de alguien que cometió un acto aislado. Se trata de un individuo que ha internalizado una narrativa de odio hacia una comunidad específica —en este caso, la judía— y ha creído que la violencia es una forma legítima de expresar esa narrativa.
El rol ambivalente de las redes sociales
En los últimos meses, plataformas como X (antes Twitter), TikTok e Instagram han sido escenario tanto de solidaridad como de odio. Numerosas cuentas con miles de seguidores difunden teorías conspirativas sobre el “sionismo global”, memes que banalizan la muerte de civiles en Israel y Gaza, y clips que inducen una visión binaria del conflicto.
Cuando esta visión se enquista, surgen casos como el de Rodríguez: personas que consumen contenido extremista sin filtros, sin contexto histórico ni comprensión de los múltiples matices del conflicto.
¿Un acto terrorista?
A pesar de que el FBI aún no ha calificado oficialmente el acto como terrorismo, muchos expertos han sostenido que cumple con los criterios: uso de violencia contra civiles no combatientes con fin ideológico y motivado por creencias religiosas o políticas.
La duda que persiste es cuánto tiempo más actuarán las autoridades estadounidenses con una percepción neutral de estos actos, sin considerar su impacto simbólico dentro de una comunidad creciente de víctimas de discursos de odio.
Un museo bajo amenaza
Irónicamente, el Capital Jewish Museum acababa de recibir parte de un fondo de $500,000 para reforzar su seguridad por ser una institución judía con una muestra activa sobre diversidad LGBTQ+. Su directora, Beatrice Gurwitz, lo había advertido recientemente en NBC4 Washington: “Somos un espacio de convergencia sensible para múltiples minorías. Reconocemos que eso también nos hace vulnerables”.
La amenaza se cumplió antes de que pudieran siquiera reforzar sus medidas. Esto nos lleva a cuestionar si los programas de protección son suficientes o si la sociedad estadounidense necesita una revisión urgente para frenar discursos de odio antes de que se traduzcan en acciones violentas.
Israel y la diáspora: unidos en el dolor
La Federación Judía del Gran Washington, el embajador Leiter y muchas figuras políticas han remarcado un mensaje de unión tras el crimen. El dolor ha unido tanto a Israel como a la diáspora judía, cada vez más hostigada por la explosión de sentimientos antisemitas disfrazados de crítica política.
Recordemos que desde la fundación del Estado de Israel en 1948 y la posterior guerra de 1967 en la que conquistó Gaza, Cisjordania y Jerusalén este, las relaciones entre israelíes y palestinos han sido tensas, a veces trágicas. Pero usar ese conflicto como excusa para atacar civiles judíos fuera del escenario militar es un acto de barbarie, no de activismo.
Una sociedad en la encrucijada
América parece estar en un punto de inflexión. Hechos como este ponen en duda su capacidad para equilibrar la libertad de expresión con la contención del odio. El asesinato de estos dos jóvenes no debe verse como una nota roja más, sino como un síntoma alarmante de sociedades polarizadas, donde el resentimiento, la desinformación y la ideología extremista han comenzado a bloquear el sentido común.
Mientras tanto, dos familias lloran a sus seres queridos; un país aliado se estremece; y una comunidad, la judía, se siente expuesta una vez más a peligros que creía poco probables tras el horror del siglo XX. Aún estamos a tiempo de evitar que la historia se repita, pero la inacción tiene precio.