Lesbos 10 años después: de crisis migratoria a cementerio de políticas europeas

La isla griega se convirtió en símbolo del éxodo de 2015. Hoy, los ecos de aquella catástrofe humanitaria revelan el endurecimiento de posturas en la UE y los cambios silenciosos en la vida de quienes lograron quedarse.

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Una orilla, cientos de historias

Lesbos, la tranquila isla del mar Egeo con apenas 80.000 habitantes, se convirtió en 2015 en el epicentro de la mayor crisis migratoria que ha conocido Europa en lo que va del siglo. Más de 1 millón de personas —en su mayoría provenientes de Siria, Afganistán, Irak e Irán— llegaron a través del mar desde Turquía. Aquel año, la isla griega fue el rostro visible de una Europa rota por dentro.

Uno de esos rostros es el de Amena Namjoyan. Iraní, llegó con su esposo e hijo pequeño a una playa rocosa del este de Lesbos. "Grecia está cerca de mi cultura y me siento bien aquí", dice hoy, habiendo pasado por campamentos, enfermedades, separación matrimonial y un intento fallido de reconstruir su vida en Alemania. Ahora trabaja en un restaurante, cocinando platos iraníes que los griegos disfrutan aunque les cueste pronunciar sus nombres. Su segundo hijo le dice: "Soy griego".

2015: el año que sacudió a Europa

Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de un millón de migrantes y refugiados cruzaron el Mediterráneo entre 2015 y 2016, y la mayoría ingresó por Grecia. El 60% de ellos, según ACNUR, llegó a través de Lesbos. La distancia entre la isla y la costa turca es de tan solo 10 km: una travesía peligrosa pero percibida como alcanzable.

La respuesta humanitaria vino, en gran parte, de los propios isleños. Como Elpiniki Laoumi, dueña de una taberna frente al mar que alimentó y protegió a decenas de personas. "Mirabas a esos niños como si fueran tuyos", recuerda. Muchos supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y descendientes de refugiados griegos del Asia Menor reconocieron su propia historia en los rostros del nuevo éxodo.

De catástrofe humanitaria a capital político

Ese inmenso flujo tensionó no solo los recursos de Grecia —aún golpeada por la crisis económica— sino también la unidad de la Unión Europea. El reparto de responsabilidades entre países miembros se volvió un quebradero de cabeza. Varios Estados del este europeo, como Hungría o Polonia, se negaron a aceptar cuotas de refugiados. La retórica antiinmigratoria creció y el populismo encontró terreno fértil.

El drama de Moria, el mayor campo de refugiados de Europa, resumió todos los errores: hacinamiento, condiciones insalubres, violencia, desesperación. En 2020, un incendio lo destruyó completamente. Años después, sus paredes todavía tienen dibujos infantiles carbonizados. En ese mismo terreno se planea construir un nuevo centro, con capacidad para 5.000 personas, financiado por la UE. Muchos locales lo rechazan, incluyendo al propio alcalde de Mitilene. “La ubicación, en medio de un bosque, parece pensada para esconder a los migrantes”, denuncia.

Nueva normalidad: disuasión y vigilancia

Hoy las cifras de llegadas ilegales han bajado; casi un 40% menos en los últimos años, según Frontex, la agencia europea de control fronterizo. Pero esa caída no se debe solo a mejores condiciones en los países de origen. También se ha reforzado un sistema de contención, devolución y disuasión sin precedentes:

  • Frontex pasó de ser una oficina administrativa en Varsovia a ser la mayor agencia de la UE, con un presupuesto superior a los 1.000 millones de euros, 10.000 agentes, drones y helicópteros.
  • Se están creando “centros de retorno”, eufemismo para instalaciones de deportación masiva para solicitantes rechazados.
  • La llamada externalización de fronteras implica acuerdos con países como Turquía, Egipto, Libia y Túnez para contener a los migrantes antes de que pongan un pie en Europa.

Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado que estos convenios financian gobiernos autocráticos que maltratan a los refugiados en condiciones infrahumanas. Un informe de 2023 indicaba que Libia recibía millones de euros mientras sus autoridades eran acusadas de torturas, violaciones y detenciones ilegales.

Una nueva generación crece en Lesbos

No obstante, entre las ruinas de aquella tragedia también florecen pequeñas esperanzas. La vida de Amena es una de ellas. Su historia refleja un fenómeno inesperado: algunos refugiados no solo se quedaron en Grecia, sino que se integraron.

Efi Latsoudi, activista de la red Pikpa, que lleva años enseñando griego y formando laboralmente a migrantes, explica: "La forma en que se están desarrollando estas políticas no es amigable para la integración", pero cree que el legado solidario de Lesbos aún sobrevive.

Probablemente, el recuerdo de los bebés muertos en la costa, las tumbas sin nombre y los dibujos quemados en Moria, sean más fuertes que cualquier muro. Amena lo resume con palabras tan simples como el plato que cocina cada noche: "Estoy orgullosa de estar aquí".

¿El legado de 2015? Europa aún lo debate

En 2024, finalmente los 27 países de la UE aprobaron un pacto común de migración y asilo que busca unificar criterios respecto a la recepción, deportación y procesamiento de solicitantes. Pero no todos lo celebran. Mientras Margaritis Schinas, exvicepresidente de la Comisión Europea, lo llama "el acta de nacimiento de la política migratoria europea", las ONGs lo denuncian como una justificación para aumentar detenciones y recortar el derecho de asilo.

Hoy, diez años después, Lesbos sigue recibiendo barcos. Menos, ciertamente. Pero aún llegan, impulsados por guerras, miseria y esperanza. Como dice el pescador Stratos Valamios: "¿Qué ha cambiado desde entonces? Nada. Lo que siento es rabia. Que niños sigan muriendo en el mar no tiene perdón".

Frente a la costa, entre chalecos salvavidas abandonados y botellas con etiquetas turcas desteñidas, Europa todavía busca respuestas. Y Lesbos, la primera línea de defensa del alma del continente, sigue esperando justicia.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press