El viaje del emperador Naruhito a Mongolia: memoria, reconciliación y el peso de la historia

A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, el emperador japonés honra a los caídos y prisioneros con una visita profundamente simbólica

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Un paso solemne hacia el pasado

El emperador japonés Naruhito, en un gesto cargado de historia y reconciliación, ha anunciado que visitará Mongolia del 6 al 13 de julio de 2025. Lo hace no solo como jefe de Estado, sino como heredero de una historia marcada por la guerra, el sufrimiento y la necesidad de no olvidar.

En una conferencia de prensa en el Palacio Imperial de Tokio, Naruhito declaró su intención de rendir homenaje a los miles de japoneses que murieron o fueron encarcelados bajo duras condiciones en Mongolia durante y después de la Segunda Guerra Mundial. “Rendiré tributo a los japoneses que murieron lejos de casa, y pensaré en sus penurias”, afirmó el emperador.

Prisioneros de guerra japoneses en Mongolia

Con el colapso del Imperio Japonés al final de la Segunda Guerra Mundial, uno de los capítulos menos conocidos pero más trágicos fue el destino de unos 575.000 soldados japoneses capturados por la Unión Soviética. Mientras la mayoría fue enviada a Siberia, se estima que entre 12.000 y 14.000 fueron trasladados a Mongolia, una nación aliada de Moscú durante el conflicto.

En Mongolia, los prisioneros fueron utilizados como mano de obra forzada en la reconstrucción de una nación socialista en formación. En la capital, Ulán Bator, trabajaron en la construcción del edificio del gobierno, una universidad estatal y un teatro, estructuras que aún se mantienen en pie como testimonio físico de ese periodo histórico.

Las condiciones eran extremas. El clima, especialmente en invierno, sumado a la escasez de alimentos y cuidados médicos, cobró la vida de al menos 1.700 prisioneros japoneses, según registros oficiales del Japón.

Una visita con valor histórico

Esta será la segunda visita de Naruhito a Mongolia; la primera se produjo en 2007, cuando aún era príncipe heredero, en conmemoración del 35° aniversario de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Su regreso, ahora como emperador y en el contexto del 80º aniversario del fin del conflicto bélico, reviste una carga histórica y emocional considerable.

Creo que es importante no olvidar a los que murieron, profundizar en el entendimiento del pasado de guerra y fomentar un espíritu amante de la paz”, expresó Naruhito. Sus palabras reflejan una constante en su coronación, heredada de su padre, el emperador emérito Akihito: la diplomacia de la memoria.

Masako, una presencia diplomática significativa

Acompañando a Naruhito estará la emperatriz Masako, una exdiplomática educada en Harvard conocida por sus esfuerzos en promover la diplomacia cultural. Su presencia no solo simboliza el apoyo institucional, sino también la internacionalización del mensaje imperial japonés de paz y reflexión histórica.

Masako ha enfrentado durante años presiones institucionales y expectativas tradicionales, por lo que su participación activa en eventos internacionales también simboliza una evolución en el rol de género dentro de la familia imperial.

La memoria: un imperativo histórico en Japón

En Japón, el peso de la historia es una constante. Cada emperador, especialmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la Constitución de 1947 que convirtió al emperador en símbolo del Estado, ha tenido que equilibrar la tradición con el compromiso con la paz internacional.

Este enfoque ha adquirido especial relevancia desde los años 90, cuando el emperador Akihito realizó visitas simbólicas a lugares relacionados con la guerra, como Okinawa, Hiroshima, Nagasaki y Saipán. Naruhito ha continuado esta línea, visitando Iwo Jima y Okinawa en años recientes como parte de sus esfuerzos por conectar con el pasado bélico de Japón.

Mongolia, un socio histórico y estratégico

Para Japón, Mongolia no solo representa una herencia compartida en los márgenes de la Segunda Guerra Mundial, sino también una posición geopolítica clave en Asia Central. Con abundancia de minerales raros como el litio e intereses mutuos en equilibrar la influencia china en la región, la relación bilateral se ha intensificado en las últimas décadas.

Organismos como JICA (Japan International Cooperation Agency) han colaborado con Mongolia en educación, desarrollo urbano y recursos naturales. La presencia del emperador en este contexto también puede leerse como una reafirmación del compromiso diplomático y estratégico japonés en la región.

Recordar sin glorificar

Una característica notable en el acercamiento de Naruhito a estos eventos históricos es su tono de humildad. Evita cualquier retórica militarista o nacionalista que podría ser malinterpretada, especialmente por vecinos que sufrieron la ocupación japonesa, como Corea del Sur o China.

En lugar de presentar a los presos japoneses como héroes de guerra, los recuerda como víctimas del conflicto y de decisiones políticas tomadas en su nombre. Su lenguaje construye un puente hacia el entendimiento, más que hacia la confrontación.

En su mensaje al anunciar el viaje, Naruhito enfatizó la necesidad de “contar la tragedia de la guerra a las generaciones más jóvenes”. En un país donde la educación sobre la Segunda Guerra Mundial sigue siendo objeto de debate, sus palabras podrían ser un impulso clave para replantear la forma en que la historia se enseña y comprende.

Testimonios vivos de una historia olvidada

Si bien muchos de los prisioneros de guerra japoneses en Mongolia han fallecido, existen aún testimonios recogidos por historiadores y organizaciones. Algunos sobrevivientes narraron detalles terribles: jornadas de trabajo de hasta 16 horas, temperaturas bajo cero sin calefacción adecuada, y la pérdida de compañeros por enfermedades o inanición.

No sabíamos si veríamos otro invierno. A veces, sobrevivíamos solo comiendo raíces o compartiendo el único cuenco de arroz con tres hombres”, relató años atrás Takeshi Ota, uno de los sobrevivientes. Historias como la suya serán parte inevitable del viaje imperial a Mongolia.

La guerra como advertencia, la historia como enseñanza

En un momento donde el mundo presencia nuevas tensiones internacionales —ya sea en Europa del Este, Oriente Medio o Asia—, la visita del emperador Naruhito a Mongolia es más que un gesto ceremonial: es una advertencia serena pero potente sobre el precio de la guerra y la necesidad de preservar la memoria colectiva.

Como figura constitucional, Naruhito no tiene un papel oficial en la política gubernamental japonesa, pero cada gesto suyo influye profundamente en el carácter nacional japonés. En tiempos donde muchos líderes recurren al olvido o la negación, su esfuerzo por reconocer el sufrimiento y promover el perdón es digno de respeto y de imitación.

Más allá de los protocolos y saludos diplomáticos, el emperador espera mirar a los ojos a los descendientes de aquellos que compartieron con los japoneses años de penurias en Mongolia. Quizás entonces, y solo entonces, la historia se transformará en algo más que cronología: en una lección de humanidad.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press