Daniel Noboa inicia su segundo mandato en Ecuador: ¿puede cumplir sus promesas frente al crimen y la crisis social?
Con una mayoría legislativa frágil y desafíos persistentes en seguridad, empleo y gobernabilidad, el joven presidente ecuatoriano enfrenta cuatro años decisivos para su legado político.
Una nueva etapa en Carondelet
El sábado 24 de mayo de 2025, Daniel Noboa Azín fue oficialmente juramentado como presidente de Ecuador por un segundo mandato de cuatro años. A sus 37 años, el líder más joven en la historia democrática del país sudamericano, volvió a ceñirse la banda presidencial tras haber ganado la reelección en abril frente a Luisa González, la candidata del correísmo. La vicepresidenta María José Pinto también asumió el cargo y ambos gobernarán hasta mayo de 2029.
En su discurso de posesión, Noboa prometió continuar su lucha contra la corrupción, el crimen y el narcotráfico, al tiempo que aseguró sentar “una base sólida para la creación de empleo y la inversión”, trabajando estrechamente con el sector privado. “Estamos en la antesala de cuatro años de progreso”, declaró ante una audiencia que incluyó a figuras internacionales como el presidente colombiano Gustavo Petro y su homóloga peruana Dina Boluarte.
La lucha contra el crimen organizado: el eje de su gobierno
Desde su inesperado ascenso a la presidencia en 2023, Noboa ha construido su imagen alrededor de una narrativa de mano dura contra las mafias que azotan al país. Ecuador, tradicionalmente considerado un territorio pacífico, se ha convertido en uno de los países más peligrosos de América Latina, con un récord de más de 8,000 muertes violentas en 2024, según cifras oficiales. Los puertos ecuatorianos, clave para el comercio internacional, se han convertido en rutas estratégicas para el narcotráfico que conecta la cocaína colombiana con Europa y Estados Unidos.
La violencia ha alcanzado niveles sin precedentes. En enero de 2024, una serie coordinada de motines en cárceles y ataques armados paralizó al país. El gobierno respondió imponiendo un estado de excepción y enfrentó a las bandas más poderosas con operativos militares en centros penitenciarios. Esta política fue respaldada por la mayoría de la población, que pedía orden tras años de incremento de la criminalidad.
Un presidente sin experiencia que supo aprovechar el momento
Noboa irrumpió sorpresivamente en la política nacional tras la renuncia anticipada del expresidente Guillermo Lasso, imputado por corrupción. Hijo del empresario multimillonario Álvaro Noboa, el joven político se presentó como un outsider, una figura renovadora en contraste con los partidos tradicionales.
Lo que parecía una candidatura testimonial rápidamente se convirtió en viable, especialmente con su posicionamiento centrista frente al correísmo, profundamente polarizante. Su victoria fue un reflejo del hastío ciudadano y del deseo de renovación. Esa misma narrativa de regeneración ahora marca su segundo mandato, aunque los retos que se avecinan podrían poner en duda su capacidad para consolidar el cambio prometido.
La sombra del correísmo y la legitimidad cuestionada
La principal oponente de Noboa en la segunda vuelta, Luisa González, ha denunciado reiteradamente un presunto fraude electoral, aunque el Consejo Nacional Electoral y observadores internacionales han validado los resultados. El partido de González, Revolución Ciudadana, afín al expresidente Rafael Correa, boicoteó la ceremonia de posesión.
El correísmo, que aún conserva fuerte presencia en regiones costeñas y sectores populares, representa una oposición decidida que podría dificultar las reformas del gobierno, tanto en lo legal como en lo simbólico. Además, la figura de Correa permanece como un actor influyente desde Bélgica, donde reside tras ser condenado en Ecuador por corrupción.
La frágil mayoría en la Asamblea Nacional
El partido de Noboa, Acción Democrática Nacional (ADN), logró una mayoría parlamentaria mediante alianzas coyunturales. Sin embargo, expertos advierten que esa mayoría es volátil. Juan Francisco Camino, profesor de la Universidad Tecnológica Equinoccial, señaló que “basta una sola deserción entre sus aliados para frenar su agenda legislativa”.
La prioridad del gobierno es un proyecto de ley urgente sobre seguridad con implicaciones económicas, que ya ha sido blanco de críticas de sectores de izquierda y organizaciones de derechos humanos, preocupadas por posibles excesos del Estado.
El desafío del empleo: un país laboralesmente informal
Más allá de la seguridad, la precariedad laboral continúa siendo una de las mayores amenazas al proyecto de país de Noboa. Solo un 33% de ecuatorianos tenían empleo formal a diciembre de 2024, mientras que el resto sobrevive en el sector informal, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
La falta de oportunidades económicas es uno de los factores clave que reclutan a jóvenes hacia el crimen organizado. En este aspecto, la promesa de Noboa de “sentar las bases para la inversión” suena atractiva sobre el papel, pero requerirá reformas profundas en educación, impuestos y acceso al crédito.
¿Puede repetir Bukele? La comparación con El Salvador
Numerosos analistas han comparado la estrategia de Noboa con la del presidente salvadoreño Nayib Bukele, quien ganó reconocimiento internacional por su drástica política de seguridad. Aunque Bukele ha sido criticado por su autoritarismo, sus medidas lograron reducir los homicidios a mínimos históricos.
Noboa parece inspirarse en ese modelo, reforzando la presencia militar en zonas urbanas y las cárceles, y fortaleciendo un aparato de inteligencia que estaba prácticamente desmantelado. Sin embargo, queda por ver si podrá mantener el equilibrio entre eficacia y respeto a los derechos humanos.
El espejo de la región: ¿avance o retroceso?
La situación ecuatoriana forma parte de una tendencia regional de gobiernos jóvenes y populistas que capitalizan demandas ciudadanas de seguridad y eficiencia. Desde Chile hasta Argentina, pasando por Perú y Colombia, los votantes han promovido figuras disruptivas ante la deslegitimación de partidos tradicionales.
El problema surge cuando esas figuras, sin experiencia previa o con escaso respaldo técnico, se enfrentan a la complejidad de la gestión estatal. El caso de Noboa podría servir como termómetro sobre si la juventud y el empuje son suficientes para transformar estructuras enquistadas por décadas.
El riesgo de gobernar a base de reacción
Una crítica reiterada a Noboa ha sido su gobernabilidad reactiva; es decir, responder a los incendios conforme surgen, sin una hoja de ruta clara. Si bien logró contener la primera ola de terror en enero, aún no se han definido cambios estructurales en justicia, policía o reinserción social.
Tras jurar este nuevo periodo, el presidente aseguró que su gobierno será “más planificado y estructurado”. Pero el tiempo corre. En un país donde 7 de cada 10 ciudadanos desconfía del sistema político, según Latinobarómetro, las promesas se devalúan con rapidez.
Los ojos del mundo están sobre Quito
La presencia de enviados diplomáticos y líderes internacionales en la ceremonia muestra el interés regional en la gestión Noboa. Ecuador se ha convertido en un ejemplo de cómo las zonas de paso para el narcotráfico pueden convertirse en puntos de origen de violencia, una preocupación común también en países como Honduras, Haití o Paraguay.
Estados Unidos, en particular, ha intensificado la cooperación en seguridad con Ecuador. La Casa Blanca considera a Quito un socio estratégico y ha enviado equipos de asesoría técnica y financieros para reforzar las capacidades de inteligencia.
Un futuro incierto pero cargado de expectativas
Con 37 años recién cumplidos, Daniel Noboa inicia un mandato que podría consagrarlo como el impulsor de la segunda transición democrática moderna en Ecuador, o como un fracaso más en la larga lista de presidentes que comenzaron con aprobación y terminaron en descrédito. Su capacidad para cumplir promesas dependerá no solo de su destreza política, sino de su habilidad para generar consensos y mirar más allá de las estadísticas de violencia.
Frente a una realidad compleja y a veces implacable, los próximos cuatro años serán decisivos. El país quiere paz, pero también quiere empleo, salud, educación y justicia. Parece mucho pedir, pero es exactamente lo que ofreció.