¿Cambio de régimen en Irán? Por qué la historia sugiere que EE. UU. debería pensarlo dos veces

Trump revive una idea peligrosa: reemplazar al gobierno iraní. ¿Se encamina Estados Unidos hacia otro atolladero en Medio Oriente?

Una declaración explosiva y sus implicancias

El expresidente Donald Trump ha vuelto a encender alarmas diplomáticas al sugerir un posible cambio de régimen en Irán. En su plataforma de redes sociales, Truth Social, Trump escribió: “Si el régimen iraní no puede HACER GRANDE A IRÁN OTRA VEZ, ¿por qué no debería haber un cambio de régimen?” Esta publicación llegó justo después de que Estados Unidos atacara sitios nucleares iraníes y antes de que Irán respondiera lanzando misiles contra una base estadounidense en Qatar.

Esta escalada revive un debate con profundas raíces históricas y consecuencias geopolíticas enormes. La idea de intervenir para derrocar gobiernos en Medio Oriente no es nueva para Washington. Sin embargo, los resultados de esas intervenciones han sido, en el mejor de los casos, problemáticos.

Lecciones del pasado: Afganistán, Irak y Libia

Afgánistán (2001–2021): En las semanas posteriores al 11 de septiembre, Estados Unidos logró una victoria inicial al derrocar al régimen talibán. Pero lo que parecía una acción rápida evolucionó en una guerra de dos décadas. En su momento más álgido, más de 100,000 soldados estadounidenses estuvieron desplegados en el país. Finalmente, en 2021, los talibanes regresaron al poder tras una retirada caótica de las fuerzas estadounidenses.

Irak (2003–presente): La invasión liderada por EE.UU. terminó con Saddam Hussein, pero llevó al país hacia una espiral de violencia sectaria y dejó un vacío de poder que dieron paso al crecimiento de grupos extremistas como ISIS. Además, paradójicamente, el nuevo gobierno iraquí ha mostrado más afinidad con Irán que con EE.UU.

Libia (2011): Una intervención aérea de la OTAN ayudó a rebeldes a derrocar al dictador Muamar Gadafi. Sin embargo, más de una década después, Libia sigue sumida en el caos, con múltiples gobiernos rivales y milicias armadas disputando el control del país.

¿Y ahora Irán?

Irán no es Irak, Afganistán ni Libia. Con más de 80 millones de habitantes, una geografía montañosa compleja y fuerzas armadas de considerable tamaño como la Guardia Revolucionaria y los Basij, la posibilidad de una intervención terrestre resulta poco realista desde el punto de vista militar y éticamente cuestionable ante la opinión pública global.

Además, si bien Irán ha vivido varias olas de protestas internas, aún no existe una fuerza de oposición interna lo suficientemente estructurada como para capitalizar un vacío de poder. El ejemplo de Gadafi es revelador: aún con apoyo aéreo de la OTAN, la caída de un dictador no garantiza estabilidad.

El espejismo del apoyo popular

Algunos en la administración Trump y varios halcones de política exterior creen que una rebelión popular podría derrocar al régimen iraní. En palabras de la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt: “¿Por qué no debería el pueblo iraní levantarse si su gobierno se niega a negociar?”

Pero eso es asumir demasiado. La historia muestra que, cuando una nación es atacada desde el exterior, incluso gobiernos profundamente impopulares pueden ver crecer su apoyo. Durante la invasión iraquí en 1980, Irán se unificó en torno al Ayatolá Jomeini, pese a la represión interna. El nacionalismo continúa siendo una fuerza poderosa, incluso en contextos de disidencia.

Los riesgos de apostar por la diáspora

En Irak, líderes opositores exiliados como Ahmed Chalabi prometieron una transición democrática. En realidad, tenían escasa conexión con el pueblo iraquí moderno, lo que generó desconfianza y les dejó marginalizados. El mismo patrón podría repetirse en Irán.

Grupos de oposición iraníes en el exilio, como MEK (Mujahideen-e-Khalq), tienen una historia controvertida, desde alianzas con Saddam Hussein hasta acusaciones de culto. Otros, como el príncipe Reza Pahlavi, hijo del último sha, enfrentan el recuerdo traumático de la monarquía represiva, además de rechazo por asociaciones con potencias extranjeras como Israel.

El dilema militar

Las campañas basadas únicamente en ataques aéreos rara vez aseguran resultados duraderos. Como en Libia, solo después de meses de bombardeos y luchas urbanas se logró tumbar a Gadafi. Y ese fue un país con una población seis veces menor y sin un equivalente a la Guardia Revolucionaria iraní.

Además, una invasión a gran escala representa un reto logístico y político inmenso: ¿EE.UU. realmente quiere comenzar una guerra terrestre con un país del tamaño de Alemania, Francia y el Reino Unido combinados?

Las consecuencias regionales de un caos en Irán

La caída o debilitamiento del régimen iraní conlleva efectos colaterales enormes. Irán tiene influencia en múltiples grupos armados en la región, como Hezbollah en Líbano, milicias chiitas en Irak, los hutíes en Yemen o facciones en Siria. Si cae Teherán o se ve acorralado, estos actores podrían responder de forma violenta, expandiendo el conflicto.

Además, Irán controla importantes vías estratégicas como el Estrecho de Ormuz, responsable del tránsito de más del 20% del petróleo mundial. Un escenario de guerra prolongada podría implicar un shock global en los precios del petróleo, generando crisis económicas tanto en Occidente como en países en desarrollo.

Más tropas, más riesgos

Actualmente, cerca de 40,000 soldados estadounidenses están desplegados en Medio Oriente. La base de Al Udeid en Qatar, clave para las operaciones regionales, ya fue atacada por misiles iraníes (aunque sin víctimas). Si las hostilidades se intensifican, el riesgo de bajas humanas y de una escalada fuera de control aumenta dramáticamente.

El hecho de que Trump haya visitado recientemente esta base, siendo el primer presidente estadounidense en hacerlo en dos décadas, enfatiza la relevancia estratégica del sitio y el grado de implicación de EE.UU.

Divisiones internas: el caso de Estados Unidos

La política exterior también está dividiendo a los propios demócratas. En Nueva York, el exgobernador Andrew Cuomo ha criticado la forma de actuar de Trump, pero admite que Irán “no puede tener capacidad nuclear”. Su rival en la primaria demócrata por la alcaldía, Zohran Mamdani, va más allá en su postura pacifista al declarar que esta política belicista “es producto de un 'establishment' dispuesto a gastar billones en armas mientras millones viven en la pobreza”.

La postura de Mamdani expone la grieta generacional e ideológica dentro del Partido Demócrata: los centristas pragmáticos versus una nueva ola antiintervencionista, más vocal desde la era post-Iraq.

Conclusión no dicha: ¿otra guerra estúpida?

Trump, que alguna vez criticó con dureza las “guerras estúpidas e interminables” y el nation-building al estilo Bush, hoy parece acercarse cada vez más a esa lógica. La historia y la región sugieren que otro intento de cambio de régimen, ya sea mediante invasión, apoyo a protestas o ataques aéreos sostenidos, es una receta casi garantizada para el desastre.

El caos no se puede contener fácilmente, y los errores ya cometidos en Afganistán, Irak y Libia deberían servir como advertencias. Como dice el refrán: quien no aprende de la historia, está condenado a repetirla.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press