Guerra tecnológica y tensiones comerciales: EE.UU. y China reavivan su pulso por los semiconductores y las tierras raras
El frágil alto al fuego en la guerra comercial entre las dos mayores potencias económicas del mundo se tambalea por nuevas disputas en torno a chips, minerales estratégicos y estudiantes internacionales
El telón de fondo de una tregua frágil
Tras años de tensiones por aranceles, espionaje industrial y competencia tecnológica, Estados Unidos y China parecen haber entrado en un nuevo capítulo de su disputa comercial: uno que va mucho más allá de cifras aduaneras e invade dominios como la inteligencia artificial, la educación internacional y los recursos estratégicos como las tierras raras.
En mayo de 2025, ambas potencias lograron pactar en Ginebra una tregua temporal: suspender durante 90 días los aranceles superiores al 100% que se habían impuesto mutuamente. Pero esa paz, más aparente que real, se ha visto rápidamente erosionada por nuevas decisiones unilaterales y recriminaciones cruzadas en los días siguientes.
Semiconductores: el epicentro del conflicto
Uno de los temas que mayor fricción genera es la lucha feroz por la supremacía en la fabricación de semiconductores avanzados, aquellos chips que permiten el desarrollo de inteligencia artificial, robótica y otras áreas clave de la economía digital.
El Departamento de Comercio de EE.UU. emitió una guía advirtiendo que los chips Ascend AI de la empresa china Huawei probablemente violaban los controles de exportación estadounidenses debido a que fueron desarrollados utilizando tecnología estadounidense. Esta denuncia reavivó viejos temores en Pekín, que ha percibido estos controles como un intento deliberado de contener su ascenso tecnológico.
Una declaración del Ministerio de Comercio chino no tardó en llegar: “Instamos a Estados Unidos a corregir de inmediato sus prácticas erróneas”, expresó con firmeza.
¿Por qué son tan estratégicos los chips?
Los semiconductores son el corazón de toda innovación tecnológica moderna. Desde automóviles eléctricos hasta teléfonos inteligentes, pasando por inteligencia artificial militar y realidad aumentada, todo depende de chips cada vez más sofisticados.
EE.UU. ha intentado blindar su liderazgo restringiendo la venta de maquinaria litográfica y software de diseño semiconductores a China. Entre las empresas involucradas están ASML, Nvidia y ARM, que producen herramientas críticas para el diseño y fabricación de chips de 2 y 3 nanómetros.
La geopolítica del silicio ha reemplazado en importancia a la del petróleo en el siglo XXI. Dominar esta industria permite a un país influir sobre múltiples sectores económicos y de seguridad.
La carta de las tierras raras
China, sin embargo, no está sin armas. Posee aproximadamente el 60% de la capacidad mundial para refinar tierras raras, un grupo de 17 elementos químicos fundamentales para la producción de motores eléctricos, paneles solares, baterías, sensores y sistemas de defensa.
En abril, Pekín endureció los requisitos para la exportación de siete de estos elementos, exigiendo licencias especiales. La medida causó un caos temporal entre los fabricantes de vehículos eléctricos y otros sectores industriales, tanto en Estados Unidos como en Europa.
Donald Trump no tardó en reaccionar: “La mala noticia es que China HA VIOLADO TOTALMENTE SU ACUERDO CON NOSOTROS”, publicó el 30 de mayo en redes sociales, sin mencionar explícitamente las tierras raras.
No obstante, China dio señales de apertura indicando que había comenzado a aprobar algunas exportaciones, aunque insistiendo en que esas decisiones se regirán “por regulaciones”.
Educación: las visas como campo de batalla
En un movimiento inesperado, el gobierno estadounidense anunció el endurecimiento del control sobre las visas para estudiantes chinos, citando preocupaciones de seguridad nacional.
El secretario de Estado Marco Rubio declaró el 28 de mayo: “Revocaremos agresivamente visas para estudiantes chinos, especialmente aquellos vinculados al Partido Comunista o estudiando campos sensibles”.
Actualmente se estima que unos 270.000 estudiantes chinos cursan estudios en EE.UU., lo cual representa la mayor comunidad de estudiantes internacionales del país. Las universidades, muchas de las cuales dependen de los altos aranceles pagados por estos alumnos, han expresado su preocupación por el impacto en la libertad académica y la diversidad cultural.
Desde China, el Ministerio de Comercio vio esto como una clara violación a la tregua alcanzada en Ginebra y acusó a EE.UU. de “desencadenar nuevas fricciones económicas y comerciales de forma unilateral”.
Londres como escenario clave
Ante este cúmulo de tensiones, ambos países acordaron reunirse esta semana en Londres con la presencia del secretario de Comercio estadounidense Howard Lutnick, quien no asistió a la reunión de Ginebra.
Analistas ven esto como una señal de que, a pesar de la retórica encendida, existe voluntad de llegar a acuerdos. No obstante, el debate está lejos de centrarse solo en tarifas: estamos frente a una rivalidad sistémica entre dos modos de ver el mundo, la economía y la tecnología.
Un conflicto que redefine el orden económico mundial
La lucha entre EE.UU. y China en estos frentes revela una tendencia profunda hacia la bipolaridad tecnológica. Ambos países están construyendo ecosistemas paralelos: desde sistemas operativos hasta protocolos de comunicación, pasando por plataformas cloud y cadenas de suministro descentralizadas.
La llamada “desglobalización” parece avanzar con fuerza en este escenario, donde ya no se prioriza la eficiencia, sino la seguridad estratégica. Con ello, la cooperación global en ciencia, educación e innovación se resiente irremediablemente.
No es casual que mientras EE.UU. busca controlar la transferencia de conocimiento tecnológico, China invierta miles de millones en independizar su cadena de suministro de chips, incluso desarrollando su propia maquinaria litográfica para reemplazar la dependencia de ASML.
¿Quién tiene más que perder?
Ambos, aunque de manera diferente. EE.UU. cuenta con el liderazgo tecnológico, pero ve a China como una amenaza emergente que juega con reglas distintas. China, por su parte, necesita más tiempo para acortar distancias, pero depende aún de insumos clave occidentales.
Lo que está en juego no es solo quién dominará el mercado de la inteligencia artificial, sino también qué modelo de gobernanza digital prevalecerá: el autoritarismo algorítmico o el mercado descentralizado.
Como dijo Graham Allison en su célebre obra "Destined for War", citando la “trampa de Tucídides”: “cuando una potencia emergente desafía a una establecida, el conflicto es casi inevitable”. La historia aún no está escrita, pero los próximos meses serán decisivos para saber si la diplomacia tecnológica logra imponerse al proteccionismo agresivo y a la desconfianza mutua.