Brian Wilson: El genio que reinventó el pop desde la playa
Un recorrido por las canciones icónicas que construyeron el legado atemporal del líder de los Beach Boys
Un adiós a un titán de la música popular
El 2024 será recordado, entre muchas otras cosas, como el año en que el mundo perdió a uno de los arquitectos sonoros más influyentes del siglo XX: Brian Wilson. El alma y la mente maestra detrás de The Beach Boys falleció a los 82 años, dejando tras de sí un legado que rebasa los éxitos de lista y que se inscribe en los anales de la evolución musical moderna. Desde las soleadas costas del surf rock hasta la experimentación sonora más sofisticada, Wilson supo llevar la música pop a terrenos inexplorados, transformándose en una figura de culto, inspiración y genialidad indomable.
Surf, sol y contracultura: los primeros sonidos de California
Todo comenzó con una canción que redefiniría el sonido del verano para siempre. En 1963, “Surfin’ USA” llevó a los Beach Boys —y a Brian en particular— al estrellato. Con influencias evidentes de Chuck Berry (tan evidentes que el riff de guitarra es esencialmente de “Sweet Little Sixteen”), la canción encapsula el espíritu juvenil californiano: despreocupado, fresco y repleto de energía oceánica. A partir de ahí, el pop estadounidense comenzó a cambiar su eje sonoro, desplazándolo a la costa oeste.
“Don’t Worry Baby” de 1964, grabada como B-side de “I Get Around”, mostró una nueva profundidad emocional. Inspirada en el clásico de las Ronettes “Be My Baby”, ofreció una de las transiciones tonales más memorables del pop. La melodía, suave y melancólica, plantea un diálogo entre géneros y emociones. Era la primera señal de que Wilson no se conformaría con temas pegajosos; su oído anhelaba poesía armónica.
"Pet Sounds": Cuando la música pop se volvió arte
En 1966, Brian Wilson mostró su obra maestra: el álbum Pet Sounds. Considerado uno de los mejores discos de todos los tiempos por críticos, músicos y publicaciones como Rolling Stone, redefinió lo que significaba hacer un disco pop.
- “Wouldn’t It Be Nice” abre el disco no solo con dulzura, sino con una compleja orquestación que incluye campanas, claves, teclados y armonías vocales que solo un Wilson podría imaginar.
- “God Only Knows” es, para muchos, el toque de gracia. Paul McCartney ha dicho públicamente que es su canción favorita de todos los tiempos. “Es tan pura, tan hermosa y tan melancólica”, comentó alguna vez. Y no es para menos.
En “Pet Sounds”, Wilson dejó atrás la playa y los autos para sumergirse en lo existencial, lo vulnerable y lo espiritualmente eufónico. Introdujo el Theremin, el Clavicordio y la idea de que el pop podía rivalizar con el jazz, la música clásica e incluso el avant-garde.
Más allá del sonido: "Good Vibrations" y el estudio como instrumento
El sencillo “Good Vibrations” (1967) fue un experimento técnico y emocional sin precedentes: se grabó en cuatro estudios diferentes durante siete meses y tuvo un costo estimado de $75,000 dólares, lo cual era astronómico para la época. El resultado fue un collage sónico de Theremin, chelo eléctrico, armónica, percusiones exóticas y múltiples capas vocales. Cada segundo de la canción es una maniobra arriesgada. Y cada maniobra, un triunfo.
Smile: El sinfonismo adolescente que no fue
Después de “Pet Sounds”, Wilson comenzó a trabajar en Smile, un ambicioso proyecto que describió como “una sinfonía adolescente para Dios”. Junto con el letrista Van Dyke Parks, creó canciones que mezclaban folklore americano, psicodelia y barbershop quartets. Uno de sus frutos más visibles fue “Heroes and Villains”, una pieza caleidoscópica que recorre microtonalidades, tempos erráticos y climas sonoros tan ambiguos como fascinantes.
El álbum fue eventualmente cancelado, aplazado y solo vio la luz oficialmente décadas después. Pero sus experimentos anticiparon corrientes que después abrazarían desde Antony and the Johnsons hasta Animal Collective.
Años difíciles y destellos de genio tardío
El colapso mental de Wilson a finales de los 60 y su posterior retiro dejaron su legado en suspenso. Sus batallas con el trastorno bipolar y la esquizofrenia no solo lo alejaron del escenario; también abrieron un nuevo debate: ¿puede un genio sostener su arte ante una mente que lo traiciona?
Aun así, en 2004 lanzó el disco Getting’ in Over My Head, donde “Don’t Let Her Know She’s an Angel” mostró que su instinto melódico persistía, aunque ahora rodeado de sintetizadores y producción digital. Y en 2012, con el álbum de reunión de los Beach Boys That’s Why God Made the Radio, Wilson nos regaló “Isn’t It Time”, una joya oculta cargada de ukulele y percusión de palmas.
La armonía como revolución: un legado sin medida
Quienes han estudiado la obra de Wilson hablan no solo de un innovador sónico, sino de alguien que subvirtió la forma en que la música pop estructuraba las emociones. Donde otros veían escalas, él veía paisajes; donde otros escribían letras, él formulaba plegarias.
Su capacidad para incorporar motivos clásicos, armonías vocales complejas e instrumentación orquestal ha sido imitada pero nunca igualada. De hecho, músicos como Radiohead, Sufjan Stevens, St. Vincent e incluso artistas mainstream como Katy Perry han citado a Wilson como una de sus influencias principales.
En palabras de David Crosby, “Brian Wilson es el único músico capaz de hacer llorar a un coral con una progresión de acordes”.
¿Y si no hubiera habido un “Pet Sounds”?
Sin “Pet Sounds”, posiblemente no habríamos tenido “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” de los Beatles. Fue Paul McCartney quien, al escuchar el álbum, decidió que su grupo tenía que ir más allá. “Ese disco nos asustó completamente”, confesó alguna vez el bajista. La rivalidad creativa (y amistosa) entre The Beach Boys y los Beatles dio lugar a una de las épocas más prósperas de la música moderna.
Así, Brian Wilson no solo transformó su género, sino también revigorizó una industria entera. Su vida fue ejemplo de que no se necesita romper con la tradición para innovar: basta con escucharla desde un lugar distinto.