Infancia bajo fuego: El rostro más devastador de la guerra en Ucrania
El funeral de tres hermanos ucranianos revive el luto nacional y denuncia una estrategia militar que cobra la vida de miles de civiles inocentes
Una tragedia que paraliza a Korostyshiv
Una madrugada silenciosa se convirtió en grito de horror cuando restos de un misil ruso impactaron en una vivienda del pequeño pueblo de Korostyshiv, en Ucrania, llevándose la vida de tres hermanos mientras dormían. El 28 de mayo de 2025, los nombres Tamara (8), Stanislav (12) y Roman Martyniuk (17) quedaron grabados en la historia más dolorosa del conflicto ruso-ucraniano. Su despedida, en un funeral masivo, evidenció la crudeza de un conflicto que no da tregua a los inocentes.
Los féretros —de distintos tamaños, como cruel reflejo de sus edades— fueron recibidos entre lágrimas por centenas de vecinos, resonando con los cantos tristes de un coro. Las imágenes del Palacio de Cultura, típicamente símbolo del pasado soviético, purgaron esta vez una pérdida imposible de racionalizar.
¿Objetivos civiles o mensajes de terror?
El Kremlin continúa negando ataques intencionales a civiles, pero los datos hablan por sí solos. Según la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, abril de 2025 fue el mes más mortífero para la población civil ucraniana desde septiembre de 2024, con 209 personas muertas y 1.146 heridas.
Entre los fallecidos había al menos 19 menores, y otros 78 resultaron heridos, la cifra más elevada de víctimas infantiles desde junio de 2022. Estos números no solo reflejan la escalada militar, sino que ponen de relieve un patrón que raya en el terrorismo: bombardear zonas residenciales mientras las familias duermen.
Cuando las camas de los niños se vuelven trincheras
La muerte de los hermanos Martyniuk ocurrió a las 3 de la madrugada, un horario en que ni la más férrea vigilancia podría proteger los cuerpos en reposo. El misil impactó cerca de su casa, difundiendo fragmentos metálicos a gran velocidad. Las heridas letales fueron inevitables.
“Los tres niños eran increíblemente educados, brillantes, solidarios. Siempre dispuestos a ayudar”, expresó entre lágrimas Yuliia Skok, profesora del hijo mayor. Roman era un ejemplo en su aula; Tamara empezaba a mostrar su talento en la música; Stanislav soñaba con ser ingeniero.
Los mártires invisibles: el costo infantil de la guerra
Desde el inicio de la invasión, en febrero de 2022, al menos 630 niños han muerto y más de 1.960 han resultado heridos, según datos de la Fiscalía General de Ucrania. Estos números podrían ser conservadores, considerando las limitaciones para documentar daños en zonas ocupadas.
El caso más desgarrador sucedió el 4 de abril de 2025, cuando una explosión en Kryvyi Rih —ciudad natal del presidente Volodymyr Zelenskyy— mató a siete niños entre otras 13 víctimas más, tras detonar una ojiva balística sobre un parque infantil y una zona de restaurantes llena de familias.
“Estaban destinados a vivir”: duelo que se repite
Entre los presentes en el funeral en Korostyshiv estaba el padre de los niños, dado de alta temporalmente del hospital para acompañar sus cuerpos. Herido física y emocionalmente, se sentó junto a sus dos hijos sobrevivientes con el rostro destruido. La madre, aún en cuidados intensivos, no pudo despedirse.
“Ellos eran niños talentosos que debían vivir. Estamos devastados, toda la escuela y la comunidad está de luto”, agregó Skok.
El Gobernador regional de Zhytomyr, Vitalii Bunechko, declaró: “Nos inclinamos en memoria de las vidas que los misiles rusos truncaron. Esta es una pérdida irreparable que grabará una cicatriz profunda en cada corazón de Ucrania”.
¿Guerra moderna o genocidio disfrazado?
La guerra moderna ha borrado muchas fronteras éticas. El uso sistemático de cabezales de fragmentación —explosivos diseñados para causar el mayor número de víctimas posibles al detonar en el aire y dispersar metralla— representa una táctica letal precisamente efectiva en zonas densamente urbanizadas.
Más del 45% de las muertes civiles en abril se relaciona con ataques de este tipo en ciudades como Dnipro, Zaporizhzhia, Kharkiv y, por supuesto, Kyiv.
En Sumy, el 13 de abril, dos misiles balísticos cayeron en el centro histórico, matando a 31 civiles —incluidos dos niños— e hiriendo a más de 100. Muchos de los fallecidos estaban brindando auxilio tras la primera explosión o esperando transporte público.
La guerra que redefine la infancia
Para una generación de jóvenes ucranianos, lo cotidiano se ha transformado en una constante supervivencia. Ya no se escuchan risas en los parques, ya no se oyen gritos de gol en los patios escolares. Se escuchan alarmas anti-aéreas, explosiones a lo lejos y llantos desconsolados.
El trauma infantil provocado por esta guerra plantea consecuencias que durarán décadas. Los estudios realizados por UNICEF revelan que más del 75% de los niños ucranianos han experimentado situaciones de estrés postraumático desde 2022.
El mundo calla, Ucrania entierra
A pesar del dolor evidente y los informes documentados, la guerra continúa. Las mesas de negociación están inertes y las sanciones no disminuyen la capacidad bélica del Kremlin. Familias como los Martyniuk siguen acumulándose en las estadísticas —y los cementerios.
El caso de Tamara, Stanislav y Roman podría ser un símbolo —una representación visual y tangible— del sufrimiento de miles. Pero a falta de justicia inmediata, sus tumbas son solo otra estación en una vía de tren que la comunidad internacional parece incapaz o renuente a detener.
“Vi destrucción, una gran destrucción. Todas las casas estaban arrasadas y partiéndose en pedazos”, dijo Volodymyr Demchenko, vecino de la familia, sobre el impacto del misil a apenas 500 metros de su hogar.
No es una tragedia aislada, es una estrategia
- Más de 16.000 menores ucranianos fueron deportados ilegalmente a Rusia o zonas ocupadas, según el gobierno ucraniano.
- La Corte Penal Internacional ya ha emitido órdenes de arresto por crímenes de guerra relacionados con la deportación forzada de niños.
- Cientos de escuelas y hospitales han sido destruidos durante el conflicto, violando directamente las Convenciones de Ginebra.
La infancia ucraniana será la edad de la memoria
El rostro de Tamara, tan joven como para no entender lo que es una guerra; la inteligencia prematura de Stanislav; el futuro truncado de Roman: juntos, construyen un recuerdo colectivo que persistirá inclusive cuando los misiles callen.
No hay palabras suficientes para compensar lo perdido. Pero el deber de narrar —de no callar— permanece intacto para quienes aún tenemos voz.