Boko Haram e ISWAP: La insurgencia que vuelve a estremecer a Nigeria
El noreste de Nigeria enfrenta una nueva ola de ataques extremistas mientras el ejército parece perder terreno ante una insurgencia cada vez más sofisticada
Por más de una década, el noreste de Nigeria ha sido testigo de un conflicto que ha devastado poblaciones enteras, desplazado a millones y desafiado a las fuerzas armadas del país. En los últimos meses, esa pesadilla amenaza con retornar a su punto más sombrío.
Un repunte alarmante en 2024
Desde inicios de este año, ha habido un marcado resurgimiento de ataques insurgentes en el noreste nigeriano, particularmente en el estado de Borno. Carreteras minadas, bases militares saqueadas y comunidades civiles atacadas son solo algunos de los elementos que conforman el panorama actual.
La amenaza proviene principalmente de dos facciones: Boko Haram y su escisión, el Islamic State West Africa Province (ISWAP), vinculada al Estado Islámico global. Esta última ha ejecutado más de 15 ataques exitosos a bases militares en lo que va del año, según expertos en seguridad y recuentos independientes.
Orígenes del conflicto
Boko Haram surgió en 2009 en oposición a lo que ellos consideraban una 'educación occidental corrupta'. Su objetivo era y sigue siendo establecer una versión radical de la ley islámica (Sharía). En su apogeo, alrededor de 2013-2014, llegaron a controlar un territorio tan grande como Bélgica, e incluso llevaron a cabo el tristemente célebre secuestro de 276 niñas en Chibok en 2014, lo que provocó una condena internacional masiva (BBC News, 2014).
Desde entonces, la presión militar logró recuperar buena parte del territorio, pero el conflicto lleva más de una década y ha provocado la muerte de al menos 35,000 personas y desplazado a más de 2 millones, según datos de Naciones Unidas.
El nuevo rostro del terror: ISWAP
Desde su creación, ISWAP ha demostrado un enfoque más estratégico que Boko Haram. La organización ha descentralizado su estructura, permitiendo incursiones casi simultáneas en distintas localidades como Gajibo, Goniri, Marte, Izge y Rann.
Malik Samuel, investigador de la organización Good Governance Africa, explica que ISWAP ha perfeccionado la guerra de guerrillas y combina ataques nocturnos, asaltos rápidos y técnicos (camionetas con armas pesadas) con tecnología como drones modificados para lanzar explosivos, todo con el respaldo del Estado Islámico en Siria e Irak.
Una fuerza militar desbordada
El ejército nigeriano, aunque ha anunciado numerosos éxitos, enfrenta problemas serios. Las bases militares están reducidas en personal y se encuentran en zonas remotas, lo que las hace altamente vulnerables. Además, la logística de respuesta es lenta. Según Ali Abani, trabajador de una ONG en Dikwa, en múltiples ocasiones los soldados abandonan las posiciones incluso antes de que lleguen los insurgentes.
Uno de los casos más alarmantes ocurrió el 12 de mayo en la aldea de Gajibo, cuando soldados abandonaron la base y nueve miembros de una milicia civil fueron asesinados. Esta milicia, conocida como CJTF (Civilian Joint Task Force), ha sido un apoyo crucial para el ejército nigeriano, aunque también ha sido blanco prioritario para los extremistas.
Colapso de seguridad y amenaza a los civiles
Por otro lado, la facción original de Boko Haram, ahora llamada Jama’atu Ahlis Sunna Lidda’awati wal-Jihad (JAS), ha intensificado ataques contra civiles, incluidos secuestros y extorsiones. En medio de este caos, muchos excombatientes que supuestamente se habían reintegrado a la sociedad son acusados de seguir colaborando con los grupos extremistas como informantes.
Los fantasmas del pasado: ¿vuelve el terror?
Las recientes declaraciones del gobernador de Borno, Babagana Zulum, reflejan la inquietud generalizada: "Estamos perdiendo territorio casi a diario sin ni siquiera enfrentar una confrontación directa", afirmó.
El temor principal es que la región retorne al oscuro periodo de 2013-2014, cuando Boko Haram tenía dominio sobre ciudades completas e imponía su ley a la población. En ese entonces, el grupo controlaba más de una docena de localidades, desde el entorno cerca de Maiduguri hasta las regiones fronterizas con Camerún, Níger y Chad.
Una insurgencia multinacional
Lo que comenzó como un conflicto interno se ha convertido en una amenaza para la región del Lago Chad. El conflicto se ha extendido a países vecinos como Camerún, Níger y Chad. Aunque la coalición multinacional –apoyada por la Fuerza Multinacional Mixta (MNJTF)– ha ayudado a contener la amenaza en ciertos puntos, los ataques como el de mayo contra bases en la frontera entre Nigeria y Camerún muestran que los extremistas siguen innovando.
Sin control aéreo ni inteligencia efectiva
Una de las herramientas clave en cualquier guerra moderna es el control del aire y la recolección de inteligencia electrónica. En ambos aspectos, Nigeria muestra falencias preocupantes. A pesar de disponer de aviones de combate y drones, la falta de coordinación y la corrupción limitan su efectividad.
“Las tropas en tierra no reciben refuerzos a tiempo. Para cuando llega el apoyo aéreo, ya han desmantelado todo”, comenta Abani.
Impacto humanitario desastroso
La situación humanitaria en el noreste es crítica. Más de 8.4 millones de personas necesitan algún tipo de asistencia humanitaria en la región noreste, según cifras del OCHA. Los ataques han obligado a cerrar centros de salud, interrumpir cadenas de suministro y restringir las actividades de organizaciones de ayuda.
En múltiples ocasiones, organizaciones como Médicos Sin Fronteras se han visto obligadas a suspender operaciones debido al peligro latente. Muchos campamentos de desplazados internos carecen de agua potable, alimentos y servicios básicos.
Reacción estatal: ¿demasiado tarde?
Ante la creciente presión de gobernadores estatales y líderes comunitarios, las fuerzas militares han anunciado un nuevo despliegue de tropas en zonas críticas como Gamboru, pero el historial del gobierno en cuanto al cumplimiento de estas promesas es pobre. Además, los expertos advierten que simplemente añadir soldados no es suficiente sin una estrategia clara de inteligencia, operaciones conjuntas y apoyo logístico sostenido.
Los legisladores federales han comenzado a exigir respuestas más duras y han señalado la urgente necesidad de modernizar y reforzar al ejército con tecnología, vehículos blindados y mejoras salariales para evitar deserciones.
¿El principio del fin o un nuevo ciclo de violencia?
El resurgimiento del conflicto levanta preguntas dolorosas: ¿fracasó la estrategia de "desradicalización y reintegración"? ¿Cómo se puede evitar una guerra generacional cuando cada niño en Borno conoce más el sonido de un fusil que el de una campana escolar?
La insurgencia, ahora más sofisticada y conectada globalmente, exige respuestas igual de complejas e innovadoras. Las soluciones no solo pueden venir de la fuerza militar, sino también de mejoras económicas, creación de empleo, educación y reconstrucción del tejido social.
Como advirtió el historiador nigeriano Toyin Falola: “Sin justicia, no puede haber paz. Sin paz, ninguna victoria militar será duradera.”