Marcha del Día de Jerusalén: una celebración que alimenta la tensión religiosa y política
El 26 de mayo de 2025, la conmemoración israelí de la captura de Jerusalén Este en 1967 estuvo marcada por consignas extremistas, enfrentamientos y un trasfondo de guerra persistente en Gaza
En un clima cargado de tensión, el Día de Jerusalén 2025 ha dejado entrever las profundas grietas sociales, políticas y religiosas que siguen marcando la disputa sobre una de las ciudades más conflictivas del mundo.
¿Qué es el Día de Jerusalén y por qué se celebra?
El Día de Jerusalén (Yom Yerushalayim) es una fiesta nacional israelí que conmemora la captura del este de Jerusalén por Israel durante la Guerra de los Seis Días en 1967. Desde entonces, se celebra cada año según el calendario hebreo, con desfiles, marchas y actos patrióticos, en especial en la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Para la mayoría de los israelíes, este día representa la “reunificación” de Jerusalén y es motivo de orgullo nacional. Sin embargo, para los palestinos —y una gran parte de la comunidad internacional— se trata del comienzo de una ocupación militar que dura más de cinco décadas, especialmente en Jerusalén Este, que los palestinos reclaman como futura capital de un Estado independiente.
La marcha del 2025: ¿celebración o provocación?
Este año, la jornada estuvo marcada por un ambiente especialmente tenso. Numerosas imágenes y reportes muestran a manifestantes israelíes coreando frases como “Muerte a los árabes” mientras recorrían barrios musulmanes de Jerusalén, acompañados por una fuerte presencia policial.
En la Puerta de Damasco, uno de los accesos más emblemáticos de la Ciudad Vieja, se vivieron escenas de confrontación entre participantes judíos de la marcha y residentes palestinos. La policía israelí intervino en varias ocasiones para separar a los grupos e incluso escoltó a mujeres palestinas a través de la multitud para garantizar su seguridad.
Una tradición reciente con impacto global
Aunque el Día de Jerusalén fue instaurado oficialmente en 1968, el carácter de la celebración actual —sobre todo la conocida “Marcha de las Banderas”— surgió en los años 90, con una creciente confluencia de movimientos religiosos y nacionalistas judíos. La ruta de la marcha, que atraviesa zonas palestinas y culmina en el Muro Occidental, es vista por muchos críticos como una demostración de poder más que un acto de unidad.
En los últimos años, sectores ultraortodoxos y ultranacionalistas han ganado protagonismo en esta celebración. Según la ONG israelí Ir Amim, más del 85% de los residentes palestinos de Jerusalén Este viven en condiciones de discriminación estructural y marginalización, lo que convierte este desfile en una herida reabierta cada año.
El contexto: Gaza y un conflicto interminable
El evento de este año se celebra en el marco de una guerra prolongada en Gaza que ha durado ya casi 600 días, tras la reanudación de hostilidades entre Israel y Hamas en octubre de 2023. A la fecha, según cifras de la ONU, más de 34.000 palestinos han muerto, en su mayoría civiles, y más de 200 israelíes han perdido la vida en ataques con cohetes o enfrentamientos.
La prolongación del conflicto ha reforzado el sentimiento de división. Para muchos palestinos, el Día de Jerusalén simboliza la extensión de esa ocupación y violencia; mientras que para una parte de la sociedad israelí representa una reafirmación de identidad en medio de amenazas internas y externas.
Tensiones dentro del propio Israel
No todos los israelíes apoyan el enfoque radical de la celebración. Diversas ONG, académicos, ciudadanos y líderes religiosos han condenado los cánticos violentos y la presencia provocadora en barrios árabes. La misma Corte Suprema de Israel ha tenido que pronunciarse en años anteriores acerca de la legalidad de esta marcha.
“Esta marcha ha dejado de representar una expresión legítima del orgullo nacional para convertirse en un vehículo de odio y provocación”, aseguró Daniella Weiss, una activista judía miembro de la organización pacifista Breaking the Silence.
Una ciudad sagrada, dividida
Jerusalén es una ciudad con una población mixta de alrededor de 950.000 personas, donde cerca del 40% son palestinos musulmanes y cristianos. Sin embargo, la disparidad en los servicios, la planificación urbana y los derechos civiles entre los barrios judíos del oeste y los palestinos del este es profunda.
La anexión de Jerusalén Este por parte de Israel nunca ha sido reconocida por la ONU ni por la mayoría de los países del mundo. Para las resoluciones internacionales, Jerusalén Este sigue siendo un territorio ocupado. Mientras tanto, Israel afirma que Jerusalén es su capital “única e indivisible”.
Religión y política: una combinación explosiva
El corazón del conflicto no es solo territorial o político: es también religioso. En Jerusalén se encuentran el Monte del Templo para los judíos (Haram al-Sharif para los musulmanes), que alberga la Mezquita de Al-Aqsa y el Domo de la Roca. Estos lugares sagrados son frecuentemente escenario de tensiones, sobre todo durante estos días festivos.
En años previos, marchas como la del Día de Jerusalén han coincidido con el Ramadán u otras festividades musulmanas, lo que ha provocado disturbios mayúsculos. En 2021, una situación similar derivó en una escalada violenta de 11 días de enfrentamientos armados entre Hamas e Israel.
¿Qué impacto tiene la marcha en las negociaciones de paz?
Ninguna, aseguran expertos. Gershon Baskin, negociador de paz y analista político, declaró a Haaretz: “Cada año que se celebra esta marcha en su forma actual, nos alejamos de cualquier posibilidad realista de una solución de dos Estados”.
En lugar de tender puentes, Jerusalén se ha convertido en un símbolo de lo que separa a israelíes y palestinos. Y mientras en las calles se despliegan banderas, consignas e incluso violencia, los interlocutores políticos siguen paralizados, sin avances claros hacia un acuerdo duradero.
La reacción internacional
Organismos internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han condenado repetidamente la celebración de estas marchas en barrios palestinos como una forma de “intimidación masiva”.
Por su parte, las potencias occidentales han hecho llamados a la moderación. La Embajada de Estados Unidos en Jerusalén, por ejemplo, emitió un comunicado pidiendo “evitar provocaciones y respetar los espacios religiosos y culturales”.
Sin embargo, estas declaraciones suelen ser simbólicas. En la práctica, Israel continúa aprobando permisos para la marcha y desplegando un amplio dispositivo de seguridad para escoltarla, incluso si eso significa restringir los movimientos de los residentes palestinos de la Ciudad Vieja.
Una herida abierta que no cicatriza
El Día de Jerusalén de 2025 nos deja, una vez más, frente al espejo de una ciudad partida y una causa sin solución a la vista. Durante unas horas, las banderas y los cánticos llenan las calles, pero al día siguiente vuelve la realidad: controles militares, desalojos, diferencias económicas y una profunda sensación de que Jerusalén, lejos de unir, sigue siendo emblema de división.
“No hay paz para quienes celebran sobre las ruinas del otro”, dijo una activista palestina al canal Al Jazeera, mientras su tienda permanecía cerrada ese día como medida de seguridad.
Quizás el futuro guarde un momento en que esta conmemoración pueda reformularse en una jornada de diálogo y reconciliación. Pero hoy, al menos en Jerusalén, ese futuro parece aún lejano.