La CDC sin timón: el caos silencioso que amenaza la salud pública en EE.UU.
Sin una dirección efectiva y decisiones centralizadas, la CDC se convierte en una bomba de tiempo para futuras emergencias sanitarias
En un país donde la salud pública debería ser una prioridad nacional, la Centers for Disease Control and Prevention (CDC) atraviesa uno de los periodos más caóticos y comprometidos de su historia reciente. Con una estructura administrativa en ruinas, decisiones clave pospuestas y una falta de liderazgo médico al frente, la CDC se ha transformado en un cascarón burocrático que amenaza con fracasar ante la próxima gran crisis sanitaria.
Una agencia sin capitán y navegando en aguas turbulentas
La CDC, con un presupuesto anual de $9.200 millones, es el organismo federal responsable de recomendar y coordinar vacunas, monitorear brotes de enfermedades y actuar como el centro neurálgico en situaciones de emergencia sanitaria en Estados Unidos. Pero desde que el expresidente Donald Trump retiró en marzo su propuesta inicial para la dirección del organismo, la agencia opera sin un director confirmado, una condición que se prolonga ya por varios meses.
La candidata actual, Susan Monarez, fue directora interina entre enero y marzo de este año. Sin embargo, desde su nominación formal no se ha programado audiencia en el Senado y no ha enviado la documentación requerida para continuar el proceso. Mientras tanto, el rol de director lo está ocupando de forma provisional Matthew Buzzelli, abogado sin experiencia médica, lo cual constituye un quiebre histórico para una institución que durante siete décadas ha sido dirigida por expertos médicos con destacadas trayectorias científicas.
Para el doctor Michael Osterholm, epidemiólogo de la Universidad de Minnesota, la situación es preocupante: "La CDC es una crisis esperando a que suceda otra crisis. En este punto, no podría decir quién tomaría decisiones críticas en una emergencia".
La pandemia dejó lecciones que parecen no haber sido aprendidas
La falta de liderazgo en la CDC se hace aún más evidente cuando se observa cómo se han abandonado los canales regulares para decisiones críticas sobre vacunas. Por ejemplo, a finales de abril, el comité asesor de vacunas de la propia CDC se reunió para debatir la ampliación de vacunas contra el RSV en adultos y una nueva vacuna combinada para jóvenes contra la meningitis. Sin embargo, nadie supo con certeza quién iba a firmar esas recomendaciones.
Semanas después, una única comunicación oficial indicó que el nuevo Secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., había aprobado una recomendación distinta para viajeros contra el chikungunya, ignorando las deliberaciones sobre otras inmunizaciones más urgentes. Estas acciones provocaron malestar dentro del organismo y la renuncia de la doctora Lakshmi Panagiotakopoulos, asesora clave del comité de vacunación.
"Mi carrera en salud pública empezó con el deseo profundo de ayudar a los más vulnerables, y no puedo seguir haciéndolo en este rol", escribió en su carta de renuncia.
Kennedy Jr. reforma las vacunas sin evidencia ni consejo científico
Uno de los movimientos más controvertidos de Kennedy fue anunciar —sin consultar al panel de vacunas de la CDC— que el gobierno ya no recomienda la vacuna contra la COVID-19 para niños sanos ni mujeres embarazadas. Esta decisión contradice investigaciones acumuladas durante años sobre los riesgos del virus en ambos grupos.
Estudios publicados en el Journal of the American Medical Association y por los National Institutes of Health indican que las mujeres embarazadas con COVID-19 tienen mayor probabilidad de hospitalización, ventilación mecánica y muerte. Además, la inmunización protege al recién nacido en los primeros meses de vida, cuando aún no puede recibir vacunas directamente.
El vocero del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), Andrew Nixon, se limitó a declarar que "el personal de la CDC fue consultado", sin dar nombres ni credenciales, y tampoco presentó los datos científicos usados para justificar el nuevo enfoque. Esto fue particularmente chocante considerando que Kennedy había dicho semanas antes que "nadie debería tomar consejos médicos de mí".
Desconfianza interna y confusión institucional
Dentro del edificio de la CDC en Atlanta reina la incertidumbre. Según empleados actuales, Monarez no ha participado en reuniones globales del personal ni ha mantenido la comunicación que era habitual en administraciones previas. Incluso, cuando Kennedy reveló su cambio sobre las vacunas, un correo electrónico interno firmado por Monarez la declaraba "directora interina", en claro conflicto con lo dicho por el propio Kennedy que afirmó que Buzzelli había asumido el rol.
Este vacío se convierte en una barrera funcional y estratégica. Como explica el doctor Anand Parekh, principal asesor médico del Centro de Políticas Bipartidistas (BPC):
"Cada comunidad en EE.UU. depende del criterio científico y del liderazgo de la CDC. Sin un director visible y con poder, estaremos menos preparados para enfrentar futuras crisis de salud".
Una institución marginada y desautorizada
Expertos en salud pública afirman que, bajo la gestión de Kennedy, se observa un proceso sistemático de marginación de la CDC. Las decisiones no se comunican ni implementan a través de sus canales, se ignoran los consejos de los científicos y se promueve confusión sobre políticas sanitarias clave en el país.
El resultado es una institución poderosa en teoría, pero inefectiva en la práctica. Esta situación podría tener consecuencias fatales en un país con brotes reemergentes de enfermedades prevenibles como el sarampión. En 2024, ya se han registrado más de 80 brotes de sarampión en al menos 14 estados, un regreso preocupante en buena parte relacionado con la disminución de las tasas de vacunación infantil.
El peligro de la politización extrema
Las decisiones tomadas desde el HHS bajo el liderazgo de Kennedy y sin consulta científica abren la puerta peligrosa a la politización extrema de la salud pública. En pleno año electoral, los mensajes contradictorios y la desconfianza institucional se acentúan.
Según un informe del Kaiser Family Foundation, apenas 62% de los republicanos han recibido alguna dosis de la vacuna contra COVID-19, comparado con el 87% de los demócratas. Esta brecha también se refleja en la disposición para vacunar a los niños. El riesgo objetivo de politizar aún más estos temas puede implicar una crisis aún más profunda si surge una nueva pandemia o variante viral.
¿Quién toma las decisiones en una emergencia?
Esta es la pregunta más inquietante: ¿quién decidirá si hay que cerrar escuelas, distribuir vacunas o emitir advertencias de salud pública en Estados Unidos si una nueva crisis sanitaria golpea mañana?
Con Buzzelli, un abogado sin experiencia médica, ocupando funciones administrativas; Monarez posiblemente sin funciones activas, y Kennedy tomando decisiones unilaterales, nos encontramos ante una ausencia de autoridad médica central en el momento en que más se necesita liderazgo con base científica.
Y lo más preocupante es que no existe un plazo claro para resolver el estancamiento. El Senado no ha agendado audiencia para Monarez, y HHS no responde preguntas clave sobre la cadena de mando actual ni sobre el proceso de nominación.
Estados Unidos enfrenta un momento delicado, donde la prevención, la confianza ciudadana en las vacunas y una respuesta unificada podrían marcar la diferencia entre el control efectivo de un brote o una catástrofe sanitaria.
¿Hacia una reestructuración necesaria?
Dada la gravedad del desorden actual, muchos abogan por una revisión integral de cómo se estructura y coordina la CDC. Algunos expertos, como el Dr. Parekh, proponen convertir la CDC en una agencia independiente al estilo de la Reserva Federal, libre de interferencias políticas directas, con autoridad técnica respaldada por el Congreso.
Hasta entonces, la salud pública estadounidense continúa al borde del abismo —y sin un líder al mando.