Elon Musk y la Casa Blanca de Trump: ¿Gurú técnico o co-presidente fallido?
La turbulenta incursión de Elon Musk en la política estadounidense, su ascenso meteórico en la administración Trump y la controversia que dejó a su paso
El empresario que conquistó Washington... por un momento
Con su ya famosa energía disruptiva, Elon Musk llegó a la capital estadounidense portando la aureola del magnate capaz de resolver cualquier problema, sin importar cuán complejo fuera. Era el conquistador de los cielos con SpaceX, el mesías del transporte eléctrico con Tesla, y el nuevo emperador de las redes sociales tras adquirir Twitter (ahora X).
Sin embargo, la historia de su paso por el gobierno de Donald Trump revela que no todo lo que toca Elon se convierte inmediatamente en oro. De hecho, su paso por Washington ha sido tan meteórico como polémico.
Musklomanía en la Casa Blanca
Aunque resulte difícil de creer, el hombre más rico del mundo se convirtió en una figura frecuente en los salones del poder. Según funcionarios, Musk era tratado como algo más que un asesor: se le consideraba un "co-presidente" en las sombras. Asistía a reuniones del Gabinete vistiendo una camiseta de “Tech Support” y un gorro negro con el lema MAGA, e incluso dormía en el recinto republicano más emblemático: la Casa Blanca.
Fue visto con su hijo pequeño a hombros dentro del Despacho Oval, volaba en el Air Force One y su cercanía con Trump era tal que algunos asesores lo percibían como una amenaza a la estructura de decisiones tradicional del Estado.
Trump lo había descrito como "un tipo listo que realmente se preocupa por nuestro país". Lo cierto es que Musk fue también uno de sus principales donantes de campaña, lo que facilitó su acceso sin precedentes a los más altos niveles del poder político.
La promesa de reinventar el Estado
Musk llegó con un objetivo ambicioso: reducir los gastos federales en trillones de dólares, erradicar el derroche del aparato burocrático e implementar una “optimización tipo Silicon Valley” en las agencias gubernamentales.
Su visión: un Estado más eficiente, más tecnológico y con menos empleados. Esto se tradujo en despidos masivos. Miles de trabajadores federales fueron despedidos o forzados a renunciar, una cifra tan alta que varias agencias quedaron inoperantes y se vieron obligadas a recontratar personal poco tiempo después.
Además, el objetivo presupuestario fue reduciéndose con el paso del tiempo. De $2 billones prometidos, la proyección bajó a $1 billón y finalmente quedó en $150 mil millones. Ni siquiera esta última meta parece haber sido alcanzada.
Una salida silenciosa pero reveladora
Después de un inicio estruendoso, Musk abandonó su cargo como asesor presidencial sin fanfares. El mismo magnate anunció su salida esta semana, justo luego de criticar el elemento clave de la agenda legislativa de Trump y declarar que cortaría sus donaciones políticas.
Se desconoce si esta decisión fue tomada como respuesta a desacuerdos internos o por motivos estratégicos personales. Lo cierto es que su salida marca el fin de uno de los experimentos más inusuales entre política y tecnología en la historia moderna de Estados Unidos.
El legado Musk en el gobierno: ¿Reforma o caos?
Musk se marcha con una estela de promesas incumplidas y controversias. Las agencias federales no solo no vieron mejoras estructurales significativas, sino que quedaron debilitadas por la pérdida de experiencia y talento.
Al final, ni el rediseño estructural ni el uso de algoritmos de “eficiencia artificial” lograron transformar un sistema federal profundamente complejo y resistente al cambio.
Como dato curioso, aunque tanto Musk como Trump proclamaron que el Estado estaba lleno de corrupción y fraude sistémico, hasta ahora no se ha procesado legalmente a nadie institucionalmente relevante por esos supuestos delitos. La narrativa de limpiar la casa quedó, por tanto, en el discurso.
“El Estado no es una empresa, y la lógica del software no se aplica a seres humanos”, indicó un alto exfuncionario que trabajó bajo la gestión de Musk.
Elon Musk: ¿moderno Cayo Julio César o un emperador sin imperio?
Comparar a Musk con un personaje romano puede parecer exagerado, pero su capacidad de sumar poder e influencia política y económica al mismo tiempo lo convierte en una figura sin precedentes. Sin embargo, su aventura fallida en Washington demuestra que ni siquiera el magnate más genial puede transformar una maquinaria tan compleja sin alianzas, sin legitimidad institucional y, sobre todo, sin comprensión de los límites del poder en democracia.
Sus detractores lo ven como un narcisista desbocado; sus admiradores, como un visionario frustrado por la lentitud del Estado. Tal vez ambas lecturas sean válidas. Lo que es claro es que el experimento Musk en la política demostró el choque brutal entre la velocidad de la innovación privada y los tiempos del aparato público.
¿Y ahora qué?
Tras su salida, Musk vuelve a sus empresas, al universo de inteligencia artificial, autos eléctricos, satélites y ambiciones marcianas. Pero no se puede descartar su regreso a la arena política, pues dejó claro que seguiría opinando e implicándose en discusiones clave para el país.
En palabras del analista político norteamericano Henry Olsen: “Musk trató de aplicar ingeniería de software al alma de la burocracia, y aunque fracasó, dejó una huella visible para todos los que quieran intentarlo de nuevo.”