Taiwán vs. China: La batalla diplomática silenciosa que redefine la geopolítica global

Mientras Pekín usa obras y regalos para ganar aliados, Taipéi resiste con transparencia, alianzas occidentales y un mensaje democrático que desafía el aislamiento internacional

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Una guerra sin balas pero con millones en juego

En los últimos años, la disputa entre China y Taiwán ha dejado de ser una simple controversia territorial, transformándose en una guerra diplomática global que involucra influencias económicas, intercambios políticos e incluso presión cultural. El canciller taiwanés, Lin Chia-lung, ha acusado esta semana a China de emplear tácticas de "soborno diplomático" para aislar a la isla, intentando convencer a países en vías de desarrollo de cortar relaciones formales con Taipéi.

El resultado de este juego geopolítico ya es palpable: en las últimas dos décadas, Taiwán ha pasado de tener casi 30 aliados diplomáticos a tan solo 12 naciones, siendo la mayoría pequeñas islas del Caribe y el Pacífico Sur. Mientras tanto, China ha extendido sus tentáculos diplomáticos en América Latina, África y el Sudeste Asiático, ofreciendo proyectos de infraestructura —estadios, hospitales, ferrocarriles— a cambio del reconocimiento del principio de “una sola China”.

El peso de una resolución de 1971

Uno de los principales argumentos legales que China esgrime para validar su posición se basa en la Resolución 2758 de la ONU, adoptada en 1971, que otorgó a la República Popular China la representación del gigante asiático en el organismo, reemplazando al gobierno de Chiang Kai-shek, que había huido a Taiwán en 1949 tras la guerra civil china. Sin embargo, esa resolución no menciona específicamente el estatus de Taiwán, lo que deja un vacío legal que Pekín ha aprovechado para reforzar su narrativa.

Como señaló el canciller Lin: “No podemos permitir que China utilice la guerra legal para convertir la cuestión de Taiwán en un asunto doméstico”.

Las armas de la influencia china

China ha perfeccionado el arte de la diplomacia económica. Según diversos informes y declaraciones oficiales recogidas por Reuters y The Diplomat, los métodos de presión van desde paquetes millonarios de inversión hasta acuerdos secretos de seguridad. Algunos ejemplos recientes:

  • Islas Salomón: rompió relaciones con Taiwán en 2019 y firmó un pacto de seguridad con China en 2022, a pesar de la oposición interna.
  • Cook Islands: firmó en febrero un acuerdo con Pekín, provocando fricciones con Nueva Zelanda, su principal benefactor.
  • Somalia: anunció recientemente que ya no aceptará pasaportes taiwaneses.
  • Sudáfrica: solicitó a Taiwán que traslade su oficina de representación no oficial fuera de la capital Pretoria, como gesto hacia Pekín.

A través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), China ha destinado más de 900 mil millones de dólares a proyectos en más de 60 países desde 2013, y muchos de estos países son los mismos que han dado la espalda diplomática a Taiwán.

¿Puede resistir Taiwán?

La respuesta no es sencilla. Taiwán, aunque enfrenta limitaciones diplomáticas globales, se ha convertido en una potencia económica y tecnológica. Principal productor de chips semiconductores (con empresas como TSMC a la cabeza), su influencia indirecta en la economía global es inmensa.

Por otro lado, el sistema democrático taiwanés, transparente y sometido a control parlamentario y ciudadano, ha hecho insostenibles las prácticas secretas de "diplomacia con maletín" que la isla adoptó en décadas anteriores, cuando también intentaba comprar aliados. Hoy, Taipéi apuesta por otro tipo de seducción internacional: valores democráticos, transparencia y alianzas fuertes con países desarrollados.

El papel de EE.UU. y la UE

Estados Unidos no reconoce oficialmente a Taiwán, pero lo respalda decididamente en lo militar y económico. Bajo la Ley de Relaciones con Taiwán (Taiwan Relations Act), EE.UU. ofrece armamento y garantiza su defensa en caso de un ataque chino.

En 2023, EE.UU. envió armamento a Taiwán por más de 1.100 millones de dólares, lo que fue calificado por Pekín como una provocación. Además, naciones europeas como Lituania han desafiado abiertamente a China al permitir la apertura de oficinas diplomáticas con el nombre “Taiwán” en lugar del habitual “Taipéi”, gesto diplomático considerado tabú por China.

La presidenta actual, Tsai Ing-wen, ha intensificado su acercamiento a Washington y Bruselas, participando en foros económicos y fortaleciendo acuerdos de cooperación en áreas como tecnología, defensa cibernética y sostenibilidad.

Un conflicto con raíces históricas profundas

Para comprender este pulso, hay que remontarse a 1949, cuando el Partido Nacionalista Chino (Kuomintang) perdió la guerra civil ante los comunistas de Mao Zedong y se refugió en la isla de Formosa (Taiwán). Desde entonces, tanto la República Popular China como la República de China (nombre oficial de Taiwán) han afirmado representar al "verdadero" China. Sin embargo, sólo la primera ha logrado ser reconocida internacionalmente.

En los años 70, Taiwán todavía mantenía relaciones con muchas capitales, pero tras la entrada de China en la ONU y su apertura económica en los 80, su política de "una sola China" y su músculo económico empezaron a ser irresistibles para numerosos países.

¿Qué está en juego?

Además de la posición diplomática taiwanesa, el conflicto tiene implicaciones más amplias:

  • El equilibrio militar en el estrecho de Taiwán.
  • El acceso global a la industria electrónica de vanguardia.
  • La credibilidad de las democracias frente a las autocracias.
  • La capacidad de los países en desarrollo para mantener decisiones soberanas frente a la presión de grandes potencias.

Para Pekín, recuperar Taiwán es una cuestión de nacionalismo irrenunciable. Para Taiwán, rendirse significaría la pérdida no solo de su democracia, sino también de su identidad.

El despertar de una resistencia silenciosa

Pese a la asfixia diplomática, Taiwán ha logrado construir una red de cooperación informal con cientos de ciudades y regiones del mundo. Desde intercambios académicos hasta acuerdos tecnológicos, su enfoque le ha permitido seguir presente en foros multilaterales aunque sin silla oficial.

Y poco a poco, el relato se está moviendo. Más congresistas estadounidenses y europeos exigen una mayor visibilización de Taiwán en organismos como la OMS, la OMC y hasta la Interpol. Ante la invasión rusa de Ucrania, muchos ven una lectura paralela con el riesgo de una invasión china sobre la isla.

Como dijo recientemente la expresidenta taiwanesa Tsai Ing-wen en una visita a Estados Unidos: “La democracia no es un regalo; es una opción que se defiende todos los días”.

¿Y el futuro?

China seguirá presionando. Taiwán seguirá resistiendo. Pero el campo de batalla ya no es solo Asia, es el mundo entero. Y cada nación, por pequeña o grande que sea, tendrá que decidir si reconoce los valores que Taiwán representa, o si opta por las promesas de inversión rápida de Pekín.

En un mundo donde la geopolítica se juega cada vez más en términos de influencia y menos en términos de fuerza bélica directa, el caso de Taiwán será una de las pruebas definitivas para saber hasta qué punto pueden subsistir las pequeñas democracias bajo la sombra de las grandes potencias.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press