Un crimen político en el corazón de Washington: ¿radicalismo, desesperación o ambos?
El caso de Elias Rodriguez, acusado del asesinato de dos empleados de la embajada israelí, desnuda la tensión entre activismo, ideología y violencia en tiempos de guerra
Un crimen que encendió las alarmas
La noche del 22 de mayo de 2025, Washington D.C. no solo fue escenario de velas y rezos. También se convirtió en el epicentro de uno de los crímenes más politizados del año: el asesinato de Yaron Lischinsky y Sarah Milgrim, empleados de la embajada de Israel. La policía detuvo a Elias Rodriguez, un hombre de 31 años con un pasado activista y radicalizado, quien confesó haber cometido los homicidios “por Palestina”. Este caso va más allá de un acto criminal. Es un espejo de la creciente tensión entre el activismo político, la polarización ideológica y el conflicto en Medio Oriente.
¿Quién es Elias Rodriguez?
Hasta hace poco, su nombre no figuraba en ninguna lista de vigilancia ni registros criminales. Elias Rodriguez llevó una vida silenciosa en Chicago, trabajaba como asistente administrativo y vivía en un modesto departamento al norte de la ciudad. Sin embargo, quienes lo conocían sabían que tenía un fuerte compromiso con las causas progresistas, especialmente contra la brutalidad policial y la explotación corporativa. La protesta era su hábitat.
Pero el conflicto en Gaza lo transformó.
En sus redes sociales, la causa palestina pasó de ser una preocupación humanitaria a una obsesión militante. Su cuenta en X (anteriormente Twitter) publicaba constantemente contenido pro-palestino. En octubre de 2023, compartió videos de Hassan Nasrallah, el exlíder de Hezbollah abatido en un bombardeo israelí. Poco después del doble asesinato, desde su cuenta apareció el posteo: “Escalate For Gaza, Bring The War Home”. Era una declaración paralela al crimen que había cometido.
La radicalización silenciosa
Rodriguez no es un “lobo solitario” típico. Su perfil sugiere un proceso de radicalización gradual, alimentado por la indignación acumulada ante las noticias de Gaza, la memoria histórica de la guerra de Irak, y un contexto social que, según sus palabras, está “desensibilizado frente al genocidio”.
En un ensayo que apareció en redes tras los asesinatos, Rodriguez justificó sus acciones bajo la noción de “demostración armada”. En el texto, calificaba a los israelíes como “perpetradores” deshumanizados y se refería al soldado estadounidense Aaron Bushnell —quien se inmoló en 2024 frente a la embajada de Israel en protesta por el conflicto— como un “mártir”.
Una comunidad sorprendida y asustada
Vecinos del edificio donde vivía el acusado describieron a Rodriguez como alguien tranquilo, atento, incluso amable. Su pareja también compartía sensibilidad hacia la causa palestina. Nadie anticipó que se transformaría en un asesino. John Wayne Fray, un vecino, dijo: “Se veía como un tipo decente, era amigable”.
La comunidad judía, aterrada, organizó una vigilia en la Casa Blanca para recordar a las víctimas. Lischinsky y Milgrim, que planeaban comprometerse esa misma noche, fueron asesinados como símbolo de una guerra ideológica que desbordó las fronteras físicas de Gaza.
La delgada línea del activismo radical
Rodriguez había tenido vínculos con el Partido por el Socialismo y la Liberación (PSL), una organización estadounidense de izquierda que, aunque niega cualquier relación reciente con él, admite una “asociación breve” en el pasado. En 2017, participó en protestas contra el entonces alcalde Rahm Emanuel y contra Amazon, según artículos ya eliminados de la web del PSL.
Pero el punto de quiebre fue Gaza. El activista de antes evolucionó hacia el ideólogo dispuesto a ejercer violencia, seducido por una narrativa que justifica el asesinato con base en la “moralidad de la resistencia armada”.
Gaza como catalizador de extremismos
El conflicto entre Israel y Palestina, especialmente después del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, ha dejado más de 53,000 muertos palestinos, muchos de ellos mujeres y niños, y ha generado una ola global de solidaridad y protesta. Movimientos estudiantiles, colectivos internacionales y ONGs han intensificado las campañas de boicot, desinversión y sanciones contra Israel.
Rodriguez se convirtió en uno de los casos más extremos al interpretar esa indignación colectiva como una justificación individual para la violencia.
¿Error de las autoridades?
El FBI, por ahora, no ha confirmado si tenía a Rodriguez en su radar. Tampoco se sabe cómo logró que un mensaje preprogramado se publicara tras su detención, lo cual sugiere que otra persona tuvo acceso a sus redes o que programó los mensajes con antelación.
En un sistema que vigila con lupa a ciertos grupos radicales, llama la atención que un activista politizado y profundamente identificado con un conflicto extranjero no figurara como posible amenaza. ¿Oversight? ¿Desconocimiento? ¿O acaso se subestimó el grado de radicalización en ciertos sectores progresistas?
¿Justicia o provocación?
Desde el punto de vista legal, Rodriguez enfrenta cargos por asesinato de funcionarios extranjeros, un delito federal. Pero más allá de la legislación, el caso ha abierto un viejo pero urgente debate: ¿dónde está el límite entre activismo, libertad de expresión y terrorismo? El hecho de que muchos en redes hayan comparado su accionar con actos de “resistencia” en lugar de “terrorismo” pone en evidencia cuán polarizadas están las perspectivas sobre la violencia política hoy.
Activismo en la era de la hiperconectividad
Rodriguez representa un nuevo perfil de actor político: el activista digitalizado, radicalizado en línea y llevado al extremo por una narrativa de urgencia moral. Durante los últimos dos años, su actividad digital se centró en Gaza, publicando y compartiendo contenido que apuntaba a una “genocida complicidad occidental”. Argumentaba que el silencio equivale a consentimiento y que la pasividad es cómplice.
Su ensayo final proclama: “Los perpetradores han perdido su humanidad; nosotros ya no debemos perdonar”. Es un grito de guerra, pero también una relectura siniestro del activismo performativo convertido en arma.
¿Una advertencia para el futuro?
El caso de Elias Rodriguez no puede analizarse solo como un crimen. Es un reflejo de una radicalización emocional y política que ocurre en paralelo al colapso de los modelos tradicionales de mediación y diálogo. El hecho de que haya intentado incorporar elementos simbólicos —como mencionar a su familia o apelar al sacrificio de Bushnell— sugiere que su crimen no fue irracional, sino articulado desde una lógica que transforma el dolor en doctrina.
Su historia tiene ecos con la de otros radicalizados que, en lugar de aislarse, encontraron validación en redes, foros y movilizaciones. Según un estudio del New America Foundation, más del 70% de los radicalizados por causas extranjeras desde 2010 en EE.UU. lo han hecho a través del activismo digital.
Así, la pregunta que queda no es solo si Elias Rodriguez actuó solo o con apoyo. La verdadera preocupación es ¿cuántos más están en camino?