El arte como catarsis: La historia de Andrei Kozlov, sobreviviente de Hamas y pintor de la esperanza

Tras ocho meses cautivo en Gaza, Kozlov usa sus pinceles para transformar el trauma en luz, entre recuerdos, cicatrices y nuevos comienzos

El arte como refugio: cuando pintar es sobrevivir

Andrei Kozlov nunca imaginó que el pincel sería su salvación. Nacido en San Petersburgo (Rusia), este joven artista de 28 años buscó su destino en tierras lejanas, llegando a Israel en 2022 para participar en Masa, un programa de año sabático. Kozlov disfrutó de una existencia despreocupada, llena de mar, bicicletas y arte. Pero esa vida cambió para siempre el 7 de octubre de 2023.

Aquel día, se encontraba trabajando como personal de seguridad en el festival de música Tribe of Nova, cerca de la frontera con Gaza. Había dormido poco, había estado patrullando por ticketless durante dos noches, pero el amanecer trajo algo que ningún entrenamiento puede prever: el ataque más sangriento en territorio israelí desde su fundación.

El caos se desató. Tiros, explosiones, intentos de fuga. Kozlov creyó que salvaría su vida escapando en un vehículo... pero terminó prisionero en Gaza, sin que su familia supiera su destino, sin imaginar que lo que vendría serían ocho meses de cautiverio.

Una vida entre cadenas, cartas de póker y estallidos de fe

Durante su tiempo como rehén, Kozlov fue movido entre ocho casas distintas, bajo la custodia de una veintena de milicianos. El trato variaba: unos mostraban una empatía fingida, otros lo trataban como a un animal. En algunos sitios tenía colchones húmedos y mohosos; en otros, condiciones apenas más llevaderas. Los grilletes de cuerda dieron paso a cadenas, y eventualmente, a manos libres. Pero nunca olvidó dónde estaba.

“No me arrancaron las uñas, no me dieron electroshocks”, relata. “Sé que pudo haber sido peor.”

Sin embargo, llegó un momento en el cual la rutina se volvió extrañamente ‘normal’. El ruso, que hablaba poco hebreo y casi nada de árabe, comenzó a aprender ambas lenguas. Jugaban cartas, hablaban de música, cine o mujeres. Kozlov incluso reflexionaba sobre cómo escabullirse, aunque sabía que cualquier intento acabaría en su muerte.

Y pasó algo imprevisto: sus captores le dieron un lápiz y un cuaderno. Fue entonces cuando Kozlov retomó un antiguo amor: el dibujo. Aliens caricaturescos, visiones de su infancia, retratos de Don Corleone... cada trazo era un grito silenciado, un respiro en medio del encierro.

El día 247: el renacimiento bajo fuego

Todo cambió el día 247 de su cautiverio. Un equipo de rescate de las Fuerzas de Defensa de Israel irrumpió en la casa donde se encontraba, en el campo de refugiados de Nuseirat. Junto a él fueron liberados otros tres rehenes. En la operación, según reportes, fallecieron al menos 274 personas, incluidos civiles y un soldado israelí.

Tras meses sin ver el cielo, Kozlov salió al exterior. Sintió el sol sobre la cara, le dieron una Coca-Cola, encendió un cigarrillo y subió a un helicóptero. Fue, dice, el mejor día de su vida.

Volver a vivir: una historia de cicatrices y pinceles

Reencontrarse con su madre en un hospital de Tel Aviv fue uno de los momentos más emotivos. Lloró desconsoladamente, abrazó a su familia, volvió a respirar sin miedo. Pero la libertad no exime del dolor. Hay noches en las que sueña que sigue encadenado, tardes en que revive el olor a humedad del colchón en Gaza, y hay días en que, simplemente, duda de estar completamente a salvo.

“Seré un ex rehén por siempre. Eso marcará mi vida.”

Aun así, Kozlov ha optado por mirar hacia adelante. Viajó por Estados Unidos, se estableció cerca de Hudson Yards en Nueva York y, ahora, prepara una exposición donde plasma su experiencia en una serie de acrílicos brillantes y brutales. Imágenes de calles en penumbra con reflejos celestes, figuras desesperadas frente a muros color chicle, casas negras cuyas ventanas titilan esperanza. Su obra, tan visceral como poética, no busca venganza, sino sanación.

El arte como testimonio y puente

Kozlov no se encierra en la historia personal. Desde su liberación, habla de los que aún están cautivos. De sus amigos. De las familias que esperan. De los hogares destruidos en el sur de Israel. De quienes aún no saben si sus seres queridos viven o murieron.

“Siento ese dolor”, afirma. “Siento la guerra en mi piel.”

Su arte, por tanto, también es memoria colectiva. No es autobiografía indulgente, sino un espejo para reflexionar sobre la pérdida, la violencia, la resiliencia. En un mundo fragmentado, Kozlov propone puentes: entre lo oscuro y la luz, entre el pasado y el futuro.

Caminos abiertos y una brújula íntima

Dice que sueña con Nueva Zelanda, con escribir un libro, con llenar sus lienzos de vida. Porque aunque su obra actual retrate dolor, también está llena de esperanza. No la esperanza ingenua, sino la que brota de haber descendido al infierno y haber regresado con un lápiz como linterna.

“No es oscuro”, corrige cuando le señalan sus cuadros sombríos. “Es sobre la esperanza.”

¿De qué está hecha la luz?

La historia de Andrei Kozlov recuerda que, incluso en las tinieblas más atroces, la mente es capaz de crear belleza. Alguien le apuntó con un arma, pero él respondió con arte. Lo golpearon, pero dibujó. Lo encadenaron, pero regresó cargado de colores.

“Cuando estás rodeado de oscuridad —dice Kozlov—, siempre puede haber luz dentro.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press