Suecia y Países Bajos anuncian gasto militar récord para enfrentar amenaza rusa: ¿el nuevo estándar de la OTAN?

La presión de EE.UU. y el temor a una escalada con Rusia impulsan a los aliados a comprometer hasta el 5% de su PIB a defensa, desatando un debate sobre sostenibilidad, prioridades y soberanía

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Europa se rearma: ¿inicio de una nueva era militar?

Menos de dos semanas antes de la próxima cumbre de la OTAN —prevista para el 24 y 25 de junio en los Países Bajos— dos de sus miembros más relevantes, Suecia y Países Bajos, anunciaron que aumentarán significativamente su gasto en defensa, alcanzando el 5% de su producto interno bruto (PIB). Un umbral que va mucho más allá del objetivo actual del 2% fijado por la Alianza.

Este anuncio se produce en un contexto internacional marcado por la creciente amenaza de Rusia, el cambio de enfoque estratégico de Estados Unidos hacia Asia y las presiones cada vez más claras de Washington sobre Europa para "cuidar su propia seguridad".

El papel de Trump y la presión estadounidense

Desde su primera presidencia, Donald Trump ha insistido en que los países europeos no invierten lo suficiente en su defensa y que Estados Unidos carga con una parte desproporcionada de los costes de la OTAN. Su visión permanece firme: Europa debe asumir el liderazgo de su seguridad mientras Washington se concentra en China y sus fronteras.

Según el presidente sueco Ulf Kristersson, su país alcanzará el 5% del PIB en gastos militares, con al menos el 3,5% destinado directamente a capacidades básicas de defensa como tanques, misiles, defensa aérea y personal militar. El resto se empleará en infraestructura crítica: puentes, aeropuertos, carreteras, que facilitarían despliegues más rápidos en caso de un ataque.

El factor ruso: ¿profecía autocumplida o amenaza real?

La justificación de Kristersson es clara: “Estamos en una situación geográfica específica donde necesitamos hacer frente a amenazas futuras de Rusia”. La invasión rusa a Ucrania, iniciada en 2022, revivió fantasmas de la Guerra Fría y ha servido como catalizador para una remilitarización acelerada de Europa.

Según la OTAN, defender a Europa y América del Norte frente a una posible agresión rusa requerirá al menos un 3% del PIB. Sin embargo, el gobierno neerlandés, en su intento por anticiparse, fue aún más allá: elevará su presupuesto militar hasta 3.5% para capacidades básicas, completando el 5% con otras inversiones de apoyo logístico. Un salto que representa unos 18 mil millones de euros adicionales.

Pero ¿es sostenible este crecimiento? ¿Cuáles son las consecuencias fiscales y sociales?

De la promesa al compromiso: tiempos y plazos

Desde 2022, cuando los aliados de la OTAN acordaron aumentar el gasto al 2% del PIB, solo 22 de los 32 miembros alcanzaron esa meta. Entre ellos, Suecia ya se encontraba cerca (2,25%) y Países Bajos estaba en el 2,06%.

El nuevo objetivo del 5%, sin embargo, apunta a redefinir toda la arquitectura de seguridad europea. Polonia, Lituania, Letonia y Estonia ya aceptaron el compromiso, y muchos otros miembros están evaluando sumarse. El Secretario General de la OTAN, Mark Rutte, aseguró que la mayoría de los países están listos para aceptar la meta.

No obstante, aún no está claro cuándo deberán alcanzarse estos niveles. Se había planteado inicialmente el año 2032, pero dado que Rutte ha advertido que Rusia podría estar lista para atacar a la OTAN en 2030, la necesidad de un calendario más inmediato está sobre la mesa.

La postura más firme viene de EE.UU., que demanda un plazo corto y concreto, aunque otros países, como Italia, buscan un horizonte más amplio. El canciller italiano Antonio Tajani declaró que Italia llegará al 5%, pero necesita una década para hacerlo.

Una reconfiguración de prioridades nacionales

La estrategia de invertir en defensa en detrimento de otras áreas provoca intensos debates internos en muchos países. En un momento donde la inflación ha erosionado salarios, la energía es inestable y los sistemas sanitarios se enfrentan a crisis postpandemia, canalizar miles de millones al presupuesto militar no es tarea sencilla políticamente.

Según datos de Eurostat, en 2023 el gasto promedio en salud pública fue de 7,1% del PIB en la Unión Europea. En muchas sociedades, surge la inquietud: ¿Qué se sacrificará para cumplir el nuevo estándar?

Además, hay preocupación por el impacto fiscal. ¿Se aumentarán impuestos? ¿Se reducirán subsidios o bienestar social? Estas interrogantes aún no tienen respuesta clara.

¿Una OTAN más fuerte... o más dividida?

Si bien el aumento del gasto ha sido presentado como señal de unidad y compromiso colectivo, también puede abrir grietas. Hay asimetrías económicas evidentes entre los países miembros. Algunos carecen de la capacidad fiscal o política para acercarse siquiera al 3% del PIB en defensa.

El riesgo es que surja una OTAN a dos velocidades: una élite militarizada liderada por EE.UU., Polonia, Países Bajos y los países nórdicos; y una periferia más débil con dificultades económicas y tensiones políticas por el aumento del gasto.

En palabras del economista Thierry de Montbrial (IFRI): “Europa se enfrenta a una elección existencial: convertirse en actor autónomo de defensa o aceptar la subordinación estructural a EE.UU.”. La presión hacia el 5% consolida la primera opción, pero no sin consecuencias.

Lecciones de la historia: ¿camino al rearme irreversible?

El último gran repunte de gasto militar en Europa ocurrió en los años de la Guerra Fría. En 1984, por ejemplo, Reino Unido dedicaba el 5,2% de su PIB a defensa, mientras Alemania destinaba casi el 3,6%. El colapso de la URSS trajo recortes masivos.

La decisión actual parece establecer una nueva normalidad defensiva, con implicaciones que podrían perdurar más allá del conflicto en Ucrania. Para algunos analistas, se trata de una respuesta proporcional a una amenaza real. Para otros, es un reimpulso del complejo militar-industrial tras décadas de languidez.

¿Y la soberanía europea?

Aunque se presenta como una toma de responsabilidad europea, no se puede ignorar que el impulso proviene en buena parte de Washington, y particularmente de Donald Trump. La narrativa de que Europa debe cuidar de sí misma es ambigua: ¿significa más autonomía? ¿O simplemente más dependencia de la agenda norteamericana?

La paradoja es clara: Europa gasta más, pero sigue bajo el paraguas nuclear y estratégico de EE.UU. Algunos, como Francia, abogan por una “Europa de la defensa” dentro de la OTAN, pero con operaciones y estructuras propias. Otros, como Alemania y Países Bajos, prefieren una integración total bajo el mando aliado.

¿Camino sin retorno?

Con los compromisos ya firmes sobre la mesa y una amenaza rusa en el horizonte, es poco probable que el gasto vuelva a bajar pronto. En palabras del ministro de Defensa neerlandés, Ruben Brekelmans, la decisión es “histórica” y marcará a largo plazo el rol del país en el tablero de seguridad europeo.

En definitiva, Europa ha cruzado un umbral: de tiempos de paz administrativos a tiempos de preparación bélica. Si bien aún queda por negociar plazos, métodos de evaluación y mecanismos de transparencia, el mensaje a Moscú —y al resto del mundo— es claro: la OTAN se rearma, se reorganiza y busca disuadir por la vía del poder duro.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press