Trump, Alaska y el futuro energético: entre ambición fósil y tensiones ambientales

La nueva ofensiva de Donald Trump por el petróleo y el gas reabre el debate sobre el destino del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico y sus implicaciones políticas, económicas y ecológicas

Una visita estratégica al último gran premio energético de Estados Unidos

El expresidente Donald Trump y su equipo han reactivado una estrategia energética que ha puesto nuevamente a Alaska en el centro de las decisiones políticas de Estados Unidos. Esta vez, no se trata solamente de promesas de campaña, sino de acciones claras: envío de secretarios de gabinete, reuniones con líderes locales y presión directa para reabrir las posibilidades de explotación en territorios vírgenes del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico (ANWR, por sus siglas en inglés).

Con un enfoque marcado por el retorno de Trump a la presidencia en 2025, su prioridad es clara: expandir la producción de petróleo y gas como pilar económico y estratégico del país. Acompañado de su equipo energético —compuesto por el Secretario del Interior Doug Burgum, el Secretario de Energía Chris Wright y el administrador de la EPA, Lee Zeldin—, Trump busca impulsar proyectos estancados, como el colosal gasoducto desde la vertiente norte de Alaska hasta el puerto sur, valorado en $44 mil millones.

Alaska: una geopolítica del subsuelo

Alaska es una tierra cargada de tensiones ecológicas, derechos indígenas, intereses corporativos y potencial energético. El Refugio Nacional del Ártico conserva más de 7 millones de hectáreas de terrenos vírgenes, hogar de especies icónicas como el oso polar, el caribú y el buey almizclero. Pero para muchos políticos, como el gobernador republicano Mike Dunleavy, Alaska significa también “prosperidad bajo nuestros pies”.

Durante años, grupos defensores del medio ambiente han luchado para mantener el ANWR fuera del alcance de las petroquímicas. Estos esfuerzos alcanzaron su clímax cuando la administración de Joe Biden canceló siete contratos de perforación otorgados por Trump anteriormente. Sin embargo, una reciente orden ejecutiva del nuevo gobierno de Trump está revirtiendo ese curso, impulsando la restauración de dichos contratos a través del Departamento del Interior.

Para Trump, el mensaje es directo: “America First… incluso en el Ártico”.

Gigantes invisibles bajo el hielo: el plan del gasoducto

Uno de los puntos centrales de esta ofensiva energética es la reactivación del megaproyecto de gas natural licuado (GNL), con una tubería de 1,300 kilómetros que permitiría exportar gas desde el North Slope de Alaska hasta mercados asiáticos como Japón y Corea del Sur. Este ambicioso plan no es nuevo, pero ha estado paralizado por una combinación de factores:

  • Falta de inversores comprometidos.
  • El alto costo estimado del proyecto: $44 mil millones.
  • La competencia internacional de proveedores más baratos.
  • Presión ambiental contra el impacto del gas como "combustible de transición".

Pese a ello, varias delegaciones asiáticas han sido invitadas a formar parte de las reuniones durante la gira de Trump por Alaska. Aunque sin acuerdos firmes, el mensaje internacional pretende mostrar que existe un apetito geopolítico por la energía fósil made in USA.

El rol de MusK, Jared Isaacman y la NASA: aliados en retirada

En un giro inesperado dentro del mismo marco energético-tecnológico, Trump decidió retirar la nominación de Jared Isaacman —empresario tecnológico cercano a Elon Musk— como futuro administrador de la NASA. Isaacman es fundador de Shift4 y ha realizado misiones privadas al espacio gracias a SpaceX. Esta decisión llegó tras una “revisión de asociaciones previas”, según Trump, aunque no se ofrecieron detalles al respecto.

Elon Musk lamentó públicamente la noticia afirmando en X (anteriormente Twitter) que Isaacman era “rara vez tan competente y de buen corazón”.

La retirada puede interpretarse como una purga interna en la administración de Trump, alineada con su renovada obsesión por proyectos “alineados a la misión”. El trasfondo, sin embargo, podría ser más complejo, dado el cruce de intereses comerciales entre SpaceX y los contratos con la NASA —muchos de los cuales están bajo revisión.

Economía vs. ecología: ¿Quién decide el futuro del Ártico?

La explotación energética de Alaska genera un cruce de narrativas:

  1. La visión conservadora (Trump-Dunleavy): Defiende que los recursos energéticos son esenciales para la independencia energética y prosperidad de las comunidades locales.
  2. La visión ambientalista: Apunta a la protección del ecosistema global, el respeto de los territorios sagrados indígenas y una transición hacia energías renovables.
  3. La visión indígena dividida: Mientras los Gwich’in —pueblo indígena del sureste de Alaska— se oponen enérgicamente a cualquier perforación en el ANWR, los Iñupiat del norte (North Slope) apoyan el desarrollo como motor de empleo y autonomía.

Esta tensión cultural y política es especialmente evidente en lugares como Utqiagvik, donde Trump se reunió con líderes como Nagruk Harcharek, presidente de Voice of the Arctic Iñupiat, quien calificó la visita como “un paso en la dirección correcta”.

¿Retroceso climático o estrategia geoeconómica?

Las decisiones de Trump no solo tienen ánimo electoral. Quedan insertas en un contexto global de competencia energética acelerada. Mientras Europa busca liberarse del gas ruso y China incrementa su consumo interno, Estados Unidos quiere recuperar el papel central de sus hidrocarburos. La fórmula: producción nacional, inversión internacional.

Pero, ¿es sostenible esta visión?

En palabras de Andy Moderow, director político de Alaska Wilderness League: “Seguir promoviendo combustibles fósiles en conferencias energéticas convierte al pasado en una opción real hacia el futuro. Necesitamos soluciones climáticas para los residentes de Alaska, no megaproyectos obsoletos”.

Las cifras tampoco acompañan del todo a Trump. Aunque los precios del petróleo generaron excedentes hace un año, desde entonces han caído un 27%, afectando directamente los ingresos públicos de Alaska. Legisladores estatales de ambos partidos han solicitado reparto igualitario de regalías federales en la ANWR para subsanar esa inestabilidad fiscal.

¿Qué deja todo esto para el debate climático en 2025?

La administración de Trump parece haber adoptado un enfoque de “realidad económica brutal”: perforar, construir, exportar. La narrativa de “trabajos y soberanía energética” sigue teniendo tracción política, especialmente en estados energéticos como Alaska, Wyoming y Texas.

Sin embargo, la desconexión entre estos planes y los compromisos climáticos internacionales —como el Acuerdo de París— es evidente. La comunidad ambientalista advierte sobre las consecuencias de invadir espacios ecológicos únicos con industrias fósiles que, lejos de ser el futuro, representan obstáculos para la descarbonización global.

Con el Ártico en juego, ¿quién ganará la carrera por el alma de Alaska?

Entre las templadas luces del verano boreal, los remolinos de caribú en las llanuras del Ártico y la promesa de miles de millones bajo el permafrost, Alaska se convierte nuevamente en el teatro de una batalla histórica.

Donald Trump promete prosperidad energética y recuperación económica; sus opositores, proteger el equilibrio ecológico más frágil del planeta. Pero, mientras tanto, las máquinas se afinan, los inversionistas hacen cuentas y una nueva era de decisiones se aproxima en Washington… con el Ártico como tablero y su geopolítica como el juego.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press