Entre amenazas y universidades vacías: cómo la guerra de visados entre EE. UU. y China amenaza la ciencia global
La ofensiva política de Estados Unidos contra estudiantes chinos podría costarle su futuro como potencia académica e innovadora
Una nueva frontera en la rivalidad entre EE. UU. y China
Las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, que ya se han manifestado en guerras comerciales, restricciones tecnológicas e incluso enfrentamientos diplomáticos, han encontrado un nuevo frente: el mundo académico. Con el reciente anuncio del secretario de Estado Marco Rubio en el que promete revocar visados de estudiantes chinos y endurecer el proceso de visado en el futuro, se ha desatado una tormenta de reacciones tanto dentro como fuera del país.
Rubio argumenta que la medida busca proteger la seguridad nacional al limitar el supuesto uso de universidades estadounidenses como plataformas para la transferencia ilegal de tecnología hacia China, especialmente en campos “críticos” como inteligencia artificial, semiconductores y tecnología nuclear. Sin embargo, el daño colateral de esta iniciativa amenaza con debilitar uno de los elementos centrales del poder blando estadounidense: su red de educación superior de clase mundial.
La presencia china en las universidades estadounidenses: un gigante invisible
Actualmente, más de 275,000 estudiantes chinos se encuentran inscritos en universidades estadounidenses, representando hasta el 30% del total de estudiantes internacionales. El país asiático es solo superado por India en cuanto a número de alumnos matriculados, aunque en términos de gasto, los estudiantes chinos son líderes absolutos. En 2022, estos alumnos generaron más de 15 mil millones de dólares en ingresos directos e indirectos para la economía estadounidense.
No obstante, la relación no es solo económica. Estos estudiantes participan activamente en investigación de punta. Según el National Science Foundation, los investigadores chinos son los coautores internacionales más frecuentes en investigaciones conjuntas con colegas de Estados Unidos. Áreas como neurociencia, biotecnología, cambio climático y ingeniería sísmica han florecido precisamente por estas conexiones internacionales.
Testimonios de una ruptura silenciosa
Para muchos estudiantes, las recientes políticas han tenido un efecto devastador, no solo profesional, sino también emocional. Kesong Cao, estudiante chino de psicología cognitiva en la Universidad de Wisconsin, decidió regresar a China tras ocho años en EE. UU. Por culpa del clima político. “No me siento bienvenido”, declaró antes de abordar su vuelo desde Seattle. Su decisión resume la frustración que muchos jóvenes sienten ante medidas que los señalan como amenazas sin haber cometido delito alguno.
“Soñaba con convertirme en profesor aquí. Ahora ese sueño se ha desmoronado”, lamenta Cao. Casos como el suyo no son aislados. En redes sociales chinas como Weibo y Zhihu, las búsquedas sobre alternativas académicas en Canadá, Reino Unido o Australia se han disparado, mientras aumentan las denuncias de discriminación en territorio estadounidense.
La lógica de seguridad nacional vs. la ciencia global
Quienes respaldan la medida, como legisladores republicanos y varios funcionarios del Departamento de Estado, argumentan que las universidades se han convertido en Trojan Horses (caballos de Troya) para el espionaje académico. El informe de 2023 de la Cámara de Representantes acusa directamente a universidades estadounidenses de canalizar recursos —a veces financiados con fondos federales— hacia avances tecnológicos que luego alimentan la capacidad militar y de vigilancia del Partido Comunista Chino.
Según una portavoz del Departamento de Estado: “No toleraremos que el Partido Comunista Chino explote nuestras universidades para robar propiedad intelectual o reprimir voces opositoras”.
Pero muchos académicos y científicos alertan sobre el costo a largo plazo de estas medidas. L. Rafael Reif, expresidente del MIT, ha criticado abiertamente esta política: “Impedir que los mejores talentos del mundo vengan a EE. UU. es una de las peores decisiones estratégicas que podemos tomar”.
Un legado en juego: ciencia, innovación y liderazgo global
Estados Unidos ha liderado durante décadas gracias a su capacidad para atraer a lo mejor del mundo académico. Desde los años 70, cuando comenzaron a fortalecerse los lazos diplomáticos con China, las universidades estadounidenses han reclutado miles de estudiantes e investigadores internacionales cuya labor ha generado premios Nobel, patentes, startups y descubrimientos fundamentales.
David Lampton, politólogo de la Universidad Johns Hopkins, destaca que “la sociedad estadounidense siempre ha prosperado gracias a su ambición de buscar las mejores mentes del planeta”. Varios expertos alertan que si esta tradición se rompe, otras potencias estarán encantadas de absorber ese talento.
La paradoja del desequilibrio en los intercambios académicos
Los críticos dicen que la relación es desigual. Mientras cerca de 370,000 estudiantes chinos vienen a EE. UU. (cifras de 2018), solo unos 300 a 400 estudiantes estadounidenses estudian anualmente en China. Sin embargo, la comparación ignora que muchos de estos estudiantes chinos regresan a su país con una visión más global, canales de influencia multinacional y un conocimiento profundo del sistema estadounidense.
Esto también ha permitido que muchas startups chinas hayan sido creadas por exalumnos de Stanford, MIT o UC Berkeley. Aunque este flujo de conocimiento incomoda a algunos sectores conservadores, también ha facilitado joint ventures y colaboraciones que benefician también a empresas estadounidenses.
¿Una oportunidad para aliados y competidores?
Mientras EE. UU. debate quién debería acceder a sus universidades, otros países ya se están reorganizando para captar a ese talento desplazado. Canadá ha reforzado sus programas de visado post-estudio, Reino Unido ha reactivado su ruta de “Graduate Visa” y Alemania eliminó restricciones para estudiantes de doctorado procedentes de Asia.
En un mundo globalizado, cerrar la puerta al talento extranjero rara vez queda sin consecuencias. Y esta decisión no solo repercutirá en las universidades, sino en el conjunto del ecosistema de innovación, investigación científica y competitividad económica.
¿Discriminación institucionalizada?
Distintas organizaciones de derechos civiles, como Committee of 100, que agrupa a destacados ciudadanos chino-estadounidenses, denuncian que la retórica política ha creado un entorno de sospecha y xenofobia injustificada.
Gary Locke, exembajador de EE. UU. en China, advirtió: “Estamos normalizando la idea de que todo estudiante chino es una amenaza, lo cual alimenta la discriminación incluso contra ciudadanos chinos y asiático-americanos nacidos aquí”.
Casos de vigilancia excesiva en laboratorios, cancelaciones de contratos sin justificación o incluso arrestos erróneos de profesores por supuestos vínculos con el gobierno chino han sido motivo de escándalos periódicos.
¿Qué sigue?
Con decisiones judiciales que cuestionan la legalidad de parte de las políticas comerciales de Trump (como la reciente sentencia del Tribunal de Comercio Internacional que anuló varios aranceles injustificados), no es descabellado pensar que también podría haber un freno judicial a esta cruzada antiacadémica.
Pero mientras tanto, cientos —posiblemente miles— de brillantes jóvenes están viendo cómo sus carreras se desvanecen por decisiones políticas, sus sueños se rompen por motivos ideológicos, y el país que alguna vez vieron como faro de libertad y oportunidades, levanta muros donde antes ofrecía becas.
En una era donde el conocimiento es más valioso que nunca, ¿puede permitirse Estados Unidos el lujo de elegir la ignorancia?
La historia, con toda su severidad, podría volverse muy crítica con esta administración por haber roto un puente que décadas de cooperación científica ayudaron a construir.