Caos en la cárcel de Nueva Orleans: una fuga que desnuda décadas de negligencia
Entre corrupción, fallas estructurales y vigilancia deficiente, el Orleans Justice Center volvió a ser el epicentro de una crisis carcelaria sin precedentes
Una fuga de película... sin supervisión
La madrugada de un día aparentemente común en Nueva Orleans se convirtió en el más reciente escándalo de un sistema penitenciario plagado de fallas estructurales y administrativas. Diez reclusos escaparon del Orleans Justice Center, una cárcel que pretendía representar un nuevo comienzo en la historia carcelaria de la ciudad. La fuga ocurrió cuando un único guardia encargado se ausentó para buscar comida. Minutos después, los presos abrieron una puerta defectuosa, retiraron un inodoro y escaparon por un hueco en la pared donde habían sido cortadas unas barras de acero. Nadie notó su ausencia hasta horas después.
De los diez fugados, cinco seguían prófugos días después, desatando una persecución masiva que implicó a más de 200 oficiales locales, estatales y federales. Pero más allá de la espectacularidad del escape, el incidente es apenas el síntoma más visible de un problema estructural que lleva décadas desarrollándose en la ciudad del jazz y el carnaval.
Vídeos virales, Budweiser y drogas: el infame pasado del penal
El sistema penitenciario de Nueva Orleans no es nuevo en los titulares. En 2013, se filtraron vídeos que mostraban a reclusos bebiendo cerveza, consumiendo drogas, apostando con fajos de billetes y exhibiendo armas. “Puedes conseguir lo que quieras aquí”, dice uno de los internos en la grabación. Aquella vergonzosa evidencia empujó a que un juez federal emitiera una orden judicial de reforma bajo supervisión del Departamento de Justicia de EE. UU., lo cual encendió las alarmas sobre una de las cárceles más violentas del país.
No obstante, más de 12 años y decenas de millones de dólares después, las transformaciones prometidas siguen sin materializarse. Como lo resume Rafael Goyeneche, presidente de la Metropolitan Crime Commission: “Ahora tenemos una cárcel con 900 cámaras, pero de poco sirve si nadie las está mirando”.
Una cárcel de $150 millones con promesas rotas
El Orleans Justice Center abrió sus puertas en 2015 con una inversión de $150 millones. Se proyectó como la solución definitiva al hacinamiento y la corrupción endémica del antiguo Orleans Parish Prison. Sin embargo, desde sus primeros días, las deficiencias eran evidentes: falta de personal, problemas estructurales, errores en la vigilancia y ausencia de protocolos para atender a internos con enfermedades mentales.
Los reportes de una supervisión laxa e “inadecuada” abundaban desde antes de la reciente fuga masiva. En los últimos dos años, los llamados “escapes internos” —incidentes donde los presos deambulan por la cárcel sin restricción— se han disparado, demostrando que el control interno es ficticio.
Un sheriff bajo fuego político mientras los reclusos caminan libres
La actual alguacil del condado, Susan Hutson, intentó al principio deslindarse del incidente, argumentando que se trataba de un ataque político por su campaña de reelección. Sin embargo, ante el clamor del Ayuntamiento y la presión mediática, terminó asumiendo “plena responsabilidad”.
“El sistema de vigilancia está obsoleto, la infraestructura es anticuada, hay puntos ciegos en la supervisión y carencias críticas de personal”, declaró frente al Consejo, pidiendo más fondos públicos. La respuesta fue tajante: la cárcel ya ha recibido decenas de millones de dólares sin que exista una mejora real o verificable.
Más alarmante aún fue la declaración de Hutson admitiendo que no podía garantizar que no se repitiera un abandono del personal y otra fuga. El Orleans Justice Center, dijo ella misma, está igual de vulnerable que hace una semana, un mes o incluso años atrás.
Un penoso legado: medio siglo de crisis
La historia del sistema carcelario en Nueva Orleans es la crónica de un desastre anunciado. En 1970, un juez federal lo declaró “inconstitucional” por las condiciones infrahumanas, tachándolas como “crueles e inusuales” y que “escandalizarían la conciencia humana”. Desde entonces, el patrón de negligencia ha continuado casi sin interrupciones.
En 2004, dos agentes asesinaron a golpes a un recluso. En 2005, el huracán Katrina reveló el rostro más inhumano del sistema: reos abandonados en agua hasta el pecho luego de que la cárcel quedara sin energía. Un reporte del Departamento de Justicia de 2009 denunció una “cultura del abuso calculado”, donde incluso existía un código secreto entre guardias para agredir a internos.
En 2013, tras años de litigios, el condado aceptó una declaratoria de consentimiento que obligaba al sistema penitenciario a mejorar las condiciones, el tratamiento médico y reducir la violencia. Sin embargo, las mismas prácticas irresponsables persisten.
Una democracia que encierra sin rehabilitar
El estado de Luisiana, donde se ubica Nueva Orleans, tiene una de las tasas más altas de encarcelamiento per cápita del mundo. En lugar de priorizar programas de rehabilitación y reinserción, el sistema ha insistido en priorizar detenciones masivas, sobre todo de poblaciones afroamericanas y pobres.
La crisis en el Orleans Justice Center es un reflejo de esta patología del encierro sin propósito. Como lo resume el exprisionero Mario Westbrook, encarcelado por posesión de armas y marihuana hace una década: “Con el tiempo, todo fue empeorando. No se puede vivir así. No deberíamos pasar por eso”.
¿Cuándo basta es suficiente?
Los neoyorquinos tuvieron que ver gozosamente cómo el vídeo viral de un presunto reo escapado paseando por Bourbon Street se volvió tema de memes. Pero en Nueva Orleans, esa escena no es graciosa: es la evidencia de una administración carcelaria rota de raíz. Cuando los presos pasean por la ciudad sin que nadie lo note, cuando la vigilancia depende de una sola persona, y cuando las reformas son más simbólicas que reales, uno se pregunta: ¿cuándo basta es suficiente?
¿La cárcel o el espejo de una ciudad?
La prisión de Orleans no es solo una institución. Es el reflejo de las fracturas sociales, políticas y administrativas de una ciudad que enfrenta problemas estructurales desde hace décadas. Rifirrafes políticos, negligencia presupuestal y liderazgo incompetente han abonado el terreno para que situaciones tan insólitas como esta fuga pasen inadvertidas... hasta que es demasiado tarde.
Para que Nueva Orleans pueda avanzar, necesita más que infraestructura: requiere una transformación de fondo en su cultura institucional, en su manera de concebir la justicia, y en el diálogo entre el poder político y la ciudadanía.
La cárcel, como institución, debería resguardar, sí, pero también sanar heridas sociales. De lo contrario, continuará siendo un símbolo de impunidad, descontrol y vergüenza para una ciudad que merece mucho más que titulares trágicos.