El arte bajo amenaza: la toma de Trump del Kennedy Center y la politización de la cultura en EE.UU.
Del boicot de artistas a cancelaciones de obras clave, analizamos cómo el segundo mandato de Trump reconfigura el paisaje cultural norteamericano
Un presidente en el teatro, pero ¿para quién es el espectáculo?
El regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha traído consigo una serie de cambios polémicos en múltiples ámbitos del país, pero pocos tan simbólicos como su intervención directa en el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas. El presidente asistió recientemente al estreno de “Les Misérables” en su emblemática sede de Washington —un gesto que habría parecido inocuo bajo cualquier otra administración. Sin embargo, esta visita marca un punto de inflexión: el inicio visible de un esfuerzo por reconfigurar la escena cultural bajo una visión política y conservadora.
Fundado como un tributo a la memoria del presidente John F. Kennedy, el Kennedy Center ha mantenido durante décadas una reputación de neutralidad, diversidad y excelencia artística. Pero los recientes movimientos de Trump han polarizado este espacio, generando un debate nacional sobre la politización del arte y el futuro de las instituciones culturales públicas.
Una reestructuración sin precedentes: Trump toma el control
Desde su retorno al poder en enero, Trump no ha perdido tiempo en instalar una nueva junta directiva —integrada por aliados leales como la presentadora de Fox News Laura Ingraham, Maria Bartiromo, su jefa de gabinete Susie Wiles y la abogada conservadora Pam Bondi— y darse a sí mismo el título de presidente del Kennedy Center. Esta acción, sin parangón en la historia reciente de la cultura estadounidense, fue acompañada con promesas contundentes: expulsar los contenidos “woke”, eliminar lo que él denomina programación “propagandística” y reorientar el centro hacia valores que comulguen con su ideología.
Más allá de lo simbólico, estas decisiones están teniendo un impacto directo y nocivo sobre la programación y el personal. Desde la destitución de la dirección anterior, se han registrado cancelaciones notorias como la gira de “Hamilton” y la retirada de figuras destacadas como Issa Rae, Rhiannon Giddens o Ben Folds. También se han reportado boicots de actores de “Les Misérables”, que podrían dar pie a presentaciones con suplentes ante la negativa del reparto principal.
Este tipo de reacción no es accidental ni aislada: es parte de un creciente rechazo del mundo artístico hacia una administración percibida como intolerante y autoritaria.
Recortes, censura y vigilancia: el arte bajo presión
La ofensiva cultural de Trump no se detiene con el Kennedy Center. En su propuesta de presupuesto, ha incluido la eliminación del National Endowment for the Arts (NEA) y el National Endowment for the Humanities (NEH), los principales organismos federales de financiación artística y humanística en Estados Unidos. Entre ambos, estos entes representan más de $300 millones de apoyo anual para proyectos artísticos en todo el país, muchos en comunidades rurales y marginadas.
Trump alega que estos fondos han sido utilizados para promover una agenda cultural sesgada hacia la izquierda. Entre sus argumentos, cita representaciones teatrales que califica como “anti-policía” o “marxistas”, e incluso etiqueta el teatro queer como “inapropiado” para instituciones públicas.
También ha intentado intervenir directamente en instituciones como el Smithsonian, firmando órdenes ejecutivas para condicionar su financiamiento y solicitando la destitución del director de la Galería Nacional del Retrato. Esta galería, cabe recordar, fue responsable por años de combatir estereotipos coloniales a través del arte.
Tradiciones rotas, tensiones renovadas
Históricamente, la relación de los presidentes con el Kennedy Center ha sido protocolaria: asistir a los Kennedy Center Honors, designar miembros de la junta y promover las artes como una expresión de unidad nacional. Trump rompió con esta tradición durante su primer mandato, negándose a acudir a los premios y manteniéndose alejado del recinto debido al rechazo del sector artístico a sus políticas. Ahora, en su segundo gobierno, no sólo ha vuelto al centro, sino que ha convertido su gestión en un campo de batalla ideológico.
En marzo, por ejemplo, el público abucheó al vicepresidente JD Vance y a su esposa durante una presentación de la Orquesta Sinfónica Nacional, símbolo del creciente malestar entre el público y la dirigencia instalada en la institución. Y ni siquiera las obras clásicas parecen estar a salvo: el presidente criticó la inclusión de producciones como “Shakespeare lésbico”, insinuando que el arte con temas LGTBQ+ tiene una especie de “agenda oculta”.
Un trasfondo político y cultural profundo
Lo que ocurre en el Kennedy Center no se puede separar del clima político que se vive en Estados Unidos. La llamada “guerra cultural” ha sido una de las armas favoritas de Trump desde su ascenso al liderazgo republicano. A través de ataques a la corrección política, la educación progresista o los derechos LGTBQ+, ha ido consolidando un relato donde los valores conservadores deben defenderse de una supuesta dominación cultural liberal.
El control del arte y la cultura como herramienta política tiene precedentes históricos preocupantes. Desde la quema de libros por parte de regímenes totalitarios hasta la censura del arte moderno en la República Soviética, los gobiernos autoritarios han utilizado el pretexto del “contenido inapropiado” para eliminar voces disidentes y moldear la identidad colectiva.
En este sentido, lo sucedido en el Kennedy Center podría interpretarse como una advertencia de algo mayor: un intento de reescribir el papel del arte como espacio crítico, diverso y contestatario en favor de una narrativa homogénea, excluyente y previsiblemente nacionalista.
¿Exilio cultural o resistencia artística?
La respuesta del sector ha sido mixta, pero no silenciosa. Algunos artistas han optado por retirarse, como Renée Fleming, quien era asesora artística del centro. Otros han elevado sus denuncias en redes sociales, organizando campañas de financiación y eventos paralelos en apoyo al arte independiente y comprometido.
Movimientos como Art for All y Justice Through Music han ganado tracción, promoviendo la libertad de expresión en las artes y resistiendo la cooptación ideológica. Sin embargo, el éxodo de talentos y la reducción de subvenciones amenazan con crear un vacío cultural significativo, especialmente en comunidades que dependen de estas instituciones como único vehículo de expresión y representación.
El drama de “Les Misérables” como espejo del presente
Hay una singular ironía en que Trump haya elegido presenciar “Les Misérables” como su primer espectáculo en el Kennedy Center. La obra, basada en la novela de Victor Hugo, es una fábula de justicia social, lucha contra la opresión y redención a través de la compasión. Uno de sus temas centrales es el conflicto entre el deber moral y la ley autoritaria, encarnado en la figura del patriota revolucionario Jean Valjean frente al implacable inspector Javert.
¿Puede un presidente que busca censurar expresiones artísticas críticas disfrutar genuinamente de un drama que exalta la desobediencia civil y la resistencia al poder injusto? Para muchos, su presencia simboliza no una apreciación cultural, sino una expropiación ideológica.
¿Qué sigue para las artes en EE.UU.?
El futuro inmediato parece incierto. Todo dependerá de si el sector artístico puede mantener su capacidad operativa y su independencia crítica frente a los embates presupuestarios y políticos. El Kennedy Center, otrora símbolo bipartidista de la diversidad cultural estadounidense, corre el riesgo de convertirse en un escaparate de propaganda cultural.
Sin embargo, la historia del arte es también la historia de la resistencia. Desde el muralismo mexicano en épocas de represión hasta el jazz como lenguaje de libertad durante la segregación racial, el arte ha demostrado una inquebrantable capacidad de adaptación y confrontación. Quizás lo que está en juego no es sólo el control de una institución, sino el alma misma de la cultura pública americana.
Como dijo Bertolt Brecht: “En tiempos oscuros, se cantará también sobre los tiempos oscuros.”