El legado olvidado del ingeniero del Puente Mackinac: una historia de abandono, memoria y reconciliación
Décadas de servicio al emblemático puente terminaron con 15 años de olvido. ¿Cómo un pilar en la historia de la infraestructura de EE.UU. terminó sin ser reclamado?
El Puente Mackinac, icono de la ingeniería civil y emblema de Michigan, conecta no solo dos penínsulas, sino también a generaciones de personas que han vivido bajo su sombra o trabajado para mantenerlo firme. Una de esas figuras fue Larry Rubin, quien, tras haber sido fundamental en la administración y operación del tercer puente colgante más largo de Estados Unidos, cayó en el olvido tras su muerte en 2010. Quince años después, su historia regresa para enseñarnos sobre legado, memoria y el deber cívico.
Un ícono colgante sobre el Estrecho de Mackinac
El Puente Mackinac, inaugurado en 1957, es una obra maestra de la ingeniería con sus más de 8 kilómetros de longitud conectando la península superior y la inferior de Michigan sobre el Estrecho de Mackinac, donde el Lago Michigan se encuentra con el Lago Hurón. Ha sido, desde entonces, símbolo de orgullo estatal y hazaña técnica. Se estima que más de 4,5 millones de vehículos cruzan el puente cada año (Mackinac Bridge Authority).
Dentro de esa historia de acero, concreto y viento estuvo Larry Rubin, figura discreta pero clave en el funcionamiento del puente durante décadas. Fue el staff senior de la Mackinac Bridge Authority, liderando diferentes momentos críticos en la historia del puente y sirviendo como ejecutor de decisiones administrativas fundamentales.
El hombre tras el puente
Rubin no fue un simple burócrata. Quienes lo conocieron, como Barbara Brown, exmiembro de la junta directiva del puente, lo definen como un profesional de excelencia. “Cuando se construyó el puente, se necesitaba alguien que ejecutara las decisiones. Él lo hizo con humanidad y eficiencia”, recuerda Brown. Durante su mandato, Rubin ayudó a convertir la operación de esta compleja estructura en un sistema eficiente y seguro, testimonio de ello son los bajos índices de accidentes y la resistencia al paso del tiempo que ha demostrado la estructura.
Sin embargo, a pesar de sus contribuciones, tras su fallecimiento en 2010 a los 97 años, sus cenizas fueron olvidadas. Una funeraria de St. Ignace, una pequeña ciudad en las cercanías del puente, sorprendió al publicar una lista de cremaciones no reclamadas. Allí, entre desconocidos, apareció su nombre.
El shock del olvido
Barbara Brown se enteró del destino de Rubin mediante ese anuncio. “Me quedé en shock”, dijo. “No podía creer que alguien que fue tan parte del alma del puente terminara así”. Pese a tener familiares, aparentemente nadie reclamó los restos. A ello se sumaba la ironía de que su nombre ya estaba inscrito en la lápida junto con su primera esposa, Olga, fallecida en 1990 y enterrada en el cementerio Greenwood, en Petoskey.
Esta historia exhibe la dura realidad de cómo incluso las figuras más relevantes pueden quedar en la sombra cuando no queda nadie que mantenga viva su memoria.
Un entierro tardío, pero con honor
Gracias a los esfuerzos de Val Meyerson, miembro del Temple B’nai Israel en Petoskey, y antiguos compañeros del Puente Mackinac, los restos de Rubin finalmente encontraron su lugar junto a Olga. La comunidad judía local y amigos del puente ayudaron a costear los gastos del sepelio.
Un rabino dirigió una sencilla pero sentida ceremonia a la que asistieron unas dos docenas de personas. Brown comenta emocionada: “Todos tomamos una pala y ayudamos a cubrir la tumba. Fue un honor. Después de tanto tiempo olvidado, era lo mínimo que podíamos hacer.”
¿Cómo puede olvidarse un legado?
Este caso no es aislado. Según diversos informes, miles de urnas con cenizas permanecen sin reclamar en funerarias a lo largo y ancho de Estados Unidos. En muchos casos, los familiares han fallecido, se han mudado o han perdido contacto con las instituciones que custodian los restos. “Es una cuestión tan emocional como burocrática”, asegura Lauren Kass, directora de una funeraria en Chicago. “Muchas personas creen que siempre tendrán tiempo para recoger las cenizas, pero el tiempo no espera.”
Rubin fue víctima de ese limbo funerario. Solo cuando alguien se tomó el tiempo de revisar esos nombres en el periódico local, su memoria comenzó a ser restaurada.
La memoria, una responsabilidad colectiva
La historia de Larry Rubin abre un debate más amplio sobre la responsabilidad que tenemos —como sociedad— de honrar a quienes dejaron huella. ¿Qué tipo de red institucional deberíamos tener para garantizar que figuras tan valoradas no sean olvidadas tras su muerte? ¿Se debería legislar sobre la recuperación digna de restos olvidados?
Existen iniciativas en algunos estados que permiten a las autoridades disponer de los restos tras ciertos años sin ser reclamados, principalmente con fines altruistas o conmemorativos. Sin embargo, predomina el vacío legal y la indiferencia.
El alma del puente sigue viva
El Puente Mackinac sigue en pie, enfrentando al viento helado del norte con la misma firmeza con la que Rubin enfrentó su vida profesional. Tal vez ahora, sabiendo que yace junto a su esposa bajo la misma tierra que alguna vez tocó con su legado, podamos decir que aquel ciclo ha cerrado, aunque tarde.
La historia de su olvido no debe ser solo anécdota, sino advertencia. Porque cada puente necesita no solo mantenimiento físico, sino también memoria emocional e institucional de quienes lo erigieron. En tiempos donde la inmediatez nos convierte en despreocupados del pasado, la tumba de Larry Rubin nos recuerda que toda historia merece ser reconocida, incluso cuando parece que ya es tarde.