El escape cinematográfico en Nueva Orleans: redes de apoyo, traiciones y una ciudad en vilo
La fuga de 10 reclusos del Centro Penitenciario de Orleans abre una caja de Pandora sobre corrupción, complicidad familiar y el quebrado sistema de justicia de Luisiana
Un agujero detrás del inodoro
A las primeras horas del 16 de mayo de 2025, la ciudad de Nueva Orleans fue testigo de un evento sacado de una película: 10 reclusos escaparon del Centro Penitenciario de la Parroquia de Orleans tras cortar un agujero detrás de un inodoro. Lo que parecía una fuga aislada reveló una red compleja de complicidades entre amigos, familiares e incluso personal del sistema penitenciario. Esta es una historia que pone en tela de juicio la integridad del sistema carcelario en Luisiana y revela las grietas sociales de una ciudad históricamente escéptica ante la justicia.
La red de ayuda: más de 14 cómplices
Los documentos judiciales muestran que al menos 14 personas ayudaron a los fugados, proporcionando transporte, hospedaje, alimentos, dinero en efectivo e incluso teléfonos celulares sin rastreo. Muchos de estos cómplices eran familiares o amigos cercanos que sabían exactamente las consecuencias legales que enfrentaban pero decidieron ayudar de todas maneras.
Entre los apoyos más destacados, se encuentran los casos de personas que enviaron dinero por aplicaciones, coordinaron escondites en apartamentos vacíos y mintieron a las autoridades durante interrogatorios. Las fianzas para algunos de los acusados alcanzan el millón de dólares y enfrentan cargos por delitos graves como "cómplices después del hecho".
Una aliada inesperada: una exempleada de la cárcel
Una de las piezas clave en este rompecabezas fue una mujer identificada como exempleada de la Oficina del Sheriff de Orleans. Según los registros judiciales, ayudó a Lenton Vanburen, uno de los fugados, a llegar a la casa de un familiar y lo ayudó a realizar videollamadas con sus hermanas el mismo día de la fuga. En 2023, esta misma mujer había sido arrestada por ingresar contrabando al penal (una navaja y una bolsa de Cheetos con tabaco y marihuana), aunque los cargos fueron desestimados al no tener historial penal previo.
En un mensaje de texto a periodistas, niega haber ayudado a los prófugos o ingresado contrabando. No se han emitido cargos en su contra por esta última participación.
El fontanero y la sospecha
Entre los acusados también está un fontanero de la cárcel que, según su abogado, no ayudó intencionadamente en la fuga sino que solo intentaba desatascar un inodoro. No obstante, fue arrestado, lo cual levanta interrogantes sobre las condiciones físicas y los protocolos de mantenimiento en la institución penitenciaria.
Los tentáculos digitales: teléfonos por internet
Los investigadores descubrieron que varios escapees, como Antoine Massey y Corey Boyd, utilizaron servicios de voz por internet para comunicarse sin dejar rastros celulares. Boyd incluso llegó a amenazar con matar a una persona si no le enviaba dinero ni le permitía acceder a su cuenta de iCloud.
Gracias al rastreo de un número desconocido relacionado con llamadas realizadas desde prisión antes de la fuga, el FBI logró localizar y capturar a Boyd, quien estaba escondido en un apartamento local con la ayuda de su tía, quien también organizó la entrega de alimentos.
Violencia doméstica y complicidad: un caso doloroso
En otro giro trágico, una mujer acusada de asistir a Massey había denunciado en el pasado violencia física por parte de este. Incluso había presentado una orden de alejamiento en su contra tras agresiones que incluyeron intentos de estrangulamiento.
A pesar de su historial de abuso, la mujer mantuvo comunicación con Massey después de su huida, llegó a intercambiar mensajes con la hermana de él celebrando que no lo hubieran atrapado y mintió a las autoridades cuando fue interrogada. Este caso pone en evidencia la compleja dinámica de poder y miedo que puede existir incluso en situaciones extremas.
La familia: el refugio de los prófugos
Siete de los involucrados como cómplices están directamente relacionados con Lenton Vanburen. Horas antes de escapar, Vanburen llamó a sus hermanas desde prisión y les pidió contactar a "mi chica" y conseguirle un “teléfono limpio”. Esa misma noche, sus hermanas se reunieron con él en casa de un familiar, donde pudo bañarse, cambiarse de ropa y abastecerse de productos de higiene personal.
Posteriormente, fue trasladado a otra casa en Misisipi antes de ser capturado en Baton Rouge varios días después. Dos hombres están ahora acusados de haberle conseguido una habitación de hotel y un apartamento en remodelación como escondite.
Dinero, lealtades y silencios
Una mujer de 59 años admitió haber enviado dinero al fugitivo Jermaine Donald, describiéndolo como un amigo de la familia. No se ha determinado aún si enfrentará cargos. La mayoría de los acusados aún no han asegurado representación legal completa, en parte debido a la rapidez y complejidad de las investigaciones.
“Están cansados. Miran por encima del hombro constantemente, intentando conseguir recursos”, declaró el Coronel Robert Hodges, jefe de Policía Estatal de Luisiana. “La ventaja es nuestra, y necesitamos la ayuda del público para que siga siendo así”.
Una ciudad dividida
Este caso ha resonado poderosamente en una ciudad marcada por una profunda desconfianza hacia el sistema judicial. Nueva Orleans, históricamente criticada por su corrupción institucional y niveles de encarcelamiento desproporcionados entre la población negra, ahora enfrenta una tormenta moral: ¿es justo sentenciar severamente a aquellos que, por amor o miedo, ayudaron a los fugitivos?
“Sabemos que reportar a un ser querido o amistad no es fácil, pero es esencial por su seguridad y la de todos nosotros”, instó Jonathan Tapp, agente especial del FBI.
El dilema ético y legal continuará en los tribunales, pero de momento, la historia ha dejado una cosa clara: cuando el sistema falla, la lealtad y la desesperación familiar pueden pesar más que la letra fría de la ley.