Europa entre dos gigantes: ¿Puede la UE conservar su independencia en la nueva guerra comercial entre EE. UU. y China?
La creciente tensión entre Washington y Beijing reconfigura el equilibrio global, mientras Europa intenta navegar una ruta propia sin perder aliados ni mercados clave
Una Europa desorientada frente a los vaivenes de Washington
En medio de una economía mundial inestable, la Unión Europea (UE) se ha encontrado en el centro de fuerzas geopolíticas ajenas. Tras años de sincronía con Estados Unidos, Europa ahora contempla un panorama incierto marcado por las políticas proteccionistas de Donald Trump y el ascenso estratégico de China. Durante 2025, el retorno del expresidente estadounidense a una posición protagónica en el escenario internacional ha venido acompañado de una agresiva política comercial cuyas repercusiones ya se sienten en el continente europeo.
Una señal clara de este nuevo orden ocurrió recientemente cuando el Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos se contrajo un 0,5% anualizado en el primer trimestre de 2025, algo que no se veía en tres años. Este revés económico ha sido atribuido, en buena medida, a las guerras comerciales emprendidas por Trump, en especial con China. Empresas estadounidenses se apresuraron a importar bienes antes de la imposición de nuevos aranceles, lo que provocó un boom de importaciones del 37,9%, derribando el crecimiento del país.
Pero los efectos trascienden las fronteras estadounidenses. Frente a una América proteccionista, Europa contempla nuevas alianzas, y todas las miradas apuntan a Beijing.
China y la seducción de Europa
Beijing percibe esta tensión transatlántica como una oportunidad. Con Trump erigiendo una muralla arancelaria contra las exportaciones chinas, el régimen de Xi Jinping ve en Europa un mercado alternativo ideal para descargar su exceso de manufactura. El comercio bilateral entre la UE y China asciende a 2,3 mil millones de euros diarios, según datos oficiales de la Comisión Europea. Más aún, China ya es el segundo socio comercial de Europa, detrás de Estados Unidos.
Ante este panorama, China se muestra más que dispuesta a cortejar a sus aliados europeos. El próximo mes, en julio, se celebrará una cumbre con motivo de los 50 años de relaciones diplomáticas entre Europa y China. Las expectativas puestas en ese evento son altas. De acuerdo con Noah Barkin, analista del German Marshall Fund, “lo importante no es tanto el contenido, sino el simbolismo: Xi Jinping paseando por jardines con von der Leyen, enviando un mensaje de unidad al mundo”.
La trampa de las dependencias estratégicas
Sin embargo, lo que parece una salida comercial conveniente para la UE puede convertirse en una jaula dorada. Alicia García-Herrero, investigadora del think tank europeo Bruegel, advierte que “China ha construido tantas dependencias estratégicas que la UE está atrapada en una relación asimétrica”.
Parte de esa dependencia se explica por la creciente necesidad de Europa de minerales críticos que China controla en gran parte. Estos recursos —como tierras raras— son esenciales para la fabricación de baterías, turbinas e incluso equipamiento médico. A esto se suma la creciente penetración de empresas tecnológicas chinas que, según algunos gobiernos europeos, se vinculan a actividades de espionaje y ciberataques dirigidos contra infraestructuras críticas.
El tira y afloja europeo: ¿autonomía estratégica o alianza con EEUU?
En este ajedrez global, la UE ha comenzado a manifestar su deseo de mayor autonomía estratégica, un concepto que ha ganado popularidad en Bruselas desde la pandemia y el inicio de la guerra en Ucrania. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, denunció recientemente en el G7 que “China subvenciona su industria masivamente, mina los derechos de propiedad intelectual y distorsiona el mercado internacional con una intención clara de dominar las cadenas de suministro”.
No obstante, el camino hacia esa autonomía está lleno de obstáculos. Mientras algunos líderes —como Emmanuel Macron— impulsan una política exterior más independiente, otros países europeos siguen firmemente alineados con Washington. Adicionalmente, la UE no logra hablar con una sola voz cuando se trata de China: la cercanía de Hungría o Grecia con Beijing complica la adopción de políticas comunes.
Bruselas frente a la presión de Trump
La reorientación de las relaciones internacionales bajo la administración Trump se ha sentido intensamente en Europa. La amenaza de imponer aranceles a productos europeos ha llevado a gobiernos como el de España a explorar acuerdos más estrechos con China, algo que ha sido duramente criticado por Estados Unidos.
El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, no dudó en advertir que cualquier país europeo que se acerque demasiado a China “se está cortando la garganta”. Y es que, según la visión de Washington, al abrir su mercado a los excedentes chinos que no pueden ingresar a EE. UU., Europa corre el riesgo de inundarse con bienes subsidiados que pueden aplastar a sus industrias locales.
¿Un nuevo tratado comercial con China?
Durante la esperada cumbre en julio, analistas creen que China exigirá la reducción de aranceles europeos a sus automóviles eléctricos, además de presionar para reabrir el Acuerdo Integral de Inversión (CAI, por sus siglas en inglés), un tratado congelado desde 2021. La firma de ese acuerdo sería vistas en Washington como una traición a los intentos occidentales de limitar la influencia china.
Para Beijing, evitar el aislamiento comercial es prioritario. Pero para la UE, cumplir con las exigencias chinas podría significar sacrificar principios fundamentales, incluyendo sus posturas sobre derechos humanos, privacidad digital y competencia justa.
Europa, atrapada entre dos fuegos
Mientras tanto, los nubarrones económicos no amainan. La desaceleración en Estados Unidos impacta la demanda de exportaciones europeas, y el desempleo juvenil se mantiene alto. Aunque las cifras de desempleo en general continúan estables (236,000 solicitudes de subsidio la última semana de junio), los nuevos empleos crean pocos incentivos para dinamizar la estructura laboral del continente.
Al no poder contar plenamente con su socio histórico, Europa ve en China una tabla de salvación, aunque potencialmente envenenada. De hecho, la reciente cancelación del diálogo económico de alto nivel entre la UE y Beijing demuestra que el desencanto es mutuo. En paralelo, episodios como el arresto de empleados de Huawei en Bruselas por presunto soborno, o las denuncias de actividades de ciberespionaje dirigidas por Beijing en países como República Checa, alimentan la desconfianza.
Hacia un nuevo orden mundial multilateral
Las tensiones actuales reflejan algo más profundo: el ocaso del mundo unipolar liderado por Estados Unidos. La proliferación de alianzas regionales, la expansión del comercio en yuanes digitales, y el auge de los BRICS son señales de una nueva era multilateral, en la que Europa debe definir con claridad su rol.
Como lo expresó Yan Xuetong, decano del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Tsinghua: “Aunque China y Europa tienen diferencias sobre la situación en Ucrania, aún existe margen para ampliar la cooperación en otros campos”. Desde Bruselas, las voces más pragmáticas parecen coincidir: es momento de que Europa deje de bailar al ritmo de guerras ajenas y empiece a marcar su propio compás.
La cumbre de julio será clave para evidenciar si el viejo continente logra mantener el equilibrio entre los titanes globales o si terminará, una vez más, atrapado en una pugna de superpotencias en la que sus intereses propios serán sacrificados.