De Nueva España a la Frontera Militarizada: Estados Unidos y la Controversia del Control Territorial

El despliegue militar en la frontera sur y en tierras indígenas hawaianas plantea serias preguntas sobre soberanía, derechos civiles y justicia cultural

El nuevo rostro de la frontera sur: cuando el ejército toma el control

En pleno siglo XXI, el desierto de Nuevo México vuelve a convertirse en tierra de conflictos. Sin disparos ni caballos, pero con letreros naranjas, alambres de púas y soldados. Zonas restringidas impuestas por el ejército de Estados Unidos se extienden a lo largo de 230 millas desde Fort Hancock, Texas, hasta los vastos terrenos rancheros de Nuevo México, con el objetivo declarado de cerrar “vacíos” en la seguridad fronteriza. Un nuevo tramo de 250 millas fue añadido recientemente en el Valle del Río Grande y se anticipa otro en Yuma, Arizona. En conjunto, estas áreas cubrirán casi un tercio de toda la frontera entre EE.UU. y México.

El origen de esta radical expansión se encuentra en la emergencia nacional declarada por el presidente Donald Trump en enero de 2017. Invocando poderes extraordinarios, esta declaración ha permitido a las fuerzas armadas llenar funciones normalmente reservadas a la patrulla fronteriza o las autoridades civiles, sorteando así prohibiciones legales tradicionales contra la participación militar en el cumplimiento de leyes dentro del país.

Humanitarios vs. militares: el choque en territorio público

Para muchos grupos humanitarios y defensores ambientales, esta militarización representa una tragedia silenciosa. Abbey Carpenter, miembro de un grupo de búsqueda y rescate de migrantes desaparecidos, afirma: “Quizás hay más muertes, pero no lo sabemos. No podemos entrar. El acceso público está negado en zonas de calor extremo donde los cuerpos de migrantes se han encontrado en el pasado".

La presencia castrense no solo limita el acceso para los ciudadanos, también pone en jaque la noción misma de espacio público. Áreas protegidas, parques nacionales y tierras de uso recreativo ahora están blindadas. Para la Asociación Americana de Libertades Civiles (ACLU), “esto sienta un precedente peligroso de vigilancia permanente sin supervisión ni transparencia".

El eco de la historia: militarización en Hawái

Mientras tanto, en el Pacífico, otro conflicto territorial sigue al rojo vivo. En la isla de Hawái, en el altiplano de Pōhakuloa, miles de soldados practican con munición viva sobre un terreno considerado por muchos nativos hawaianos como sagrado. El sitio, entre los volcanes Mauna Kea y Mauna Loa, ocupa alrededor de 200 millas cuadradas. Una franja crítica de ese territorio pertenece al estado de Hawái, y su arrendamiento al ejército vence en 2029.

Para la activista Healani Sonoda-Pale, del grupo Ka Lāhui Hawaiʻi, luchar por la recuperación de estas tierras es esencial: “Han bombardeado y contaminado no solo nuestra tierra, sino nuestras aguas. ¿Cuándo termina esto?”

Un pasado de desconfianza y desastres ambientales

El ejército controla un aproximado del 5% del territorio hawaiano, pero los precedentes negativos superan cualquier dato logístico. En 1941, tras el ataque a Pearl Harbor, la Marina convirtió la isla de Kahoʻolawe en campo de pruebas. Aunque se devolvió en 1994 tras protestas, la limpieza de explosivos quedó incompleta. En 2021, un derrame de combustible de la Marina contaminó el suministro de agua de Pearl Harbor, impactando a más de 6,000 personas.

Además, en el valle de Mākua, el ejército fue acusado de destruir bosques nativos y sitios sagrados durante sus ejercicios de artillería hasta que un acuerdo legal detuvo los disparos en 2004.

¿Entrenamiento o saqueo cultural?

Entre las elevaciones áridas de Pōhakuloa se han hallado sitios arqueológicos de gran valor, como figuras de madera conocidas como kii, ubicadas dentro de tubos de lava. Según expertos, estas representaciones están ligadas a rituales funerarios antiguos y se consideran uno de los hallazgos más significativos para la herencia cultural de Hawái.

No obstante, la balanza de prioridades parece inclinarse de nuevo hacia la estrategia militar. Comandantes como el mayor general James Bartholomees defienden que “el entrenamiento en Hawai permite reaccionar con rapidez y disuadir a adversarios en Asia. No tendríamos tiempo de regresar al territorio continental para reagruparnos".

Los dilemas del poder militar sobre comunidades e identidad

La lucha entre defensa nacional y respeto cultural no es nueva, pero en lugares como Pōhakuloa se intensifica. Estados Unidos está considerando comprar el terreno estatal clave o negociar un intercambio de tierras. El problema: dos tercios del Congreso estatal tendrían que aprobar la venta, algo poco probable dado el sentir de la comunidad.

La congresista Jill Tokuda ha solicitado que el ejército compense sus errores pasados mediante inversiones sociales, como aumentar el acceso a vivienda (los militares ocupan el 14% del parque habitacional de Oʻahu) o mejorar la infraestructura de agua y alcantarillado.

Kaialiʻi Kahele, presidente de la Oficina de Asuntos Hawaianos, añade: “Debe haber un mandato ético: entrenas y luego limpias tu desastre. Ese debe ser el modelo de entrenamiento en esta tierra, que respete el ʻāina (tierra sagrada), a su gente y a su cultura".

Un patrón sistemático: seguridad nacional sobre comunidades vulnerables

Lo que sucede en la frontera y en Hawái no son casos aislados, sino manifestaciones tangibles de una lógica donde el imperativo militar desplaza los derechos civiles, la protección ambiental y el respeto por comunidades históricamente marginadas.

Desde el suroeste árido de Nuevo México al altiplano volcánico de Pōhakuloa, el despliegue militar no solo moldea las políticas exteriores, sino que también redefine quién tiene derecho a qué tierra... dentro del mismo país.

Este escenario entra en conflicto con principios fundamentales del sistema democrático estadounidense: separación de poderes, control civil del ejército y respeto por el patrimonio cultural. Si bien los desafíos de seguridad no son menores, la pregunta sigue abierta: ¿estamos sacrificando demasiado en nombre de la seguridad?

“Lo que se hace hoy en nombre de la seguridad se puede convertir, con el tiempo, en una fractura irreversible con el alma de esta nación”, advierte la historiadora Noenoe Silva, experta en soberanía hawaiana. Y quizás, al mirar los carteles naranjas bajo el sol de la frontera o las ruinas sagradas bajo mochilas militares, esa advertencia ya esté tomando forma.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press